El otro día
y podría decir año, entre la frontera de los cuartos y los finos y rápidos doce
segundos que alentaban la esperanza del ser humano, me atragante con una de las
uvas y casi sin respirar grite con un hilo de voz queda, feliz año 2021.
Tomé una
copa de licor de whisky y luego otra y otra para obligar a los restos de la uva
atascada a que viajara hasta el estomago y en su curso digestivo pasara por el
intestino grueso y delgado para acabar incosteablemente saliendo por el culo
para juntarse con el resto de miles de toneladas de residuos sólidos y líquidos
de millones de personas que como todos saben forman un tremendo rio hasta
llegar al mar y colmarlo de atenciones, de nutrientes que a buen seguro herborizaran
el fondo marino y diseñaran con esmero suficiente la nominación de excelencia
de decenas de playas del litoral español con ese símbolo inconfundible de
bandera azul.
Lo curioso
del asunto, es que simultáneamente la joven pareja del piso de al lado, se pone
a follar a galope tendido aprovechando las almendras garrapiñadas, un poco de
fuá de pato y algo más de dos copas de un caldo reserva de quince años.
Al otro lado
de la calle y con el frio de Madrid de tres grados, más de un hombre, más de
una mujer duermen protegidos con cartones mojados. A pocos metros la muerte pasa por un hospital y le coloca la
etiqueta a varios pacientes para pasar a recogerlos en unas horas, en unos
días.
Y así,
ocurren decenas de cosas de forma simultánea. Un accidente en la autovía, una
rueda que revienta, un alud de nieve que te deja en blanco y no sabes muy bien
como seguir la historia. Los acontecimientos contingentes y los necesarios,
distintos caminos que al final te llevan al mismo sótano.
La soledad
de esta sociedad tan comunicada. No recuerdo de que ciudad hablaba aquel artículo
de prensa de hace algunos días. De cada diez cadáveres que levante el juez al
mes, al menos tres o cuatro, llevaban muertos entre quince y treinta días.
Algunas
veces la vida se convierte en un lujo clandestino que tiene serios problemas
para encontrar un lugar seguro para que simultáneamente la muerte no asome su
sombra.
Y así, un
año tras otro depositamos toda la esperanza del hombre, de la humanidad, toda
la esperanza absolutamente de todo, en esos doce segundos.
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