Vigilia y sueño enredan sus
brazos y piernas
dentro de mi estómago,
fornican a gusto, salvajes,
se azotan las espaldas usando
mi sistema nervioso como látigo.
Las esferas rompen su unidad
y transforman su perfección
en espirales
en descensos infinitos,
en purgatorios cuánticos que
no puedo descifrar.
El día, mi día, permanece
boca abajo,
haciendo que al mismo sol se
le suba la sangre a la cabeza.
Hasta que entiendo, a fuerza
de gravedad,
que amo la carne pero sólo
abrazo vapor de estrellas.
Al caer la noche desando los
pasos de la historia,
y me deslizo como el fantasma
de un gato muerto por las sombras del pasado.
SOY cuando desligo la materia
que me envuelve
y revisto mi espíritu de
tenue amor de cuento...
No necesito que trepe, amor
alguno,
por la fachada de mi torre,
me conformo con la hiedra
silenciosa,
con la piedra que la sustenta,
con una ventana grande que dé
al norte.
Una vida real, bien ubicada,
un corazón ligero, alegre,
tallado en viento.
(Álex Portero Ortigosa, Irredento, Editorial Endymion, 2011)
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