CARTA 32
Den 28 de marzo de 1946
Querido letrado:
Acabo de cambiar de celda e incluso —creo— de «barrio» de cárcel. En fin,
sigo solo, que es lo principal. En esta nueva celda, ¡tengo dos sillas! Pero, en cambio,
¡ya no tengo mesa! De todos modos, me las arreglo muy bien para escribir y leer.
Espero que la solución de mi problema diplomático-judicial, terriblemente delicado,
¡no tarde ya demasiado en llegar! Empiezo a sentirme sin fuerzas, la verdad. ¡Un
pequeño respiro al aire libre me sentaría bien! Pero ¡sé que es usted a la vez Minerva
y Mercurio! Me contento simplemente con enviar un pequeño recordatorio a mis
dioses protectores. Mi querida Lucette, cuando supe ayer que nos iban a trasladar otra
vez, fui presa de tal espanto, de tal pavor, irracional, que me habría matado de pena.
En este estado de angustia cualquier anuncio del menor cambio te hace temer al
instante lo peor. En realidad, nos han trasladado a todos los «Recreación» hacia
las mujeres en un rinconcito menos triste tal vez, en resumidas cuentas. Sigo solo.
Los carceleros son muy decentes. La cama es mejor. ¡Otra estación del Calvario! En
fin, tengo los periódicos, con los que me atiborro. He perdido a mi enfermera, por
ejemplo. ¡Aún no conozco a la nueva! Sigo con esa abominable cuestión de las
lavativas. Sólo pido una a la semana. He comenzado nuestro relato de los
Maudits con el bombardeo de la Butte. ¡Qué gracioso resulta al rememorarlo!
Coloco a Gen Paul de director de orquesta del bombardeo… Lo dirige todo en la
plataforma del Moulin con su bastón, el espíritu del mal, que ya es que todo el paisaje
gondolea, se infla, se hincha, las casas pierden sus formas. Todo se revuelve. Es el
espíritu de sus cuadros que se materializa. Es el sabbath de Popol. Y, además, primero
la visita de la Sra. Milon y de toda la gente que quería absolutamente que les
dedicase sus libros antes de que me fusilaran. «Va a valer lo suyo.» Las cosas que
hemos visto, pobre queridita mía, y sufrido sobre todo, ¡y hermosas precisamente! Si
me quedan algunos años de vida, Dios mío, ¡ir a perderse, huir, nunca más arriesgarse
a suplicios semejantes! De todos modos, es necesario que active mis manuscritos. Se
los venderé a Bignou. Tan sólo con el papel tendremos para comprarnos la cama
y los cuatro muebles que vamos a necesitar. ¡Todo lo demás llevado por los vientos
del ciclón! ¡Al saqueo de las Furias! Y, sin embargo, ¡cuánto me esforcé! Todo eso no
cuenta nada. Sólo cuentan la maldad y el odio. Veo que en París los triunfadores se
devoran ya mutuamente, pero aún no lo bastante para nuestro caso. Sería necesario
que De Gaulle volviera de dictador. Entonces seguro que promulgaría una
amnistía general de gozoso advenimiento. Pero no está listo todo eso. Y, sin embargo,
me gustaría mucho volver. Tú también, claro está, ya estamos hartos de vernos
despreciados, calibrados, juzgados, desacreditados, humillados de mil y cien formas,
y por la Thomsen, además, ¡es el colmo! Tienes que haberte visto despreciado por
semejantes incapaces espantosas y atontadas, ¡para quedar bien asqueado por siempre
jamás de los seres humanos! Dios mío, ¡qué raza más inmunda! Hay que tomarlos por
sus encantos físicos (si los tienen), pero en todo lo demás, Dios mío, en 999 de mil,
¡qué cloaca! ¡Qué imbecilidad liante, infecciosa, rencorosa! Te dejas llevar hasta
tratar a todos esos andobas, ¡y estás perdido! Te condenas pero bien. Son todos carne
de matadero. Hay que abandonarlos a su destino. Estoy muy preocupado por tu
herpes. No me atrevo a hablar de Bébert, de la pena que me da el pobrecillo y frágil
animalito en todo este ciclón. ¿Podremos alguna vez, pobrecita querida mía,
recuperar los tres antes de la muerte un pequeño instante de respiro juntos? ¿Nos
dejarán respirar unos meses en medio de esta pesadilla que no parece que vaya a
acabar nunca? En fin, ya sabes que te tengo presente a cada segundo. Nunca me
separo de ti. El tiempo pasa y ya está. El odio también tal vez un poquito. Tuyo de
todo corazón,
Louis Destouches
(Louis-Ferdinand Céline, Cartas de la cárcel, Debolsillo, 2006)
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