LA SOLEDAD DE UN VAMPIRO LLAMADO HARO IBARS
JOAQUÍN PIQUERAS
Presencias que nos pueblan..
Son la muerte del héroe en sus espejos
“Como leve fulgor”
En el sepulcro, amo.
“Finale”
El vampiro, como símbolo de la dualidad “humanimal”, el ser híbrido que alberga en su interior los instintos antitéticos de la supervivencia y la autodestrucción, del sexo y la muerte, constituye uno de los motivos más recurrentes en la obra del poeta maldito Eduardo Haro Ibars. No en vano uno de sus poemarios más celebrados lleva por nombre Empalador, rescatando del imaginario colectivo la figura del Conde Drácula creada por Stoker y basada a su vez, como sabemos, en la leyenda del sanguinario Vlad el Empalador. Y es que de todas las criaturas terroríficas que han engendrado la literatura y el séptimo arte, el vampiro resulta, sin duda, la más fascinante, porque representa lo que más nos atrae y nos repele: el reverso insano y peligroso que cada encuentro sexual lleva aparejado, sexualidad desbordada y acercamiento hacia la muerte, precisamente las dos constantes que rigen la biografía y la obra poética del malogrado Haro Ibars.
Nieto del periodista y comediógrafo Eduardo Haro Delage e hijo del periodista y ensayista Eduardo Haro Tecglen, Eduardo Haro Ibars nació en Tánger en 1948 y tuvo una existencia efímera, hizo suya la máxima de sus más admirados héroes del rock: “vive deprisa, muere joven y haz un bonito cadáver”: en 1988 murió a la emblemática edad de los 40 años, negándose a cruzar el umbral de la madurez. Como ha dejado escrito el senior Antonio Martínez Sarrión (1), coinciden en los setenta una serie de autores, algunos de ellos íntimos amigos, clónicos en cuanto a “sensibilidad, desorden de vida, aceptaciones, rechazos y cosmovisión”, éstos son Eduardo Hervás, Antonio Maenza, Antonio Blanco, Aníbal Núñez, Leopoldo María Panero y el poeta que nos ocupa. Todos ellos, siendo jóvenes, “sucumbieron al canto de las sirenas”, excepto el superviviente L. M. Panero. Francisco Umbral – a quién, por cierto, Panero y Pasarín habían dedicado “ A un estupidillo crítico literario llamado Paco Umbral” en Cadáveres exquisitos y un poema de amor (2)- en su Diccionario de literatura, refiriéndose a los maudits Haro Ibars y L. M. Panero, escribe: “... los malditos de hoy ya no son ni pueden ser ingenuos, ay. Saben a lo que están jugando. Rimbaud o Dylan Thomas no lo sabían. Ésa es la definitiva diferencia” (3). Lo cierto y verdad es que, aunque después ambos poetas abominarán de esta manida etiqueta, en sus años de juventud no sólo eran orgullosos “malditistas” que rendían culto a escritores atormentados de vida desordenada y obras transgresoras (los ya citados Rimbaud y Thomas, Baudelaire, Poe, Lautréamont, Artaud, Corbière, Villon, Sade, y un larguísimo etcétera) , sino que hicieron conscientemente del “malditismo” una forma de vida: marginación voluntaria, vida autodestructiva, gusto por los excesos, toxicomanías varias, bohemia urbano-nocturna, gusto por lo prohibido y rechazo al estilo de vida burgués. La bohemia, la locura, la libertad sexual, la genialidad y el suicidio como idea constante se mezclaron en sus almas convirtiendo sus existencias en arriesgadas bombas de tiempo. Mientras L. M. Panero, que en sus frecuentes entrevistas pugna en vano por separar vida y poesía y no cesa de reiterar que se le juzgue por su obra y no por la leyenda maldita de su biografía, es actualmente, a pesar de la radicalidad zozobrante de su poesía, uno de los más reconocidos y loados juglares de la actualidad – algo así como el maldito oficial - y de los que con más regularidad publica ( en 2004 publicó tres libros en diferentes editoriales), de ahí que Francisco Lucio(4) se refiera al autor de Teoría como poeta “bendito” más que maldito, Eduardo Haro Ibars sí que es un auténtico marginado en la historia reciente de nuestras letras, un verdadero autor de culto, sólo conocido en circuitos underground y gran ausente de todas las antologías de los 70 y 80, de los novísimos a los postnovísimos, de modernos a postmodernos y de “jóvenes poesías españolas”.
Como explica detalladamente, J. Benito Fernández – que precisamente en la actualidad ultima una biografía sobre Haro Ibars – en su trabajo monográfico sobre L. M. Panero El contorno del abismo(5), los dos poetas, que tenían la misma edad, fueron durante un largo tiempo “compañeros de viaje”, compartieron la aventura de la clandestinidad antifranquista, la militancia comunista, las primeras experiencias con las drogas e incluso su estancia en el penal de Zamora ( fueron detenidos en aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes en 1968), donde, según confiesa L. M. Panero(6), Haro Ibars inició al joven poeta en el “gozo de la homosexualidad”. Tras el episodio carcelario y después de un lisérgico viaje juntos a Tánger, las relaciones entre ambos se tornaron cada vez más tensas. Haro Ibars en su artículo “El caso Panero”(7) califica al autor de El último hombre como fracaso: “Panero es un fracaso: como poeta, como hombre, como suicida”. Leopoldo, desde su voluntario encierro psiquiátrico, de forma arbitraria, unas veces lo ha idolatrado, otras lo ha hecho objeto de furibundas críticas, incluso después de muerto: “ Fue uno de mis maestros a nivel vital..., uno de esos seres que practican la maldición metodológicamente... El problema es que como escritor era muy malo. Quizás Empalador está bien..., pero fumar drogas y hablar de vampiros me parece que no representa ninguna calidad intelectual”(8). La poesía de Haro Ibars y la del primer Panero, salvando la distancia entre sus particularísimas poéticas, confluyen en no pocos aspectos: fragmentarismo, ausencia de puntuación, narrativa sincopada, libertad tipográfica, influencia surrealista en la libre asociación de imágenes y el irracionalismo, veneración por lo noir y lo maudit, imágenes urbanas, repetición obsesiva de símbolos, una libertad léxica que no escatima en la utilización de palabras obscenas y escatológicas – aunque mayor en el caso de Panero – y una común pasión por el mal, que tiene su arraigo en Baudelaire y en Sade . Si este mundo que nos golpea es el Bien, entonces se hace necesaria otra concepción de la existencia distinta que sólo como contradicción se ubica bajo el signo del Mal. Además los dos serán los primeros poetas españoles que escriban poemas sobre la heroína: el llamado “caballo de la muerte” ocupará asimismo un buen número de páginas de ¿De qué van las drogas?, texto de divulgación publicado por Haro Ibars en 1978 sobre un tema que el poeta conocía de primera mano.
Ahora bien, podemos citar, por contra, tres rasgos que distinguen al autor de Empalador de L. M. Panero y otros poetas coetáneos: su “sensibilidad del rock”, que, tal y como ya señalara Luis Antonio de Villena (9), no consiste sólo en incorporar al poema elementos de la vida juvenil moderna, sino en la creación de una escritura que “refleja la visión del mundo que vida tal comporta”. La andadura poética de Haro Ibars – autor en 1974 del libro Gay rock – estuvo íntimamente vinculada a la movida madrileña y sus poemas sirvieron de inspiración a grupos musicales tan dispares como la Orquesta Mondragón y Gabinete Caligari ( quién no recuerda la magnífica “Pecados menos dulces” de Camino a Soria). Los otros dos rasgos a los que nos referíamos son su asimilación de la poesía de la beat generation norteamericana ( Ginsberg, Burrought, Kerouac,...), hasta tal punto que se ha hablado del poeta como el único representante beatnik de la lírica hispana, y un profundo conocimiento de las vanguardias, que pone al servicio de una poética transgresora basada en el utópico conato de “ir más allá” en todo. Como ha escrito Francisco Nieva en el prólogo a la Obra poética completa de Eduardo Haro Ibars (10), el poeta “intuía perfectamente la superación de las vanguardias, creía siempre en un ‘más allá’ de nuestra conciencia, creía en todo cuanto al hombre se le puede ocurrir y se le puede revelar incesantemente”. El resultado es una poesía visionaria, “psicourbana”, anclada en una pseudoética del mal, con un trasfondo“pansexualismo radiante” y, sobre todo, cuajada de “imágenes de una extrema calidad poética”.
Haro Ibars publicó en vida cuatro poemarios: Pérdidas blancas (1978), Empalador (1980), Sex Ficción (1981) y En rojo (1985), todos ellos reunidos en Obra poética (2001). Además, como narrador, dejó escrito el libro de relatos de ciencia ficción El polvo azul. Cuentos del mundo eléctrico, que inauguraría en 1985 una colección de Ediciones Libertarias dedicada a la nueva narrativa española. En todas estas obras confluyen tres planos isotópicos sumamente reveladores de la imagenería poética de Haro Ibars: una mitología personal “neurorromántica”, producto de su vasta cultura literaria ( estatuas, princesas, sátiros, centauros, jardines, tumbas abandonadas, vampiros y otros entes del más allá, etc.); un plano urbano-cotidiano ( asfalto, neón, farolas, alcoholes, establecimientos y objetos cotidianos, escaleras, plástico, etc.) y una sexualidad desbordada, mostrada explícitamente ( cuerpo, “ arrebatos de carne abierta”, muslos, labios, esperma, la boca “sedienta de suicidios”, piel, etc.), pero también de forma connotativa a través de un simbolismo animal que evoca irremisiblemente la “pansexualidad” antes aludida: toda suerte de insectos, peces y, sobre todo, mamíferos y reptiles, desfilan por sus páginas como bellos y a la vez terribles monstruos pletóricos de sexualidad. Los tres planos quedan integrados en el tema neurálgico de la dualidad del vampiro: el sexo, como liberación y como instinto de supervivencia en un mundo hostil, y la obsesión por la muerte: es significativo, al respecto, ese contrapunto nerudiano que es “Residencia en la muerte”, estancia “ sin cara y sin espejos”, donde podemos vernos “en la luz oscura de un secreto” que sólo la muerte conoce, simbolizada en el “gusano triunfante” de Poe, cuya descripción nos recuerda a los engendros de su admirado y traducido H. P. Lovecrarft, “vestido de escamas vestido de infinidad viscosa”. El espejo – ausente en la muerte- es uno de los símbolos cotidianos más convocados en la poesía de Haro Ibars, el espejo abominable, y no porque multiplique el número de los hombres – que dijera Borges -, sino porque supone la muerte del héroe, la soledad del vampiro – que ni siquiera se ve reflejado en él -, la soledad del individuo que agoniza en los “pliegues del tiempo” y del que sólo queda el recuerdo de su heroísmo transformador.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Prólogo a J. Benito Fernández , El contorno del abismo. Vida y leyenda de L. M. Panero, Tusquets, Barcelona, 1999.
(2) Leopoldo Mª Panero y José Luis Pasarín Aristi, Cadáveres exquisitos y un poema de amor, Libertarias/Prodhufi, Madrid, 1992.
(3) Francisco Umbral, Diccionario de Literatura. España 1941-1995: De la posguerra a la posmodernidad, Planeta, Barcelona, 1995.
(4) Francisco Lucio, “Un poeta bendito”, Quimera, núm. 139, septiembre, 1995.
(5) J. Benito Fernández, El contorno del abismo... ( Op. Cit.)
(6) Leopoldo Mª Panero, “Epitafio para Eduardo Haro Ibars”, Diario 16, septiembre, 1988.
(7) Eduardo Haro Ibars, “El caso Panero”, Diario 16, febrero, 1984.
(8) Víctor Crémer, “Entrevista a Leopoldo Mª Panero. Figuras de la pasión”, Combate, núm. 478, julio, 1989.
(9) Luis Antonio de Villena, Postnovísimos, Visor, Madrid, 1986.
(10) Eduardo Haro Ibars, Obra poética, Huerga & Fierro, Madrid, 2001.
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