CALLE DESASTRE
No me quedaba tabaco, me fumé la poesía. Hace tiempo que nos salimos de nuestra correspondiente órbita.
Se acabaron los riachuelos brillantes, las florecillas de aquel jardín se jodieron, torrentes de lluvia ácida las aniquilaron.
Viejas cuchilladas mal curadas escuecen al andar entre tambaleantes calles, pobladas por corazones desvalijados y cabezas sobrecargadas.
El puto reloj puesto de cocaína corre frenético. Mis pasos sin rumbo se pierden sin llegar a ninguna parte mientras el fuego se come a los edificios de alrededor.
Radioactivos animales salen de las alcantarillas para partir en dos a algún pobre cabrón, pintando las aceras con su sangre.
El caos siempre estuvo con nosotros, somos sus hijos no reconocidos, asustados de su propia herencia, desesperados y locos ante la falta de sentido de todo.
Notas en la libreta de alguien muerto, las piernas siguen caminando sin darse cuenta de parar.
Sensación extraña en el
estómago, cocktail de cianuro de un vaso roto como último sustento. Saliendo de
la zona de sombras para encontrarme con el desatado sol, quizá desintegrándome
en el intento.
(Javier García, Coleccionista de hostias, Multiverso Editorial, 2019)
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