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AITOR URÍA ARRANZ

 


COMO PALOMAS 

A menudo busco con la mirada
a esos tipos pedigüeños
que merodean en las estaciones
como algo
que ya forma parte del mobiliario,
y no pasa mucho
hasta que los encuentro
desde mi prisma privilegiado.

Sus métodos
tienen algo de palomas tristes
al acecho,
haciéndose las distraídas
con la suciedad de los suelos,
peleando por el almuerzo
en la tarde,
picoteando un chicle
entre adoquín y adoquín,
en convivencia
con la feroz velocidad
del día.

Llegan
y te sueltan el rollo,
es el cuento de siempre,
como el del lobo
que viene que viene
y nunca llega,
dinero para un billete,
te dicen,
que por intentarlo
no quede.

Se hacen con la paga extra
a costa de algún pardillo
o un alma caritativa,
para echar unas chelas,
costearse un pico,
o fumar
unas micras.

Son
como palomas tristes
en la ciudad
con su vuelo torpe
y algún defecto en su anatomía,
aves que enfermaron
sobrellevando la existencia
hasta caer exhaustas
a merced de las ruedas
de un autobús.

Luego están
los gorrillas,
que te enseñan
verdaderamente a odiar
con su procedimiento
de extorsión,
aparcamientos
y maniobras de apoyo,
pero de estos
si acaso
hablamos
otro día.





ENCRUCIJADA 

Empleados con empleo
y ganas de dejarlo,
parados sin ocupación alguna
y hambre de trabajo,
el cometido que mata a ambos,
a unos por estarlo,
a otros por desearlo
y no poder.

La meteorología cambiante
que viene y va
sin importarnos demasiado,
la sepultura de los años
deshojando el árbol
justo a la llegada del mal tiempo,
y vistiéndolo
cuando quizá
ya no le hace falta.

Recogidos
cuando se pone fin al día
en casas cada vez más angostas,
tratando de desenchufar
el masticar fiero de la multitud
que invade las calles sin remedio
de esta y cualquier ciudad
que se le parezca.

Y de este modo
tomando unos centímetros de distancia,
buscando con cierta urgencia
un horizonte falso al que mirar,
el ladrillo del vecino
ayuda más bien poco,
mientras el ¡ring! ¡ring! del microondas
interrumpe la mente en blanco,
dando por finalizado el guiso
de eso con aspecto de comida
que metiste adentro
hace apenas dos minutos.

Todo continúa
como estaba planeado,
unos matándose poco a poco,
y otros buscando
esa misma suerte-muerte,
es el cóctel adecuado
de la gente corriente:
la macedonia del rico.

Trabajar es una manera de enfermar
y no hacerlo lo mismo,
algo estamos haciendo mal
si estoy en lo cierto,
pero la mayoría de la gente
no toma reparo en ello,
y debe ser eso,
no hay ninguna posibilidad
de paliar la mala salud
que se nos viene encima,
cogidos
por el gaznate y en vilo,
porque esto es una encrucijada
en la que cualquiera de las posibilidades
se convierte
en una caza de brujas. 

(Aitor Uría Arranz, Pájaro ni en mano, ni ciento volando, Versátiles Editorial, 2020) 

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