Los zapatos
en un rincón de la cocina,
atropellada y torpemente, antes
de orinar dando tumbos y acostarme,
ahí están todavía, abiertos y vacíos
en el suelo,
sucios y descascarillados,
vestigio de otro ataque infructuoso
a la soledad.
Ante el espejo, recién duchado
tus brazos y tus piernas flacos.
Miras tus nalgas blandas,
tu espalda débil y encorvada.
Miras tus genitales relajados,
tu mano izquierda, tu mirada…
Qué duda cabe: sigues siendo
ese animal acorralado.
(Miguel Merino, Hierros invisibles, Huacanamo, 2010)
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