Se acaba el
ano y hay un olor a coliflor cocida, a gas metano y podrido, a alcantarilla
flotante, a váter sin tapadera y sin dejar de cagar.
El año que a
veces confundo con el ano porque soy daltónico y nunca me operé de cataratas ni
siquiera cuando estuve en las de Iguazú.
El año que
no es más que una pegatina, una señal que te indica algo. Un lugar, un
recipiente para llenar, una nueva oportunidad para seguir destruyendo el
planeta y una magnifica ocasión para darnos por el culo unos a otros, aunque
nos empachemos de tanto dulce.
El ano que
viene esperamos y deseamos ferviente y no pongo mente, que si bien llegará
repleto de mierda, acabe algo más limpio que las letrinas de un jodido
calabozo.
Ano más o
ano menos, todavía no hemos dado con el sonido exacto. Y así, la letra camina
por un lado y el bajo, la batería y la voz por el lado contrario.
Un año que rezuma dolor y
llanto. tartas de cumpleaños con muchas velas que nunca se apagaron.
Un año de
siniestro total si hablaros de un accidente de coche y el perito de la compañía
de seguros al ver los daños estructurales y todos los ocupantes esparcidos por
el suave asfalto tapizado de repente con ríos de sangre que se seca al compas
de tanta muerte.
Vamos a pegar
la hebra un rato.
El año se
marcha agotado de tanta tormenta
De tantas
horas oxidadas y muertas
El año baja
con fuerza podrido de tan poca vergüenza
De no llegar
a desembocar en el mar
sino en
tanta muerte de asilo que se dejó contaminar.
El año se
acaba y solo cambiará el número si algo en nosotros no cambia.
El año se
acaba atufado por los efluvios que llegaron hace ahora ya un año.
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