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BARÓN BIZA



La maldición de los Barón Biza

Joaquín Piqueras García
.
Soy sólo una piltrafa humana en un desierto blanco, sin horizontes, infinitamente solo.
Raúl Barón Biza
.Tarde o temprano yo también seré sólo un texto.
Jorge Barón Biza

El peso de la biografía en la exégesis de la obra de muchos autores no ofrece lugar a dudas, ¿pero pueden los hechos que jalonan una semblanza biográfica eclipsar la obra no sólo del propio escritor, sino incluso la de su más directo descendiente, hasta tal punto que libros que han sido auténticos best sellers en su época acaben por ser sepultados a ojos de la memoria? En general, las biografías de muchos escritores malditos han servido para reivindicar, complementar, justificar e inclusive promocionar sus obras; sin embargo, nos las habemos con el insólito caso de una vida que es una auténtica biografía del exceso, una biografía que ha terminado en convertir la figura y obra de su protagonista, Raúl Barón Biza, en verdaderos temas tabú en la historia de la literatura argentina contemporánea, y que además, por si fuera poco, ha acabado salpicando a la peripecia vital-literaria de su hijo, Jorge Barón Biza. En la raíz de esa oscura maldición que pesa sobre esta familia, que se ha cobrado cuatro suicidios – incluidos los de los dos autores -, cuentan el azar, el riesgo, y sin duda cuenta un acto deleznable que protagonizó Raúl Barón Biza, cuya víctima fue su segunda esposa, Rosa Clotilde Sabattini. Pero no adelantemos acontecimientos; como en toda historia, es necesario empezar por el principio, y aunque en dicha historia quede todavía enigmas por resolver, las líneas principales del argumento se conocen gracias al interés que el personaje ha suscitado en la última década en su país. El detonante fue la publicación en 1998 de la novela con obvia base autobiográfica de Jorge Barón Biza El desierto y su semilla (1), reeditada posteriormente y publicada en España en 2007 (2). Después le siguieron artículos en periódicos y en Internet – en nuestro país fue Enrique Vilas-Matas quien dio a conocer a Raúl Barón Biza en dos artículos separados en el tiempo: “Argentina” (3), de 2002, y “Enigmas variados” (4), de 2006-, un documental televisivo, un sitio web no oficial – realizado por una “Asociación de amigos de Barón Biza” -, recuperación de las obras en formato digital, pues su familia ha prohibido la reimpresión de sus obras, y, sobre todo, dos completos y recientes trabajos biográficos: Barón Biza. El inmoralista de Christian Ferrer (5) y El escritor maldito Raúl Barón Biza de Candelaria de Soto (6).

En el año del segundo centenario del nacimiento del maestro Allan Poe se cumple también el ciento diez aniversario del nacimiento del escritor argentino Raúl Barón Biza (Córdoba, 1899- Buenos Aires, 1964), hijo de los latifundistas millonarios Wilfrid Barón y Catalina Biza. Como correspondía a su más que acomodada posición social, Raúl gozó de una privilegiada educación europea y pasó gran parte de su juventud entre viajes y largas estancias en el París de la belle époque. París era una fiesta y Barón Biza la aprovechó al máximo, dando rienda suelta a su particular carpe diem, derrochando su inagotable fuente de pesos argentinos. En los años veinte, cuando ya Europa había enterrado a todos sus muertos, pero aún quedaban muchas cicatrices por cerrar, el autor argentino, ajeno a los infiernos de los otros, en pleno periplo hedonista, conoce a la bella starlet del cine alemán Myriam Stefford, con la que iniciará un apasionado romance que cristalizará en el primer gran amor de Barón Biza. De orígenes humildes, la Stefford, tras escaparse de su hogar y vagabundear por Viena y Budapest, fue redimida por el cine, más por su belleza que por su talento, llegando a trabajar en Hollywood junto a Emil Jannings. La joven aventurera fue seducida por el millonario argentino y, después de un largo idilio y permanentes vacaciones en inigualables escenarios europeos, se casan en Venecia en 1928 en una fastuosa ceremonia que fue calificada como “acontecimiento social del momento”. Tras vivir tres años en París el matrimonio se afinca en Argentina, alternando Buenos aires con la estancia Los Cerrillos que poseía Barón Biza en Alta Gracia, Córdoba. Myriam ha abandonado el séptimo arte por expreso pedido de su marido y ambos, por no hacer mudanza en su costumbre, continúan – e incluso acentúan- el desenfrenado tren de vida que heredan de Europa, alimentando las principales páginas sociales de las revistas porteñas: extravagancias (se hacen acompañar por un leopardo amaestrado llamado Gaucho); fiestas de alta sociedad oficiales, con ostentación de valiosas joyas y pieles, alternando con fiestas privadas en las que Barón Biza impone sus excéntrica normas: como, por ejemplo, que los distinguidos y opulentos invitados fueran disfrazados de obreros, ladrones y prostitutas, para después mezclarlos con sus equivalentes reales, o que todo aquel que no estuviera ebrio fuera encerrado en jaulas; orgías y una peligrosa afición a volar. Barón Biza, siempre solícito a las veleidades y caprichos de su esposa, le regaló un pequeño monoplano con el que Myriam Stefford comenzaría una aventura aeronáutica que terminaría en tragedia. El 26 de agosto de 1931, se precipitaba mortalmente cuando participaba en un ambicioso raid aéreo por las catorce provincias argentinas junto a su instructor Ludwing Fuchs en tierras de Marayes, provincia de San Juan, y no en los jardines inmensos de su propia casa, como en un primer momento indicara Vila-Matas (3). Sí fue, efectivamente, sepultada en su estancia de Alta Gracia en una colosal tumba faraónica, encargada por el viudo Barón Biza al arquitecto Fausto Newton, provista de un gran obelisco de 82 metros de altura en forma de ala de avión o, como apunta Christian Ferrer, de un “puñal de cemento apuntando hacia el cielo” (5). De esta primera parte de la historia sólo quedará – parafraseando a Ferrer en una entrevista concedida a Pablo Markovsky en El Ciudadano y la Región (7)- el altísimo mausoleo construido “a modo de ruego, de petición enviada hacia el cielo”, en cuya base hay una cripta abovedada en la que descansaron los restos de Miriam Steford, con una inscripción: “Viajero rinde homenaje con tu silencio a la mujer que en su audacia quiso llegar hasta las águilas”.

La vida de Barón Biza, tras la muerte de su esposa, se polariza en torno a dos grandes pasiones: la política y la literatura. Desde el punto de vista político, se convirtió en un excéntrico militante yrigoyenista, en contacto con los sectores revolucionarios del Partido Radical que conspiraban contra los gobiernos conservadores. Tenemos, pues, el contradictorio caso de un burgués millonario con ideas comunistas y que aboga por la revolución. Combatió activamente el régimen de la Década Infame, financiando publicaciones contrarias al gobierno e incluso comprando armas para iniciar la lucha armada, lo cual le valió la persecución, el encarcelamiento y finalmente el exilio en Uruguay. Artista del exceso, llena las páginas de los diarios con sus aventuras carcelarias (huelgas de hambre, sus peticiones a gritos de botellas de champagne importado expresamente para él y sus compañeros de celda) y convoca una huelga de protesta contra los gobiernos argentino, uruguayo y brasileño. Sus soflamas revolucionarias trascienden las fronteras y despiertan tal temor que vuelve a dar con sus huesos en prisión. Esta tapa de su vida queda plasmada en su libro periodístico Por qué me hice revolucionario (8), de 1933. Es precisamente en ese año y en su estancia penitenciaria cuando ultima los trámites de publicación de la más célebre y polémica de sus obras: El derecho de matar (9). Esta novela en realidad era la cuarta obra que se autoeditaba Barón Biza, anteriormente había publicado Del ensueño (1917), Alma y carne de mujer (1921) y Risas, lágrimas y sedas (1924), pero fue la primera que tuvo una fuerte repercusión social. Según las palabras del autor, es un libro escrito “para los que no tienen Dios ni hembra”, destinado “a las prostitutas sin cartilla, los presidiarios que no llevan número, los jueces y quizás las colegialas”; para terminar de provocar al “hipócrita lector” añade: “hay en él cátedra de muerte, tribuna de revolución, escuela de crimen, remansos de odio”. Y por si acaso el contenido de la historia de Jorge Morganti, su hermana Irma y su amante Cleo, tejida con un lenguaje duro y descarnado, en el que se mezcla el sexo, la filosofía –
Nietzsche y Schopenhauer en el fondo, más otros ingredientes de cuño propio como la misantropía o la misoginia - y la política - el paradójico rechazo anarco-comunista de las clases altas-, no fuera lo suficientemente provocador, la actitud del autor contribuyó al escándalo: hizo editar el libro con tapa plateada para poder enviarle un ejemplar al mismísimo Papa Pío XI, deseo que llevó a cabo, escribiéndole a su Santidad la siguiente “dedicatoria”: “Para que tus porteros lo dejen pasar, para poder atraer tu atención, para que él sea una nota discordante en el salón entristecido de tu biblioteca oscura, he revestido de plata su portada”. El gobierno de Agustín Justo ordenó el secuestro policial de la primera tirada completa de 5000 ejemplares e inició un proceso por obscenidad contra Barón Biza, quien logró con no pocas dificultades su absolución, aunque permanecería en la cárcel por razones políticas. Posteriormente publicaría una segunda versión de El derecho de matar en edición rústica para que fuera accesible al bolsillo de los obreros. Pese a no ser su mejor trabajo – en opinión de una crítica que nunca valoró el conjunto de su obra-, se convirtió en el libro más famoso de Raúl Barón Biza y la “obra maldita” por excelencia de las letras hispanoamericanas.

Tras su liberación empieza su relación amorosa con la joven de diecisiete años Rosa Clotilde Sabattini, veinte años menor que él e hija de su íntimo amigo el líder radical Amadeo Sabattini. Los dos amantes emprenden una huida que acaba en boda secreta en 1935, lo que supone la enemistad de por vida del padre de la novia y de toda la familia Sabattini. El matrimonio abandona Argentina para que la joven siguiera sus estudios en Europa, con el tiempo llegaría a ser una importante figura en el campo de la Pedagogía. En 1940 retornan a su país, pero la persecución política del gobierno peronista los obliga a exiliarse de nuevo en Uruguay. En Montevideo nacerán sus tres hijos Carlos, Jorge – el segundo protagonista de esta historia- y María Cristina. En 1941, Barón Biza publica una novela que previamente había anunciado a la prensa que sería post mortem: Punto final (10), obra de gran crudeza que le valió un nuevo proceso por obscenidad. Según Juan Baylac en su artículo “Historia de una redención” (11), se trata de “una de esas novelas que, detrás de una engañosa simplicidad, esconde algo muy profundo”, y añade que resulta fácil distraerse con el erotismo y las perversas aventuras del protagonista, pero que a medida que avanzamos en la lectura “se advierte, casi con sorpresa, que todo aquello no era un fin en sí mismo, sino que estaba al servicio de una lección moral”. En este sentido se podría hablar de una novela de tesis en la que los personajes son trasuntos alegóricos del autor (Ego), su víctima (Alma) y su redención (Vida). Para Fernando Domínguez – “Barón Biza, el régisseur” (12)- la elección de esos nombres es una cursilería, no obstante, piensa que la estructura de la novela es más arriesgada que la de El derecho de matar y que tiene momentos de una fuerza extraordinaria. No opinaba igual la crítica coetánea, un crítico de la época llegó a comentar que se trataba de la obra de un degenerado.
A finales de la década de los 40, el matrimonio Biza-Sabattini regresa a Argentina arrastrando una grave crisis. En 1950 las desavenencias son tales que Alberto Sabattini – hermano de Clotilde- se bate a duelo con Barón Biza, resultando ambos heridos de bala. Raúl, que ya contaba con otros antecedentes de duelos, es de nuevo encarcelado. En 1953 el matrimonio rompe definitivamente, Rosa marcha a Montevideo y Barón Biza obtiene un puesto de diplomático en Hungría. Durante la década de los 50 y principios de los 60, en tanto que la trayectoria vital y profesional de ella sube como la espuma, la de él conoce el declive: pasó sus últimos años como concesionario de los locales que están en el subterráneo del – ironías de la vida - obelisco porteño, en palabras de Fernando Domínguez, “su tumba era esa y estaba enterrado” (12). En 1963 publica Todo estaba sucio (13), su libro más pesimista y según cierto sector de la crítica afín a Barón Biza, su novela más conseguida. Desde el punto de vista literario, el lenguaje torrencial de sus anteriores libros aquí se ha vuelto más pulido, pero el contenido ha ganado en brutalidad, el resentimiento del escritor apunta ahora hacia el judío, alternándose oscuras reflexiones sobre el destino de la humanidad con párrafos de un feroz antisemitismo.

El último e infame episodio de esta primera historia tiene como escenario el departamento porteño de Barón Biza, ocurre el 16 de agosto de 1964, el escritor se reúne con su esposa y los abogados para tramitar el divorcio, allí también estaba su hijo Jorge. La reunión se pone tensa y Raúl ofrece whisky para calmar los nervios. Sirvió a unos y a otros, y el último vaso repentinamente lo arrojó al rostro de su mujer. Contenía ácido y le produjo graves quemaduras. Una vez que todos corrieron al hospital para atender a la herida, Barón Biza puso fin a su vida pegándose un tiro en la sien. El ácido destrozó la carne del rostro de Clotilde. Años después, tras varias operaciones de reconstrucción facial, entre llorar y volar, elegirá la segunda opción, aventurarse al vacío, a la nada, desde la ventana del maldito apartamento en que su vida quedó hecha añicos por un acto cobarde y deleznable, que borró de un plumazo ese halo romántico que rodeaba al escritor.

Si Raúl Barón Biza es la vida llevada al límite – del bien y del mal-, la materia palpitante que supera la ficción, su hijo Jorge Barón Biza (1942-2001) es simplemente la literatura que redime y que rinde cuentas a la vida. Jorge fue un prolífico escritor que trabajó principalmente en el campo del periodismo (colaborador de numerosos diarios de Buenos Aires y Córdoba) y que destacó dentro de la literatura fundamentalmente por dos títulos: El indiferente – una traducción y ensayo sobre Marcel Proust- y la ya citada El desierto y sus semilla (1), obra que, a diferencia de la producción novelística de su progenitor, contó con el elogio de la crítica, fue recibida en Argentina como una novela mayor. A pesar de esta consideración crítica, algunas voces, como señalara Manuel Crespo en su artículo “En el nombre del hijo” (14), “insistieron en soslayar la obra de Jorge Barón Biza por su proximidad con los hechos que la habían engendrado”. Efectivamente, El desierto y la semilla arranca su firme pulso narrativo con la descarga de ácido en el rostro adorado de la madre del protagonista, Mario Gageas, álter ego del propio escritor, y se extiende poco más allá del suicidio de Eligia (trasunto literario de Clotilde). La ficción autobiográfica narra el derrotero de Mario por Buenos Aires y Milán, mientras acompaña a su madre en la búsqueda de una improbable cura para su rostro calcinado, y en toda la obra siempre presente la sombra del culpable del descenso a los infiernos: Arón, esto es, Raúl Barón Biza. Ahora bien, la novela no se agota en la anécdota autobiográfica, Jorge Barón, que siempre defendió la autonomía de su obra como artefacto de ficción, narra – en palabras de Vilas-Matas (4)- “cómo fue reconstruido el rostro de su madre al tiempo que, en estructura paralela, trata de reconstruir la desgraciada historia de la desfigurada Argentina del siglo pasado”. El cuerpo de Evita descansa en algún lugar de Milán, cerca de la clínica de Eligia, la comparación entre las dos rivales políticas es inevitable: la muerta impoluta y la viva enterrada en vida detrás de una apariencia monstruosa, y al otro lado del océano un país que yace hundido en sus propias contradicciones. Para Manuel Crespo – op. cit. (14)- esta novela es “el ejemplo más definitivo de cómo la literatura puede ser transporte y justificación de toda una época”. Son muchos los aciertos de la novela de Barón Biza hijo: historia personal- enriquecida con elementos ficticios y paródicos- con proyección contextual histórico-política; la mirada de un narrador ora irónica, ora compasiva; la elección de un lenguaje literario que conjuga el lirismo y el lenguaje coloquial – los diálogos milaneses están escritos en “cocoliche”- y, sobre todo, como ha escrito María Soledad Boero (15), el “tratamiento particular que el escritor Jorge Barón Biza le otorga a la representación estética del rostro”, que le ha permitido “producir una escritura que permanece de pie, que se sostiene por sí misma, más allá de los acontecimientos que le dieron origen, más allá y más acá del incesante paso del tiempo”.

Al final de la novela, Gageac termina reconociéndose semilla del desierto de Arón y hace hincapié en la fatalidad de los genes que preside toda su vida y que forja un destino insorteable: “A los treinta y seis años me convenzo de que he malgastado todo. Si doce años atrás se había terminado para mí el tiempo de las metáforas, ahora se termina el tiempo de las excusas. En estos meses recientes no he tropezado con nada vital salvo esta decisión de volver al balcón, a la biblioteca desnuda (…). Tarde o temprano yo también seré sólo un texto; no me queda mucho más por hacer”. Jorge Barón Biza, tras años de lucha contra la depresión y los recuerdos, el 9 de septiembre de 2001 se acercó al balcón del departamento 12 donde vivía en el barrio de Nueva Córdoba y, al igual que hicieran su madre y su hermana María Cristina, emprendió su vuelo hacia la muerte. La fatalidad y la maldición, como una especie de leit-motiv familiar, gravitan sobre las vidas y la memoria de los Barón Biza. Pero, como ha escrito Fernández Cicco (16), las maldiciones necesitan de una redención para morir en paz, y ésta ha empezado con la actual recuperación de sus textos.
BIBLIOGRAFÍA

(1)Jorge Barón Biza: El desierto y la semilla. Buenos Aires, Ed. Simurg, 1998.
(2)Jorge Barón Biza: El desierto y la semilla), Madrid, Ed. 451 editores, 2007.
(3)Enrique Vilas-Matas: “Argentina. Carta desde Barcelona”, Madrid, Letras Libres, abril 2002.
(4)Enrique Vilas-Matas: “Enigmas variados”, Barcelona, El país de Cataluña, junio 2006.
(5)Christian Ferrer: Barón Biza. El inmoralista, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2007.
(6)Candelaria de la Sota: El escritor maldito. Raúl Barón Biza, Buenos Aires, Ed. Vergara, 2008.
(7)Pablo Makovsky: “El brutal Barón Biza”, diario El Ciudadano y la Región, Rosario, mayo 2007.
(8)Raúl Barón Biza: Por qué me hice revolucionario, Montevideo, Ed. Campo, 1933.
(9)Raúl Barón Biza: El derecho a matar, Buenos Aires, Ed. de autor, 1933.
(10)Raúl Barón Biza: Punto final, Buenos Aires, Ed. de autor, 1941.
(11)Juan Baylac: “Historia de una redención”, Buenos Aires, Contracrítica, enero, 2008.
(12)Fernando Domínguez: “Barón Biza, el régisseur”, Contracrítica, enero, 2008.
(13)Raúl Barón Biza: Todo estaba sucio, Buenos Aires, Ed. Nuestra América, 1963.
(14)Manuel Crespo: “En el nombre del hijo”, Buenos Aires, Contracrítica, enero, 2008.María Soledad Boero: “Sobre rostros caídos. La construcción de una estética en El desierto y la semilla, de Jorge Barón Biza”, Cartaphilus 3, Revista de Investigación y Crítica estética, Universidad de Murcia, 2008.
(15)Emilio Fernández Cicco: “Raúl Barón Biza, el exterminador”, Bogotá, Revista Gatopardo Nº 21, 2007.

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