DE POR QUÉ ESTE CUADERNO DE SOLEDADES
Sabes cuando te cruzas por casualidad por la calle con la chi-
ca que te gusta y tus inquietos ojos no pueden evitar fijarse
en cómo le asoma tímidamente la rodilla por el agujero de sus
tejanos rotos, pues algo parecido me pasó a mí, y no es que
estuviera enamorado del viejo que cantaba canciones sobre
Dios con un perro a los pies y una guitarra desafinada en el
pasillo del metro, sencillamente es que cada vez que pasaba a
su lado, que era casi cada día, no podía evitar mirarlo y fijar-
me como su vida pasaba desapercibida para el resto de usua-
rios del metro que intentaban ignorarlo lo mejor que podían.
Curiosas formas toman las musas.
Cada día, pasaba de camino al trabajo y cuando me baja-
ba del vagón para hacer el transbordo, su voz ya me llegaba
desde el pasillo que unía las dos líneas. Poco a poco me iba
acercando a él dejando que sus alabanzas cantadas a Dios se
mezclasen con mi humilde existencia apenas unos segundos;
un minuto, a lo sumo. A veces, me paraba un poco más ade-
lante para observarlo furtivamente, pero el flujo de cuerpos
que recorren a toda prisa esos pasillos, cuerpos sin alma, sin
humanidad ni personalidad alguna, vacíos de sueños e inquie-
tudes, cascarones vacíos con sus entrañas devoradas por los
gusanos del individualismo negativo, inculcado por el capi-
talismo, me arrastraban sin que pudiera ofrecer resistencia a
la fuerza de semejante torrente. De vez en cuando, me daba
tiempo a observar, de pasada, que algún generoso le había
tirado un par de monedas de poco gramaje en el interior de
la funda de su guitarra; otras, intentaba estudiar en apenas un
par de segundos la actitud de su mascota, siempre tirada en
el suelo, durmiendo plácidamente con su bozal puesto; otras,
la mayoría, me fijaba directamente en él, en su forma de mo-
verse mientras tocaba la guitarra, en la expresión de su cara al
observar a todos esos centenares de personas que actuaban
como si él no existiera; pero siempre, y digo siempre porque
es lo que más me llamó la atención en esos días, devoraba
con la mirada su entereza, su saber estar, su talante en plena
actuación frente al peor público del mundo. Y es a partir de
ahí que empecé a imaginarme qué clase de vida llevaría una
persona como él, qué sueños e inquietudes tendría, qué pen-
saría de la vida, ¿estaría contento o amargado de estar vivo?
Cada día pasaba a su lado y un fragmento de su imaginaria
vida arremetía contra mi mente como el flash de una cámara
en una foto tirada a traición. Pero la cosa no terminó ahí,
cuando en mi mente tenía unos cuantos fragmentos de su
imaginaria vida buceando por ella libremente, descubrí que
me faltaban cosas en ella, pequeños detalles y situaciones,
otros personajes que se cruzasen con él, aunque no tuvieran
nada en común con los cientos de personas que me cruzo a
diario. Entonces mi mente empezó a descontrolar cada día
un poco más y creó todo un pequeño mundo alrededor de la
vida imaginaria del viejo que cantaba canciones sobre Dios,
un mundo imaginario con otras vidas imaginarias.
Todo parecido con la vida real es pura coincidencia.
Algunos lectores de este Cuaderno de soledades, al finalizar su
lectura me han preguntado que cómo lo calificaría yo, pues
a ellos les cuesta ponerle una etiqueta de estilo o comercial.
Calificar yo mismo esta obra no me resulta fácil, pues se trata
de un escrito que cuenta la historia de una serie de persona-
jes, pequeños fragmentos de sus vidas. Para que lo entendáis:
intentad escribir un diario de una semana o un mes de vues-
tras vidas, utilizando tan solo diez minutos de cada día. Eso
es Cuaderno de soledades, mi forma de demostrar al mundo un
mundo cada día más industrializado, donde la literatura se
compra a granel.
Se pueden contar buenas historias sin que el libro tenga
novecientas páginas y millones de caracteres.
Durante el tiempo que pasé escribiendo este escrito me
dejé llevar por los sentimientos que me producía la inquie-
tante voz de aquel hombre, luchando con la única arma de
su voz, contra el estridente ruido del pasar de los trenes y el
zapateo de miles de zapatos comprados en centros comer-
ciales, marcando el paso. Unas veces mis sentimientos me
hacían pensar y escribir en poesía y, acto seguido, la narrativa
se colaba y practicaba sexo sucio con el poema, creando esa
extraña fusión con la que está narrado, repitiendo a veces y
de forma indiscriminada las misma expresiones o los mismos
escenarios para crear el ambiente de eterno bucle en el que
vivimos, una metáfora de nuestro «despertar, trabajar,
dormir....» diario.
Aún me sigo cruzando con ese viejo, las canciones sobre
Dios y su perro a los pies. No puedo evitar que se me escape
una sonrisa al pensar si su vida se parecerá en algo a la que yo
imaginé para él, supongo y espero que no. Aun así, no pue-
do dejar de agradecerle mentalmente que gracias a él pude
escribir esta historia. Así que, si algún día vas en el metro y
te cruzas con un viejo y su perro cantando canciones sobre
Dios, no lo ignores y regálale aunque sea una sonrisa, pues lo
único que intenta es ganarse la vida como tú y como yo.
La vida son fragmentos, pequeños momentos que se es-
capan en cada pestañeo. Cada persona es una historia, un
cúmulo de poemas por segundo, relatos por minuto y nove-
las por hora; dejamos pasar los días sin saber apreciar todas
esas historias que nos rodean, cuentos que se pueden recoger
en un pequeño puñado de letras. La vida son fragmentos en
cada pestañeo, no dejes que se te escapen.
Llámalo poemario, narrativa, prosa poética, relato corto
o novela breve; también puedes llamarlo pésima obra de un
escritor que no sabe escribir. Yo, sencillamente, sólo puedo
llamarlo Cuaderno de soledades.
Juan Cabezuelo
Calella , Mayo de 2016
en algún fragmento de mi vida
(Juan Cabezuelo, Cuaderno de soledades, Open City, 2017)
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