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BILLIE HOLIDAY

 


BILLIE HOLIDAY  LADY IN SATIN  (1958)

Cabe preguntarse si Lady In Satin es un
retrato de una artista en decadencia o si
realmente es un trabajo seminal y
conmovedor, cortesía de una de las
vocalistas más talentosa del jazz. La
vivacidad de «Lady Day», tan presente en
los discos que grabó para Verve en los años
30, hacía tiempo que se había disipado, para
dejar paso a la voz áspera y rasgada de una
cantante enganchada a la heroína. Holiday
sonaba como una septuagenaria y no como
una estrella de cuarenta y tantos que había
vuelto a la acción. El arreglista Ray Ellis no
se mostró muy satisfecho con su timbre de voz. 

«Tengo que cambiar un tono
para adaptarlo a mi manera de
cantar».
Billie Holiday, 1939 

De todos modos, Holiday consiguió
alcanzar al núcleo emocional de clásicos
como «You Don’t Know What Love Is»
y «Glad To Be Unhappy», utilizando su
orgullo de yanqui para facturar el blues
más descarnado que se ha grabado nunca.
Se trata de canciones emblemáticas que 
nunca antes se habían escuchado en el 
mundo del jazz: amor, pesadumbre, 
resignación y, por encima de todo, una
honestidad brutal. Se entiende que este fuera 
el disco favorito de Holiday. El álbum, además, 
terminó convirtiéndose en el testamento final del mito.
Parece como si los arreglos se hubieran dispuesto 
para disimular las cicatrices vocales de Holiday,
pero en realidad, por muy cursis que estos fueran, 
terminaron acentuando sus virtudes. Cuando arrastra
las sílabas en «I’m A Fool To Want You», parece 
que se pierde en su propio imaginario de blues. 
El disco produce esa truculenta, perturbadora e 
hipnótica fascinación que suscita la visión de un adicto 
pinchándose. Pero sin Lady In Satin no habrían surgido 
divas como Nina Simone o Janis Joplin, quienes también 
popularizaron sus desgarradores lamentos en las décadas 
venideras. 

MK 

(Robert Dimery, Los 1001 discos que hay que escuchar antes de morir, Grijalbo Ilustrados, 2016) 

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