ALGO BASTANTE PARECIDO A LA TRISTEZA
Primeros de septiembre. Bajo un largo crepúsculo,
subíamos al tren de cercanías
para volver del mar a tierra firme.
Domingueros de barrio, sombrillas de colores,
y un afán de guardar bajo mil llaves
el móvil horizonte de las olas,
las brasas encendidas de la arena,
la morosa fatiga del final del verano.
Después, en la ciudad, ya oscurecido,
sacas con parsimonia las llaves de la casa,
avanzas casi a tientas por el largo pasillo,
te fumas un cigarro en el balcón.
En el piso de enfrente, se ilumina
la luz amarillenta de la sala
y una tristeza lenta nos ensaliva el rostro,
manchándonos de tedio y de rutina,
de tardes de un verano que se acaba,
de vuelta a trabajar
y cierra la ventana, que hace fresco,
mientras una voz ronca, en la distancia
de una radio vecina,
va cantando los goles que el Valencia
no consigue marcar en el campo del Betis.
(Eduardo Gregori, Origami, Ediciones en Huida, 2017)
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