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ALBERT CAMUS

 


   ¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es
también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha
recibido órdenes toda su vida, de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato. ¿Cuál
es el contenido de este «no»?
   Significa, por ejemplo, «las cosas han durado demasiado», «hasta aquí bueno,
más allá no», «vais demasiado lejos», y también, «hay un límite que no
franquearéis». En resumen, este no afirma la existencia de una frontera. Se halla la
misma idea de límite en ese sentimiento del hombre en rebeldía de que el otro
«exagera», de que extiende su derecho más allá de una frontera a partir de la cual otro
derecho le planta cara y lo limita. Así, el movimiento de rebeldía se apoya, al mismo
tiempo, en la negación categórica de una intrusión juzgada intolerable y en la certeza
confusa de un derecho justo, más exactamente en la impresión en el hombre en
rebeldía de que tiene «derecho a…». La rebeldía no renuncia a la sensación de que
uno mismo, de cierta manera, tiene razón. En este sentido, el esclavo en rebeldía dice
a un tiempo sí y no. Afirma, a la vez que la frontera, todo lo que sospecha y quiere
preservar más acá de la frontera. Demuestra, con obstinación, que hay en él algo que
«merece la pena de…», que exige que se tenga cuidado con ello. En cierta manera,
opone al orden que lo oprime una especie de derecho a no ser oprimido más allá de lo
que puede admitir.
   Al mismo tiempo que la repulsión respecto del intruso, hay en toda rebeldía una
adhesión entera e instantánea del hombre a cierta parte de sí mismo. Hace intervenir,
pues, implícitamente un juicio de valor, y tan poco gratuito, que lo mantiene en
medio de los peligros. Hasta entonces, callaba al menos, abandonado a esa
desesperación en la que una condición, aunque se juzgue injusta, es aceptada. Callar
es dejar creer que no se juzga nada, y, en ciertos casos, no desear efectivamente nada.
La desesperación, lo mismo que el absurdo, lo juzga y lo desea todo, en general, y
nada, en particular. El silencio la traduce bien. Pero a partir del momento en que
habla, aun diciendo no, desea y juzga. El hombre en rebeldía, en el sentido
etimológico, se vuelve. Caminaba bajo el azote del amo. Ahora planta cara. Opone lo
que es preferible a lo que no lo es. Todo valor no conduce a la rebeldía, pero todo
movimiento de rebeldía invoca tácitamente un valor. ¿Se trata al menos de un valor?
   Por confusamente que sea, nace una toma de conciencia del movimiento de
rebeldía: la percepción, súbitamente patente, de que hay en el hombre algo con lo que
puede identificarse, aunque sea sólo por un tiempo. Esta identificación no era
realmente sentida hasta ahora. El esclavo sufría todas las exacciones anteriores al
movimiento de insurrección. Incluso, había recibido con frecuencia sin reaccionar
órdenes más indignantes que la que provoca su rechazo. Se mostraba paciente,
rechazándolas quizás en sí mismo, pero, dado que callaba, más cuidadoso de su
interés inmediato que consciente aún de su derecho. Con la pérdida de la paciencia,
con la impaciencia, empieza por el contrario un movimiento que puede extenderse a
todo lo que antes se aceptaba. Este impulso es casi siempre retroactivo. El esclavo, en 
el momento en que rechaza la orden humillante de su superior, rechaza al mismo
tiempo el estado de esclavo. El movimiento de rebeldía lo lleva más lejos de lo que
estaba en el simple rechazo. Supera hasta el límite que fijaba a su adversario,
exigiendo ser tratado ahora como su igual. Lo que al principio era una resistencia
irreductible del hombre se convierte en el hombre entero, que se identifica con ella y
en ella se resume. Esta parte de sí mismo que quería hacer respetar la sitúa entonces
por encima del resto y la proclama preferible a todo, incluso a la vida. Se convierte
para él en el bien supremo. Instalado antes en un compromiso, el esclavo se lanza de
golpe («ya que es así…») al Todo o Nada. La conciencia nace a la luz con la rebeldía.
   Pero se ve que, al mismo tiempo, es conciencia de un «todo», aún bastante
oscuro, y de un «nada» que anuncia la posibilidad de sacrificio del hombre a este
todo. El hombre en rebeldía quiere serlo todo, identificarse totalmente con este bien
del que ha cobrado de pronto conciencia y que quiere que sea, en su persona,
reconocido y saludado —o nada, es decir hallarse definitivamente degradado por la
fuerza que lo domina. En último término, acepta la degradación última que es la
muerte, si ha de ser privado de esa consagración exclusiva que llamará, por ejemplo,
su libertad. Antes morir de pie que vivir arrodillado.
   El valor, según los buenos autores, «representa la mayor parte de las veces un
paso del hecho al derecho, de lo deseado a lo deseable (en general por mediación de
lo comúnmente deseado [1] )». El paso al derecho, ya lo hemos visto, se patentiza en la
rebeldía. Igualmente que el paso del «habría de ser» al «quiero que sea». Pero más
aún, quizá, esa noción de la superación del individuo en un bien en adelante común.
El surgimiento del Todo o Nada muestra que la rebeldía, contrariamente a la opinión
corriente, y aunque nazca en lo que tiene el hombre de más estrictamente individual,
pone en tela de juicio la noción misma de individuo. Si, en efecto, el individuo acepta
morir, y muere dado el caso, en el movimiento de su rebeldía, prueba con ello que se
sacrifica en beneficio de un bien del que juzga que rebasa su propio destino. Si
prefiere la oportunidad de la muerte a la negación de ese derecho que defiende, es
que sitúa este último por encima de sí mismo. Actúa, pues, en nombre de un valor,
aún confuso, pero del que, al menos, tiene la sensación de que le es común con todos
los hombres. Vemos que la afirmación implicada en todo acto de rebeldía se extiende
a algo que rebasa al individuo en la medida en que lo saca de su presunta soledad y le
proporciona una razón de obrar. Pero conviene observar ya que este valor que
preexiste a toda acción contradice las filosofías puramente históricas, en las que el
valor resulta conquistado (si es que se conquista) al término de la acción. El análisis
de la rebeldía conduce al menos a la sospecha de que hay una naturaleza humana,
como pensaban los griegos, y contrariamente a los postulados del pensamiento
contemporáneo. ¿Por qué rebelarse si no hay, en uno, nada permanente que
preservar? El esclavo se subleva por todas las existencias a un tiempo cuando juzga
que, bajo este orden, se le niega algo que no le pertenece únicamente a él, sino que es
un ámbito común en el que todos los hombres, incluso el que lo insulta y lo oprime,
tienen dispuesta una comunidad. 
   Dos observaciones apoyarán este razonamiento. Se advertirá en primer lugar que
el movimiento de rebeldía no es, en su esencia, un movimiento egoísta. Puede tener
sin duda determinaciones egoístas. Pero el hombre se rebelará tanto contra la mentira
como contra la opresión. Además, a partir de estas determinaciones, y en su impulso
más profundo, el hombre en rebeldía no preserva nada puesto que lo pone todo en
juego. Exige, sin duda, el respeto a sí mismo, pero en la medida en que se identifica
con una comunidad natural.
   Observemos después que la rebeldía no nace sólo, y forzosamente, en el
oprimido, sino que puede nacer asimismo ante el espectáculo de la opresión de que
otro es víctima. Se da, pues, en este caso, identificación con el otro individuo. Y hay
que precisar que no se trata de una identificación psicológica, subterfugio por el que
el individuo sentiría en imaginación que es a él a quien se dirige la ofensa. Puede
ocurrir, por el contrario, que no soportemos ver infligir a otros ofensas que hemos
sufrido nosotros mismos sin rebelarnos. Los suicidios de protesta, en los penales,
entre los terroristas rusos a cuyos compañeros se azotaba, ilustran ese gran
movimiento. Tampoco se trata del sentimiento de la comunidad de intereses. Puede
parecernos indignante, en efecto, la injusticia impuesta a hombres que consideramos
adversarios. Hay sólo identificación de destinos y toma de partido. El individuo no
es, pues, por sí solo, este valor que quiere defender. Al menos, hacen falta todos los
hombres para componerlo. En la rebeldía, el hombre se supera en otro y, desde este
punto de vista, la solidaridad humana es metafísica. Simplemente, de momento sólo
se trata de esta especie de solidaridad que nace entre cadenas. 

(Albert Camus, El hombre rebelde, Alianza Editorial, 2013) 

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