Eran las
cuatro de la mañana. Algunos dicen que es tarde y que no es buena hora para
poner música, aunque este en sordina. Eran las cuatro, pero no era tarde para
nada y era buena hora porque el reloj era suizo.
A veces todo
parece sórdido. Es como si vivieras rodeado de exequias y de costumbres
tribales y cada año pretendas trocar y hasta trotar y nos quedamos mirando la
nieve helada y crujiente como alumbra una gélida noche invernal. Y arrobados
por tanta blancura seguimos manchando a diario todas las calles y esquinas.
A veces me
siento tan incomodo dentro de esta sociedad como dentro de un traje prestado. Y
no pretendo acusar aquí a nadie de como naufraga el mundo subido a un montón de
retales que ni siquiera están cosidos.
Otro año que
estará a rebosar de fechas señaladas; El día de los bosques, el día del
talador, del aserradero y del pirómano. El día de los océanos y arrecifes de
coral y de los petroleros rotos y el chapapote. El día del tiburón y la ballena
azul y el día de la sopa de aleta o cosas así. El día de los derechos humanos y
el de la guerra y el hambre. El día del VHI y el de la hipocresía. De seguir
así llegaremos a tener en overbooking el año y los 365 días estarán tan
ocupados que adjudicaran los años pares para unas cosas y los impares para
otra. Lo probable es que no solucionen
la contaminación del planeta, que también tiene su día, el día de la
contaminación y el del hombre.
A veces se toca tan baja esa nota tan importante, que el ruido de la noche solapa lo que nos grita.
(Pablo Guillén Tudela, Sombras de luz y niebla, Donbuk Editorial, 2017)
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