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PABLO GUILLÉN TUDELA

 


GENES COMPARTIDOS 

El otro día y podría decir año, entre la frontera de los cuartos y los finos y rápidos doce segundos que alentaban la esperanza del ser humano, me atragante con una de las uvas y casi sin respirar grite con un hilo de voz queda, feliz año 2021.

Tomé una copa de licor de whisky y luego otra y otra para obligar a los restos de la uva atascada a que viajara hasta el estomago y en su curso digestivo pasara por el intestino grueso y delgado para acabar incosteablemente saliendo por el culo para juntarse con el resto de miles de toneladas de residuos sólidos y líquidos de millones de personas que como todos saben forman un tremendo rio hasta llegar al mar y colmarlo de atenciones, de nutrientes que a buen seguro herborizaran el fondo marino y diseñaran con esmero suficiente la nominación de excelencia de decenas de playas del litoral español con ese símbolo inconfundible de bandera azul.

Lo curioso del asunto, es que simultáneamente la joven pareja del piso de al lado, se pone a follar a galope tendido aprovechando las almendras garrapiñadas, un poco de fuá de pato y algo más de dos copas de un caldo reserva de quince años.

Al otro lado de la calle y con el frio de Madrid de tres grados, más de un hombre, más de una mujer duermen protegidos con cartones mojados.  A pocos metros  la muerte pasa por un hospital y le coloca la etiqueta a varios pacientes para pasar a recogerlos en unas horas, en unos días.

Lo curioso del asunto, es que simultáneamente la noche se viste desnuda por solo sesenta mil euros, por dar las campanadas con el soporte demasiado hortera de un edredón con algo debajo de un gusto tan exquisito que lo convertirán en moda en 2021 y a buen seguro muchos morirán ante semejante disgusto.

Y así, ocurren decenas de cosas de forma simultánea. Un accidente en la autovía, una rueda que revienta, un alud de nieve que te deja en blanco y no sabes muy bien como seguir la historia. Los acontecimientos contingentes y los necesarios, distintos caminos que al final te llevan al mismo sótano.

La soledad de esta sociedad tan comunicada. No recuerdo de que ciudad hablaba aquel artículo de prensa de hace algunos días. De cada diez cadáveres que levante el juez al mes, al menos tres o cuatro, llevaban muertos entre quince y treinta días.

Algunas veces la vida se convierte en un lujo clandestino que tiene serios problemas para encontrar un lugar seguro para que simultáneamente la muerte no asome su sombra.

Y así, un año tras otro depositamos toda la esperanza del hombre, de la humanidad, toda la esperanza absolutamente de todo, en esos doce segundos.

No sé, me da la impresión de que nos hemos quedado estancados en la estupidez más absoluta, aunque debo decir en honor a la mentira, que somos sin duda la especie del planeta más inteligente, aunque compartamos innumerable cantidad de genes, con los primates, con las ratas y los gusanos. Quizá sea completamente cierto, porque año tras año va creciendo el número de gusanos con traje y corbata, el número de ratas con mansiones, aviones privados y prostíbulos a domicilio. Los primates por el contrario no quieren saber nada del hombre y su tremenda humanidad. 

(texto cedido por el autor) 

© Pablo Guillén Tudela, 2021 )

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