No sé muy
bien cómo poner una marmita para quitar las manchas de mierda, vómitos y
botellón que cada jodido fin de semana de jueves a domingo se queda incrustado
en las paredes de mi domicilio. Me encanta que la gente se lo pase bien, que la
vida es como una canción con menos acordes que un racimo de uvas en plena
campaña navideña.
Algo así
pensé esta mañana antes de ponerme a escribir.
Salgo todos
los días del año a pasear con mi mascota. Kenia es un schnaucer de nueve años y
ya tengo confianza con todos los caminos y piedras y parques de todo tipo de
animales. A veces los otros animales lo
dejan todo repleto de cosas que son como basura, clines, bolsas de patatas
fritas, botes de refrescos, mierdas de su perro y cosas que no se comen y dejan
ahí porque no hay nadie que les dé un jodido guantazo con la mano abierta y les
diga; ¿acaso no has visto que hay dos mil quinientas papeleras y doscientos
contenedores en poco más de diez metros?
Me empieza a
picar la cabeza. El otro día fui al médico y me dijo que tenía ladillas y me
extraño mucho. Nunca me he ido de putas, o al menos no tengo ningún recuerdo de
ello. El caso es que fui al peluquero y me hice unas mechas que me quedaban
bastante como diciendo, que pasa nena, necesitas que te ayude a ponerte las
bragas.
En fin, lo
que quiero decir con todo esto, es que todos buscamos lo mismo. algunos lo
consiguen sin ningún esfuerzo y otros con todo el esfuerzo nunca llegan a
llegar. Es como un puente bajo el agua que antes servía para cruzar un rio.
No me jodan
que les estoy hablando de cosas personales. Coño estoy con los efectos de la
anastesia y me acaban de quitar una almorrana que no quería ser una almorrana y
no estaba dispuesta a que la quitaran de su sitio.
Todos
buscamos nuestro sitio. Joder, pero yo macho alfa quiero estar siempre en los
aledaños de un coño, o incluso dentro de él. Y no lo puedo decir públicamente
porque me dirían de todo.
Nota: bajo
los efectos de determinadas sustancias uno dice lo que piensa. Luego el resto
de la vida, dice lo que los otros quieren oír.
(Pablo Guillén Tudela, Sombras de luz y niebla, Donbuk Editorial, 2017)
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