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FRAN SIERRA

 


Después de los aguaceros torrenciales vienen los
puntos suspensivos que como todo en el orden
de la vida tiene fragmento, flor y muerte.
Los demonios me suplicaron una tregua y me
contaron al oído sin necesidad de susurrar que
las cadenas de sus caderas les apretaban y que
aunque soltarse como perros era fácil no lo
intentaban porque tenían miedo a naufragar.
En la vida de los muertos hay campos decorados
con tambores que truenan como tímpanos en
la soledad de los silencios con apenas cremalleras
desintegrando las boqueras de los suspiros.
Su espora advertía que había un mal mayor
ese mal que, aunque tuvieras enjambres en la
boca no avanzarías y mellado captarías simiente.
La persona buena y perdida florece ahí donde
los juglares cantan nanas a la escoria del escorpión.
Los avestruces sin alas reptan sobre la carne.
Advierten los cerebros, aunque al ser intervalos
adhieren podredumbre.
Sentencian la hiel más vil y denominativa de
la esencia de la garrapata giratoria.
Las alambradas noctambulas crecen y se
desarrollan entre criptas de hielo.
Los humedales del río hirviendo nacen y
renacen del asalto rígido y continuado del
relucir del elemento que no puebla.
Que sí rinde elfos hembra digiriendo
nidos de tortugas sembrando silencios
sigilosas. 

(Fran Sierra, Halcones negros, Edición Independiente, 2020) 

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