El día 5 de noviembre fue presentado en la Biblioteca Regional de Murcia el último número de la revista Ágora. En su sección de Insólitos, Joaquín Piqueras dedica este artículo al malogrado escritor canario Félix Francisco Casanova.
Una maleta llena de hojas: la metáfora existencial de Félix Francisco Casanova
Joaquín Piqueras García
¿Y qué significan esas lápidas
y estas partidas de nacimiento?
si somos velos transparentes
superponiéndonos,
una maleta llena de hojas
de mano en mano
por un largo corredor.
“No hay instrumentos para esta música”, Félix Francisco Casanova
Una maleta llena de hojas manipulada azarosamente por un corredor demasiado corto, la obra y vida de Félix Francisco Casanova (Santa Cruz de la Palma, 28-9-1956; Santa Cruz de Tenerife, 14-1-1976), uno de los casos más insólitos de la última literatura española. Con tan sólo diecinueve años este malogrado autor canario logró crear una obra intensa, original, pletórica de viajes interiores y exteriores, rica en profundas intuiciones creativas; logró ganar importantes premios en vida y dejó para la posteridad una maleta que cada vez se llena más de elogios y homenajes (hasta un prestigioso premio de literatura juvenil ostenta su nombre), de ediciones póstumas y de alusiones y referencias al servicio de la intertextualidad. Hijo del poeta postista Félix Casanova de Ayala, este prometedor “Rimbaud” canario estaba llamado a ser uno de los poetas más importantes de la actualidad si su vida no se hubiese visto truncada en un fatídico mediodía del 14 de enero de 1976 por un supuesto “accidente doméstico”; fue encontrado muerto en la bañera a causa de un escape de gas. Tras su trágica desaparición, se corrió el rumor de un posible suicidio, y surgieron el misterio y el mito del poeta en cuya última obra -La memoria olvidada (1), editada póstumamente en 1980- vaticinaba su propia muerte:
“(…)
la ventana se abre al frío
del ángel exterminador
y el año se llama invierno,
la sombra de mi cuerpo
flota como un cadáver”. (“Síndrome nº 1”).
La memoria olvidada fue precisamente el título utilizado por la editorial Hiperión para editar el conjunto de su obra poética (2). Su propio padre interviene tanto en la selección como en el prólogo, donde nos revela que de su hijo quedan nada más y nada menos que cinco libros inéditos, todos desechados por el autor y anteriores a El invernadero (3), libro que supuso su reconocimiento a nivel institucional como poeta, al ganar el más importante premio convocado en Canarias, el “Julio Tovar”. Fue en diciembre de 1973, recién cumplidos los 17 años, cuando le concedieron este galardón, y a partir de ese momento Félix Francisco Casanova rechaza toda su obra anterior, inédita o publicada en las páginas literarias de los periódicos. De esa criba literaria sólo se salva un libro que había escrito en colaboración con su padre, Cuello de botella. En el prólogo de este poemario, editado también póstumamente, escribe su coautor Félix Francisco de Ayala (4): “Aunque la inmensa mayoría de los poemas son tuyos, poemas de los trece, catorce y quince años que tú descartabas ya en absoluto, yo me empeñé en hacerte ver que existían en ellos valores que con un poco de paciencia y “artesanía” darían fruto aprovechable, y así lo hice. Y así surgieron poemas que te parecieron nuevos y hermosos, aunque eran tuyos en realidad. Entonces creo que empezaste a comprender (…) la importancia de “trabajar” el poema”. Félix Francisco, poeta poco dado a retocar sus escritos, “trabaja” el poema y el resultado asombra por su insólita madurez, por el poder de la imagen sugerente y visionaria tratada con la “artesanía” a la que hacía alusión el poeta postista. Como ha escrito Ernesto Suárez (5), los textos del que se podría considerar el primer libro del autor canario “surgen del degüello de la palabra. El joven poeta le rebana el cuello al cisne del verso queriendo extraerle hasta la última gota de sangre, en este caso, de su sangre fónica y sintáctica”. Por otro lado, la experimentación vanguardista y la incorporación explícita e implícita de referencias surgidas de la cultura de masas lo acercan a los novísimos. Ernesto Suárez, que se refiere a este procedimiento poemático, visible en poetas coetáneos como Pere Gimferrer o Leopoldo María Panero, pone especial énfasis en la conmoción que provocan los poemas de Cuello de botella por “la fuerza surgida de la materia verbal violentada…hasta alcanzar un sentido distinto, alógico y adiscursivo”, que el autor compara con “el solo de la guitarra eléctrica en el que los dedos se desplazan de una nota a otra en la búsqueda del vértigo, pulsando las cuerdas hasta el clímax de la distorsión o el agudo” (5). Este símil no es gratuito si tenemos en cuenta la influencia de la música (y en concreto del rock, el blues y el jazz) en la poesía de Félix Francisco. Cuenta su padre que el joven poeta a los doce años ya se sentía consciente de su facultad de creación poética e “ideaba letras en su incipiente inglés de bachillerato para ponerles música con su guitarra. Eran canciones al estilo de Bob Dylan y los Rolling Stones. Un día me tradujo uno de sus blues y le quedó un poema redondo” (6), que por cierto le publicaron en la revista de Pamplona Disco Expres. A partir de ese momento la poesía de F. F. Casanova fue proliferando entre blues y rocks, llenando las páginas de la prensa insular. Para Ernesto Suárez, a la lista de influjos literarios que nutren la poesía del autor canario – Breton, Eluard, Artaud, Pessoa, Whitman, Gimferrer, Carnero, los narradores hispanoamericanos…- hay que añadir con el mismo grado de importancia a
la música para llegar a comprender en profundidad su poética: “De la música, especialmente del rock como forma y estrategia cultural, extraerá Félix Francisco Casanova buena parte de esa potencia verbal que brota en sus poemas desde los límites de la lógica lingüística” (5). Y no se refiere Suárez tanto a la posible relación con algún tipo de letra de canción como a las formas verbales resultantes de la “aplicación de ciertas estructuras compositivas del rock”.
De El invernadero la crítica destacó su espontaneidad y frescura unidas a la profundidad y el dominio de un estilo propio. En esta laureada obra, Francisco Félix, sin abandonar los signos que marcan la obra anterior (versolibrismo, imágenes visionarias, ilogicismo…), gana en madurez creativa y crea un potente armazón expresivo sustentado en la profunda coherencia que proporciona una imaginería basada en la naturaleza (sobre todo despunta el mundo vegetal) y una serie de motivos temáticos que serán recurrentes en la poesía posterior: la noche, el invierno, la muerte. El poeta en un “ave fúnebre” (“Ceremonia bajo el mar”) entregado a “las palabras que gotean de la cima del mundo” (“El invernadero”), que se apoya en “los hombros de la noche” para dejar huellas oscuras, longevos hoyos, surcos que “ignoran/ que los huesecillos cobran vida/ en su alcoba invierno” (Op. cit.). El invierno y la noche conforman la alianza perfecta para que el verbo desbocado cobre vida. Sorprende del autor de este poemario, que, según su padre, fue escrito a borbotones y sin retocar ningún verso – “El invernadero fue al premio sin correcciones ni retoques, con toda la imperfección y espontaneidad caudalosa con que nació”-, su extrema intuición poética. Jorge Rodríguez Padrón (7) habla de la fuerza del misterio y la premonición poética, unidas a cierta ironía- más patente tal vez en sus poemarios posteriores, piensa quien suscribe estas líneas- en la poesía de Félix Francisco: “Visión y trascendencia a la par que ironía y desapego”, términos paradójicos pero que “bien sirven para dibujar la poética de Félix Francisco Casanova”. Rodríguez Padrón afirma que el poeta escribe quebrantando la rutina semántica “desde el otro lado de la realidad (…), donde la metamorfosis verbal suplanta voluntariamente toda la convención expresiva”, algo que sólo está al alcance de algunos pocos poetas del siglo XX, capaces de integrar en su quehacer poético una “condición iluminada, visionaria”. Poder visionario y espontaneidad, premisas que, sin duda, defendía el Equipo Hovno, movimiento literario fundado por Félix Francisco Casanova y su amigo Ángel Mollá, quienes publican en 1972 un “Manifiesto Hovno” en el que apuestan por el primer impulso creativo, sin dejar por ello de eliminar lo innecesario o lo que impida el crecimiento de esa primera intuición.
En El invernadero podemos leer estos versos:
“Adiós, Fecundador, pon mi foto
de efebo en el mármol,
tenme presente cuando muera” (“Flor de Arlequín”)Como indica Antonio Jiménez Paz (9), “la inusual lucidez de este autor tan joven se tiñe poco a poco de oscuro, convirtiendo la muerte en un tema referencial de toda su obra”. La muerte, efectivamente, también está presente en su novela El don de Vorace (10), ganadora contra todo pronóstico del Premio Benito Pérez Armas 1974, siniestra historia de un dios-humano que, hastiado tras caer en la cuenta de su inmortalidad, se sumerge en la dinámica de la autodestrucción. En esta novela vuelve a destacar la sugerencia del lenguaje como instrumento para mostrar una extraña y auténtica visión de la realidad, del mundo que surge del subconsciente, de nuevo el influjo surrealista. Elsa López en “La casa de las sombras” (11) explica que “Félix Francisco vivía en un mundo surrealista mezcla de Peter Pan y Alicia en el país de las maravillas totalmente inventado por él”.
“Sí, era feliz cuando Alicia la maravillada y yo devanábamos un inmenso dédalo, el más inmenso laberinto jamás visto.
Alicia vestida de azul con olas de platino y yo, un pinocho de ojos verdes, cogidos de la mano silbando la marcha de los elefantitos.” (El don de Vorace)
Retorno a la infancia para forjar un universo fantástico, onírico, autocomplaciente, que zozobrará ante el irrefrenable impulso humano hacia la finitud del protagonista.
El ineludible magnetismo hacia la muerte tiñe de incertidumbre los dos próximos poemarios: Una maleta llena de hojas (12), ganador, un mes antes de su muerte, del premio de poesía “Matías Real”, convocado por el diario vespertino La Tarde de Tenerife, y La memoria olvidada. En ambas obras, compuestas en la misma época (1974-5), asoman las premoniciones sobre su propia muerte y hasta – como se indica en la ficha biobibliográfica que abre su obra completa en Hiperión (2)- su forma de morir. A la presencia del “ángel exterminador” se une la recurrente imagen del agua: “El crujido del agua encharcada en la noche” (“Música de ozono”). En esta última etapa la poesía de Félix Francisco Casanova se torna estilísticamente más sencilla, más breve, pero sin quedar exenta de una compleja esencialidad. Son especialmente significativos al respecto los “Síndromes”: numeradas, concisas e intensas composiciones en las que, parafraseando a Ernesto Suárez (5), “se halla el centro de aquello que Félix Francisco Casanova exploró tan intensamente en tan pocos días de vida”. La palabra poética deviene “nudo” preñado de sugerentes e inesperados significados que nos transportan hacia lo oscuro, hacia el misterio:
“Nada vale la vida
excepto otra vida,
así la luz de los ojos de la madre
guiará mi balsa
serena y abismal.”( “Síndrome nº 7”)
En su diario íntimo Yo hubiera o hubiese amado (13) podemos leer: “En los síndromes, más que agua, hay sangre. Esto no lo había calculado en un principio. De levantar un dedo a levantar un muñón, hay un objeto-espíritu cortante”. Como señala Ernesto Suárez (5), es difícil saber hasta qué punto el joven poeta canario tenía conciencia de ese poder esencial en su propia escritura. Lo cierto y verdad es que dejó en su Memoria olvidada versos afilados que hurgan hasta en lo más hondo de la existencia.
“Yo soy mi propio abuelo
viendo a mi infancia jugar,
y la noche es un polvo de amor negro
que estalla en mi boca
al besar el espejo,
esos labios tan profundamente olvidados
de los que nunca conoceré su sabor.” (“Síndrome nº 2”)
El negro e inalcanzable amor y la noche, que será el perfecto locus amoenus en el que se desenvuelve el sujeto poemático de Una maleta llena de hojas: “Y es que estoy enamorado/ de la noche, mi propia sombra.” (“Dichoso mi yo soñoliento…”).Y de nuevo no podía faltar en este paisaje las imágenes del invierno: “Lo he decidido, invierno:/ te disecaré en un marco/ de mi sala de estar.” (“¿Acaso tú, mi querido aire de invierno…?”); y del agua:
“Estar entero, sentirse agua…
Largísimo instante sin latidos:
ocurrimos como el pasar de hojas
en la noche.” (“Estar entero, sentirse agua…”).
La imagen de las hojas nos lleva a pensar de nuevo en la metáfora que abría este artículo y que define la efímera existencia de Félix Francisco Casanova: una maleta llena de hojas zarandeada de un lado para otro a lo largo de un corredor demasiado breve, para acabar naufragando en ese “largísimo instante sin latidos”. Pero queda la obra, la palpitante vida literaria inmortalizada en las hojas de esa valija que jamás acabará de llenarse por completo.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Félix Francisco Casanova: La memoria olvidada. Tenerife, Colección Liminar, 1980.
(2) Félix Francisco Casanova: La memoria olvidada (poesía 1973-1976), Madrid, Hiperión, 1990.
(3) Félix Francisco Casanova: El invernadero, Tenerife, Ediciones Nuestro Arte, 1974.
(4) Félix Francisco Casanova y Félix Casanova de Ayala: Cuello de botella ( 1969-1973), Tenerife, Ediciones Nuestro Arte, 1976.
(5) Ernesto Suárez: “30 años de poesía imposible. Presencia de Félix Francisco Casanova”, La Opinión, revista semanal de ciencia y cultura, nº 6, 2006.
(6) Félix Casanova de Ayala: “Prólogo” a La memoria olvidada (2).
(7) Jorge Rodríguez Padrón: “La poesía de Félix Francisco Casanova” en AAVV: Félix Francisco Casanova, Centro de la Cultura Popular Canaria, 1992.
(8) Equipo Hovno: “Manifiesto Hovno”, El Día, Santa Cruz de Tenerife, 15 de octubre de 1972.
(9) Antonio Jiménez Paz: “Félix Francisco Casanova. Poeta de la lucidez y el misterio”, en AAVV: Perfiles de Canarias, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Idea, 2005.
(10) Félix Francisco Casanova: El don de Vorace, Santa Cruz de Tenerife, Taller de ediciones Josefina Betancor, 1975.
(11) Elsa López: “La casa de las sombras”, La Opinión, revista semanal de ciencia y cultura, nº 6, 2006.
(12) Félix Francisco Casanova: Una maleta llena de hojas, Santa Cruz de Tenerife, Taller de ediciones Josefina Betancor, 1977.
(13) Félix Francisco Casanova: Yo hubiera o hubiese amado, Tenerife, ediciones Liminar, 1983.
Una maleta llena de hojas: la metáfora existencial de Félix Francisco Casanova
Joaquín Piqueras García
¿Y qué significan esas lápidas
y estas partidas de nacimiento?
si somos velos transparentes
superponiéndonos,
una maleta llena de hojas
de mano en mano
por un largo corredor.
“No hay instrumentos para esta música”, Félix Francisco Casanova
Una maleta llena de hojas manipulada azarosamente por un corredor demasiado corto, la obra y vida de Félix Francisco Casanova (Santa Cruz de la Palma, 28-9-1956; Santa Cruz de Tenerife, 14-1-1976), uno de los casos más insólitos de la última literatura española. Con tan sólo diecinueve años este malogrado autor canario logró crear una obra intensa, original, pletórica de viajes interiores y exteriores, rica en profundas intuiciones creativas; logró ganar importantes premios en vida y dejó para la posteridad una maleta que cada vez se llena más de elogios y homenajes (hasta un prestigioso premio de literatura juvenil ostenta su nombre), de ediciones póstumas y de alusiones y referencias al servicio de la intertextualidad. Hijo del poeta postista Félix Casanova de Ayala, este prometedor “Rimbaud” canario estaba llamado a ser uno de los poetas más importantes de la actualidad si su vida no se hubiese visto truncada en un fatídico mediodía del 14 de enero de 1976 por un supuesto “accidente doméstico”; fue encontrado muerto en la bañera a causa de un escape de gas. Tras su trágica desaparición, se corrió el rumor de un posible suicidio, y surgieron el misterio y el mito del poeta en cuya última obra -La memoria olvidada (1), editada póstumamente en 1980- vaticinaba su propia muerte:
“(…)
la ventana se abre al frío
del ángel exterminador
y el año se llama invierno,
la sombra de mi cuerpo
flota como un cadáver”. (“Síndrome nº 1”).
La memoria olvidada fue precisamente el título utilizado por la editorial Hiperión para editar el conjunto de su obra poética (2). Su propio padre interviene tanto en la selección como en el prólogo, donde nos revela que de su hijo quedan nada más y nada menos que cinco libros inéditos, todos desechados por el autor y anteriores a El invernadero (3), libro que supuso su reconocimiento a nivel institucional como poeta, al ganar el más importante premio convocado en Canarias, el “Julio Tovar”. Fue en diciembre de 1973, recién cumplidos los 17 años, cuando le concedieron este galardón, y a partir de ese momento Félix Francisco Casanova rechaza toda su obra anterior, inédita o publicada en las páginas literarias de los periódicos. De esa criba literaria sólo se salva un libro que había escrito en colaboración con su padre, Cuello de botella. En el prólogo de este poemario, editado también póstumamente, escribe su coautor Félix Francisco de Ayala (4): “Aunque la inmensa mayoría de los poemas son tuyos, poemas de los trece, catorce y quince años que tú descartabas ya en absoluto, yo me empeñé en hacerte ver que existían en ellos valores que con un poco de paciencia y “artesanía” darían fruto aprovechable, y así lo hice. Y así surgieron poemas que te parecieron nuevos y hermosos, aunque eran tuyos en realidad. Entonces creo que empezaste a comprender (…) la importancia de “trabajar” el poema”. Félix Francisco, poeta poco dado a retocar sus escritos, “trabaja” el poema y el resultado asombra por su insólita madurez, por el poder de la imagen sugerente y visionaria tratada con la “artesanía” a la que hacía alusión el poeta postista. Como ha escrito Ernesto Suárez (5), los textos del que se podría considerar el primer libro del autor canario “surgen del degüello de la palabra. El joven poeta le rebana el cuello al cisne del verso queriendo extraerle hasta la última gota de sangre, en este caso, de su sangre fónica y sintáctica”. Por otro lado, la experimentación vanguardista y la incorporación explícita e implícita de referencias surgidas de la cultura de masas lo acercan a los novísimos. Ernesto Suárez, que se refiere a este procedimiento poemático, visible en poetas coetáneos como Pere Gimferrer o Leopoldo María Panero, pone especial énfasis en la conmoción que provocan los poemas de Cuello de botella por “la fuerza surgida de la materia verbal violentada…hasta alcanzar un sentido distinto, alógico y adiscursivo”, que el autor compara con “el solo de la guitarra eléctrica en el que los dedos se desplazan de una nota a otra en la búsqueda del vértigo, pulsando las cuerdas hasta el clímax de la distorsión o el agudo” (5). Este símil no es gratuito si tenemos en cuenta la influencia de la música (y en concreto del rock, el blues y el jazz) en la poesía de Félix Francisco. Cuenta su padre que el joven poeta a los doce años ya se sentía consciente de su facultad de creación poética e “ideaba letras en su incipiente inglés de bachillerato para ponerles música con su guitarra. Eran canciones al estilo de Bob Dylan y los Rolling Stones. Un día me tradujo uno de sus blues y le quedó un poema redondo” (6), que por cierto le publicaron en la revista de Pamplona Disco Expres. A partir de ese momento la poesía de F. F. Casanova fue proliferando entre blues y rocks, llenando las páginas de la prensa insular. Para Ernesto Suárez, a la lista de influjos literarios que nutren la poesía del autor canario – Breton, Eluard, Artaud, Pessoa, Whitman, Gimferrer, Carnero, los narradores hispanoamericanos…- hay que añadir con el mismo grado de importancia a
la música para llegar a comprender en profundidad su poética: “De la música, especialmente del rock como forma y estrategia cultural, extraerá Félix Francisco Casanova buena parte de esa potencia verbal que brota en sus poemas desde los límites de la lógica lingüística” (5). Y no se refiere Suárez tanto a la posible relación con algún tipo de letra de canción como a las formas verbales resultantes de la “aplicación de ciertas estructuras compositivas del rock”.
De El invernadero la crítica destacó su espontaneidad y frescura unidas a la profundidad y el dominio de un estilo propio. En esta laureada obra, Francisco Félix, sin abandonar los signos que marcan la obra anterior (versolibrismo, imágenes visionarias, ilogicismo…), gana en madurez creativa y crea un potente armazón expresivo sustentado en la profunda coherencia que proporciona una imaginería basada en la naturaleza (sobre todo despunta el mundo vegetal) y una serie de motivos temáticos que serán recurrentes en la poesía posterior: la noche, el invierno, la muerte. El poeta en un “ave fúnebre” (“Ceremonia bajo el mar”) entregado a “las palabras que gotean de la cima del mundo” (“El invernadero”), que se apoya en “los hombros de la noche” para dejar huellas oscuras, longevos hoyos, surcos que “ignoran/ que los huesecillos cobran vida/ en su alcoba invierno” (Op. cit.). El invierno y la noche conforman la alianza perfecta para que el verbo desbocado cobre vida. Sorprende del autor de este poemario, que, según su padre, fue escrito a borbotones y sin retocar ningún verso – “El invernadero fue al premio sin correcciones ni retoques, con toda la imperfección y espontaneidad caudalosa con que nació”-, su extrema intuición poética. Jorge Rodríguez Padrón (7) habla de la fuerza del misterio y la premonición poética, unidas a cierta ironía- más patente tal vez en sus poemarios posteriores, piensa quien suscribe estas líneas- en la poesía de Félix Francisco: “Visión y trascendencia a la par que ironía y desapego”, términos paradójicos pero que “bien sirven para dibujar la poética de Félix Francisco Casanova”. Rodríguez Padrón afirma que el poeta escribe quebrantando la rutina semántica “desde el otro lado de la realidad (…), donde la metamorfosis verbal suplanta voluntariamente toda la convención expresiva”, algo que sólo está al alcance de algunos pocos poetas del siglo XX, capaces de integrar en su quehacer poético una “condición iluminada, visionaria”. Poder visionario y espontaneidad, premisas que, sin duda, defendía el Equipo Hovno, movimiento literario fundado por Félix Francisco Casanova y su amigo Ángel Mollá, quienes publican en 1972 un “Manifiesto Hovno” en el que apuestan por el primer impulso creativo, sin dejar por ello de eliminar lo innecesario o lo que impida el crecimiento de esa primera intuición.
En El invernadero podemos leer estos versos:
“Adiós, Fecundador, pon mi foto
de efebo en el mármol,
tenme presente cuando muera” (“Flor de Arlequín”)Como indica Antonio Jiménez Paz (9), “la inusual lucidez de este autor tan joven se tiñe poco a poco de oscuro, convirtiendo la muerte en un tema referencial de toda su obra”. La muerte, efectivamente, también está presente en su novela El don de Vorace (10), ganadora contra todo pronóstico del Premio Benito Pérez Armas 1974, siniestra historia de un dios-humano que, hastiado tras caer en la cuenta de su inmortalidad, se sumerge en la dinámica de la autodestrucción. En esta novela vuelve a destacar la sugerencia del lenguaje como instrumento para mostrar una extraña y auténtica visión de la realidad, del mundo que surge del subconsciente, de nuevo el influjo surrealista. Elsa López en “La casa de las sombras” (11) explica que “Félix Francisco vivía en un mundo surrealista mezcla de Peter Pan y Alicia en el país de las maravillas totalmente inventado por él”.
“Sí, era feliz cuando Alicia la maravillada y yo devanábamos un inmenso dédalo, el más inmenso laberinto jamás visto.
Alicia vestida de azul con olas de platino y yo, un pinocho de ojos verdes, cogidos de la mano silbando la marcha de los elefantitos.” (El don de Vorace)
Retorno a la infancia para forjar un universo fantástico, onírico, autocomplaciente, que zozobrará ante el irrefrenable impulso humano hacia la finitud del protagonista.
El ineludible magnetismo hacia la muerte tiñe de incertidumbre los dos próximos poemarios: Una maleta llena de hojas (12), ganador, un mes antes de su muerte, del premio de poesía “Matías Real”, convocado por el diario vespertino La Tarde de Tenerife, y La memoria olvidada. En ambas obras, compuestas en la misma época (1974-5), asoman las premoniciones sobre su propia muerte y hasta – como se indica en la ficha biobibliográfica que abre su obra completa en Hiperión (2)- su forma de morir. A la presencia del “ángel exterminador” se une la recurrente imagen del agua: “El crujido del agua encharcada en la noche” (“Música de ozono”). En esta última etapa la poesía de Félix Francisco Casanova se torna estilísticamente más sencilla, más breve, pero sin quedar exenta de una compleja esencialidad. Son especialmente significativos al respecto los “Síndromes”: numeradas, concisas e intensas composiciones en las que, parafraseando a Ernesto Suárez (5), “se halla el centro de aquello que Félix Francisco Casanova exploró tan intensamente en tan pocos días de vida”. La palabra poética deviene “nudo” preñado de sugerentes e inesperados significados que nos transportan hacia lo oscuro, hacia el misterio:
“Nada vale la vida
excepto otra vida,
así la luz de los ojos de la madre
guiará mi balsa
serena y abismal.”( “Síndrome nº 7”)
En su diario íntimo Yo hubiera o hubiese amado (13) podemos leer: “En los síndromes, más que agua, hay sangre. Esto no lo había calculado en un principio. De levantar un dedo a levantar un muñón, hay un objeto-espíritu cortante”. Como señala Ernesto Suárez (5), es difícil saber hasta qué punto el joven poeta canario tenía conciencia de ese poder esencial en su propia escritura. Lo cierto y verdad es que dejó en su Memoria olvidada versos afilados que hurgan hasta en lo más hondo de la existencia.
“Yo soy mi propio abuelo
viendo a mi infancia jugar,
y la noche es un polvo de amor negro
que estalla en mi boca
al besar el espejo,
esos labios tan profundamente olvidados
de los que nunca conoceré su sabor.” (“Síndrome nº 2”)
El negro e inalcanzable amor y la noche, que será el perfecto locus amoenus en el que se desenvuelve el sujeto poemático de Una maleta llena de hojas: “Y es que estoy enamorado/ de la noche, mi propia sombra.” (“Dichoso mi yo soñoliento…”).Y de nuevo no podía faltar en este paisaje las imágenes del invierno: “Lo he decidido, invierno:/ te disecaré en un marco/ de mi sala de estar.” (“¿Acaso tú, mi querido aire de invierno…?”); y del agua:
“Estar entero, sentirse agua…
Largísimo instante sin latidos:
ocurrimos como el pasar de hojas
en la noche.” (“Estar entero, sentirse agua…”).
La imagen de las hojas nos lleva a pensar de nuevo en la metáfora que abría este artículo y que define la efímera existencia de Félix Francisco Casanova: una maleta llena de hojas zarandeada de un lado para otro a lo largo de un corredor demasiado breve, para acabar naufragando en ese “largísimo instante sin latidos”. Pero queda la obra, la palpitante vida literaria inmortalizada en las hojas de esa valija que jamás acabará de llenarse por completo.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Félix Francisco Casanova: La memoria olvidada. Tenerife, Colección Liminar, 1980.
(2) Félix Francisco Casanova: La memoria olvidada (poesía 1973-1976), Madrid, Hiperión, 1990.
(3) Félix Francisco Casanova: El invernadero, Tenerife, Ediciones Nuestro Arte, 1974.
(4) Félix Francisco Casanova y Félix Casanova de Ayala: Cuello de botella ( 1969-1973), Tenerife, Ediciones Nuestro Arte, 1976.
(5) Ernesto Suárez: “30 años de poesía imposible. Presencia de Félix Francisco Casanova”, La Opinión, revista semanal de ciencia y cultura, nº 6, 2006.
(6) Félix Casanova de Ayala: “Prólogo” a La memoria olvidada (2).
(7) Jorge Rodríguez Padrón: “La poesía de Félix Francisco Casanova” en AAVV: Félix Francisco Casanova, Centro de la Cultura Popular Canaria, 1992.
(8) Equipo Hovno: “Manifiesto Hovno”, El Día, Santa Cruz de Tenerife, 15 de octubre de 1972.
(9) Antonio Jiménez Paz: “Félix Francisco Casanova. Poeta de la lucidez y el misterio”, en AAVV: Perfiles de Canarias, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Idea, 2005.
(10) Félix Francisco Casanova: El don de Vorace, Santa Cruz de Tenerife, Taller de ediciones Josefina Betancor, 1975.
(11) Elsa López: “La casa de las sombras”, La Opinión, revista semanal de ciencia y cultura, nº 6, 2006.
(12) Félix Francisco Casanova: Una maleta llena de hojas, Santa Cruz de Tenerife, Taller de ediciones Josefina Betancor, 1977.
(13) Félix Francisco Casanova: Yo hubiera o hubiese amado, Tenerife, ediciones Liminar, 1983.
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