Enrique Cornuty
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A cambio de tantos españoles en París, llevando una existencia absolutamente bohemia, Francia correspondió exportando a uno de los suyos. Se llamaba Enrique Cornuty y pasó dos o tres años en Madrid, malviviendo del dinero que le enviaba su padre, antes de volver a París, donde falleció atropellado por uno de los pocos automóviles que circulaban a principios del siglo XX. Por lo visto, los méritos literarios de aquel “prosista ultradesfalleciente” consistían en haber asistido a Paul Verlaine en sus últimos momentos y en dedicar la pluma a un género denominado por su único cultivador Feeries doulaureuses —o Haderías dolorosas— y que, a juicio de Ricardo Baroja, no eran sino “manifestaciones precursoras de tendencias literarias que han triunfado después”. Sin embargo, la principal característica del bohemio francés consistía en que solía precederle un intenso e inconfundible olor a farmacia —tal y como registraría Pío Baroja en la contrafigura del anarquista Caruty que le dedicó en su novela Aurora roja (1904)—, no porque hiciera horas como mancebo en alguna botica, sino debido a su inveterada afición por el éter, bajo cuyos efectos —según pudieron constatar en más de una ocasión sus compañeros de farra literaria— solía ponerse insoportable. Seguramente, esa pasión suya por el éter fue determinante para que Ortega y Gasset llegara a afirmar que Cornuty había traído el decadentismo a España, “a la manera de las ratas, que cuando llegan a puerto comunicaban la peste bubónica”.
................................................................................................................Juan Carlos Usó
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