WHISKY
Estaba una noche más en su club favorito. Sabía que desentonaba un poco en un lugar así, pero le gustaba sentarse en la barra, beber unos cuantos whiskies y mirar a las chicas bailar y reírse por cualquier cosa. Normalmente aguantaba bien el alcohol, pero aquella noche tenía el estómago revuelto y las siete copas que había bebido no hicieron nada por mejorar aquello. Saltó del taburete y se apresuró al retrete desabrochándose los pantalones. Puso el culo en la taza y echó un río de mierda líquida mientras gritaba de dolor. Todo su cuerpo se estremecía. Aquélla era sin lugar a dudas la peor diarrea que había tenido en sus largos años de borracho. En ese momento sintió unas náuseas horribles. El vómito empezó a salir de su garganta en oleadas salvajes yendo a parar a sus zapatos. Justo después volvió a salir más mierda de su culo provocando un sonido grotesco. Su cuerpo temblaba. Sentía escalofríos. Comenzaba a tener fiebre. Le dolían terriblemente el estómago y la cabeza. Empezó a pensar que moriría en aquel retrete asqueroso; con el culo sucio y los zapatos manchados con su propio vómito. Sintió de nuevo la bilis subiéndole por el esófago. Una vez más se produjeron las arcadas. Volvió a caer todo sobre sus zapatos antes de desmayarse por el esfuerzo. Cinco minutos más tarde unas adolescentes entraron en el baño y lo encontraron allí; inconsciente, medio muerto, con los pantalones bajados y lleno de una papilla asquerosa que cubría el suelo. Las dos se quedaron un segundo paralizadas y luego se echaron a reír como hienas estúpidas hasta que una de ellas cogió su móvil y le sacó un par de fotos mientras aguantaba la respiración. Después cerraron la puerta y salieron corriendo.
(Alexander Drake, Vorágine, Ediciones Irreverentes, 2012)
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