A ese ser que ya siempre será de agua
Con mi cara en la póstuma curva del aire
atravieso los huesos de la vigilia,
los ojos desasidos,
para no perderme ninguno de los secretos
que guardan las vísceras de los buitres.
Así te acompañan mis venas de cáñamo
con el perfume más triste amarrado a la ventana
y los días sujetando diez dedos de goma,
como un chiste de mermelada rancia.
Te me fundes
en la arena de un piano
de cola muy negro
reventada de amor y agua,
y entre las piernas
un millón de acordes de tu fuga
sueñan con morir en el próximo parto.
Cuando los dioses bajan demasiado la voz
yo sigo manteniendo el equilibrio
sobre los nombres.
Asumo el riesgo de las comas
en los límites atroces de tu huida,
porque contigo
la respiración es mucho más asequible,
mientras las nubes se encargan de ubicarte
en el mapa empapado de mis ojos.
Cada pliegue, cada mota
de esta ceniza extranjera en el pecho,
te recuerda infinita,
perfecta y con la sangre cansada.
(Marian Raméntol, Primaria, decisiva e inaprensible, La Náusea Ediciones, 2015)
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