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CARLOS SALCEDO ODKLAS

 





NOCHE 


Algunas cosas se ven más claramente al amparo de la oscuridad.
El camino de vuelta a la habitación fue triste. Podías ser
consciente de la miseria actual al pasear por las calles y ver todos los
cajeros con algún indigente en su interior intentando conciliar el
sueño. Era una postal extraña. Las sucursales de aquel gran mons-
truo que les había quitado todo les servían ahora de hogar ante el
frío y la desolación nocturnas. Muchas de esas personas no tenían el
aspecto arquetípico de un indigente, eran personas como tú y como
yo, algunos solos, otros con su pareja o algún compañero, algunos
con mascotas. Y los ladrones seguían riendo y brindando. Sus risas
acabarían si este ejercito de malditos despertara, pero no termina-
ban de despertar, se resignaban a su suerte.
Llegué al portal pero fui incapaz de entrar, quería que el
frescor de la noche me purgara un poco más así que di un paseo
nocturno. Llevaba puesta la música a toda hostia, sonaban Mes-
huggah, toda esa violencia sonora empezó a tejer imágenes en mi
mente, imágenes de dolor y sufrimiento, imágenes desesperadas y
extrañas. Comencé a visualizar a los seres humanos como cucara-
chas de ojos brillantes, rodeados de mierda, apareándose en los rin-
cones, emitiendo extraños gemidos. Seres horribles y deformes que
ingerían todo a su paso. Seres famélicos que reptaban por las paredes
y comían otros insectos. Seres gordos como ballenas con extraños
cables y conexiones enraizados en sus cerebros, babeantes, cagán-
dose encima. Una noche eterna, maldita, de furiosos relámpagos.
Huracanes y lluvia ácida. Padres devorando a sus hijos, violando a 
recién nacidos. Ancianas esqueléticas maquilladas como payasos y
llenas de joyas cabalgando sobre musculosos afroamericanos. En-
gendros de dos cabezas sobre púlpitos aleccionando a huestes de
seres sin ojos, boca ni oídos. Señoras ciegas y aterrorizadas andando
a cuatro patas y alimentándose de restos humanos como carroñeros.
Vi el futuro y supe que la humanidad no merecía salvarse, no de este
modo.

Al entrar en la pensión vi luz en una de las habitaciones,
al final del pasillo, me pareció extraño pero supuse que uno de los
jubilados se había dormido con la luz encendida y no le di mayor
importancia. Saqué la llave y me metí en mi cuarto, me tumbé en la
cama y escribí un par de poemas, luego tomé apuntes para un futuro
relato. Los poemas y el relato trataban sobre mí mismo y empecé a
cuestionármelo, ¿de veras a alguien le interesaban mis mierdas? ¿Te-
nían valor literario? ¿Me estaré exponiendo demasiado, poniendo
mis miserias en bandeja de plata para el disfrute de desconocidos? A
veces estoy harto de pasearme tan en pelotas por las praderas de la
literatura, me gustaría escribir sobre elfos y duendes y no volverme
loco mientras tecleo embadurnado en nicotina a las 4,52 de la ma-
ñana. Pero era un acto inevitable, un acto de rebeldía, mi manera de
gritar desde el silencio de la palabra impresa. “Escribirlo es sopor-
tarlo” escribí una vez, borracho y loco, en una servilleta arrugada.
Este momento es mío y lo hago con total honestidad, ¿pueden acaso
todos decir lo mismo? Es una lucha solitaria contra mi propio vacío
y quizás pueda enseñar algo a alguien. Por otra parte cumplo una
labor de archivo y reflejo social, leyendo esto los habitantes de otros
mundos que se paseen por las ruinas podrán hacerse la idea de por
qué sobrevino el desastre. Ese pensamiento me relajó al respecto de
las dudas sobre la creación literaria. 
Me relajé y me puse a mirar al techo mientras fumaba. En-
tonces oí una puerta que se abría y unos pasos por el pasillo, quién
los realizaba llevaba zapatos de tacón, aquello sí que era una nove-
dad. Tras los zapatos de tacón sonaban otro tipo de pisadas, menos
vivaces, ambas se pararon cerca de mi puerta, afiné el oído.
-¡Te he dicho que por follar son 30 euros!
-Schh, calla por favor, es tarde, aquí vive gente.
-Pero te lo he dicho antes de venir, lo sabías.
-Vale, vale, tranquila, ven a la habitación, por favor, aquí 
vive gente. 
-Encima eres un cerdo, ¿no tenéis duchas aquí?
-Schh, por favor, ven a la habitación.
-Por follar son 30 euros.
-De acuerdo, de acuerdo, tranquila.
-¡Joder qué asco!

Tras un breve silencio los pasos se alejaron nuevamente por
el pasillo y escuché una puerta cerrarse. Por lo visto uno de los viejos
todavía se negaba a morir, al menos esta noche, bien por él.
Me tiré un sonoro pedo para reafirmar mi existencia, en
ese momento una buena ración de metano era todo lo que podía
aportar al cosmos. La fabada había hecho su trabajo, me tiré otro y
dejé que me arropara. Solo esperaba no soñar otra vez con las putas 
ratas. 

(fragmento de la obra)


(Carlos Salcedo Odklas, Malos Tiempos, Ediciones Lupercalia, 2014) 

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