JIRONES EN MÍ
DE PAT GARRETT Y
BILLY EL NIÑO
Es grandioso despertar en la playa a las once de la mañana con arena
en los ojos, en el pelo, en la boca.
Es algo que todo el mundo debería experimentar al menos veinte
veces en la vida.
Algo que te convierte de un plumazo en quien llevabas años deseando
ser sin saberlo.
Un momento que armoniza tu realidad y tu potencia. Que atrae y
encierra en tu pecho todas tus posibilidades.
Es un reset. Poner tu cuentakilómetros a cero.
Un instante épico, puedes creerme. Un instante histórico como la
toma de Iwo Jima.
Y yo lo viví. Lo recuerdo porque jamás podré olvidarlo.
Lo recuerdo igual que un veterano de Vietnam recuerda la jungla.
Con pasmo y orgullo.
Levantarte a tres metros de la orilla junto a las familias de bañistas,
entre sombrillas, colchonetas, neveras de playa y tufo a nivea.
Ponerte en pie entre miradas de reproche y curiosidad. Entre padres
y niños. Entre el pasado y el futuro.
Ser la encarnación tan auténtica como legendaria del presente. Ser la
gloria. La vida.
Sí, brotar de la arena como un zombi de mirada sanguinolenta, tu
perfil bueno quemado por el sol y en la muñeca el cuño de la disco, el
tatuaje de una sociedad secreta.
En pleno domingo ser el último bastión rebelde del sábado noche,
irreductible.
Palparte los bolsillos para ver si lo llevas todo. Ponerte las gafas de
sol. Encender un cigarro contra la brisa.
Y enfilar hacia el cemento con la sensación de inmortalidad que
deben de tener los muertos.
El zumbido de la música todavía en tus oídos. Tan parecido a
tambores de guerra. Tan parecido al sonido del mar.
(Iván Rojo, El último buda atraviesa Fargo, Rasmia Ediciones, 2019)
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