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PABLO GUILLÉN TUDELA

 






A NOSOTROS MISMOS


Crucé la barrera de los cincuenta como un avión cruza la barrera del sonido, como un enorme buque llega al fondo del mar por un pequeño agujero de alfiler en el casco, como un formula uno cruzando el patio de butacas de una sala de cine en tres D.

La verdad es que nadie está seguro de que todo esto sea una mierda y mucho menos en primavera. Hay veces que me ducho todos los días y ocasiones que no cambio las sabanas hasta que la funda de la almohada se convierte en parte del cabezal. La ropa, por ejemplo un vaquero ( no un vaquero de las películas) sino un pantalón vaquero se hace tan cómodo cuando lo llevas puesto veinte o treinta días que nunca encuentras el momento de meterlo en el cubo de basura porque a esas alturas lavarlo es completamente imposible. Recuerdo que una vez lo llevé a una lavandería de esas de las que casi han desaparecido, dejabas la prenda, pagabas y te daban un ticket con la fecha de recogida. El vaquero terminó con el cierre del local, o lo que quedaba de él, después del incendio. Según el informe de los bomberos no del todo igual que el informe pericial, decía, que la lavadora industrial de más de treinta kilos de ropa, sufrió un tremendo daño en el eje y eso provocó un cortocircuito que degeneró en un conato de incendio, pero que al no haber nadie en esas dependencias, el conato se inflamó y crecieron las llamas como crece la basura en las calles un fin de semana o en cuatro días de huelga. 

La verdad es que tuve la deferencia de no ir con el ticket a reclamar mis propiedades y ahora busco con cierta prisa otra lavandería, pero sólo encuentro locales importados de las películas americanas o británicas, locales con veinte o treinta lavadoras y secadores. Parecen nichos. No sé, poner tu ropa sucia donde antes otro ha puesto su ropa sucia. Puede que no quede muy limpia y además me da un poco de asco y eso que no soy escrupuloso ni aprensivo. Recojo siempre la mierda de mi perro y luego vierto dos partes de amoniaco y una de legía y además una de friegasuelos olor a pino. Cuando salgo de casa llevo una mochila con todo eso y una botella de agua con un taper, una pelota y un cepillo. Todo esto en el apartado Can. Luego en otro bolsillo, de la mochila, el móvil, el fijo, un plátano, un cuaderno y un bolígrafo, clínex, dos botes de cerveza de 1.200 cl. un paquete de toallitas de las de ahora, unos auriculares, El quijote en versión no bolsillo, una manta por si hace frio, y por supuesto un paraguas, aunque estemos en primavera.

La primavera te da la oportunidad de un día más largo para hacer lo mismo de antes o no hacer nada como antes. Los días hay que rellenarlos como se rellenaban hace décadas los partes de trabajo, más de la mitad te lo inventabas y la otra parte casi no era verdad. Pero el parte diario de trabajo representaba un control casi exhaustivo de la empresa. Luego vino el jodido reloj de fichar, con unas cartulinas especiales para fichar. En la parte de arriba figuraba tu nombre ( puesto a mano por el oficinista) y el resto siempre era lo mismo, hora de llegada, hora de salida. Era un control sin apenas control, porque algún compañero podía coger tu cartulina y fichar para no llegar tarde y luego llegar tarde, no demasiado, sólo después de dejar a los niños en el cole, ir a la gestoría, al banco con sus colas, a por la tarta del cumple y las recetas de anginas. Hace tiempo fui al cine, cuando todavía la gente ( yo) iba al cine. en casa no había ni televisión en blanco y negro. La fuga de Alcatraz, era la peli, una de las cárceles más seguras en medio del océano. Nada es demasiado seguro si te juegas la libertad. Y privarte de ella está por todas partes, florece como si nacieran diez mil erizos por segundo y por habitante y no es tarea fácil no pincharse y acabar en la planta de neonatos porque la de quemados, y tú lo estás, aunque sólo sea por dentro, está en overbooking o la sala está llena, no cabe ni un alfiler, o estoy que reviento si me como el postre. Como en esa película, El  sentido de la vida  y volviendo a cuando se iba al cine porque en tu casa no había ni antena, ni cadena, ni si me apuras váter. Un hueco con mucho olor a mierda  porque tampoco habían ambientadores, ni friegasuelos, ni siquiera mochos y fregona ( fregona como recipiente) de la otra si había, en las casas menos favorecidas, era tu madre o tu abuela.

Supongo que el mundo de hoy provocó una recesión incluso una amputación casi total de todo aquello que se estaba quedando amarillo y con síntomas claros de gangrena.

Y así nos verán en el futuro a nosotros que nos damos el pego como sociedad híper tecnológica, híper sensible y todo eso.

Todo eso, en ese futuro sin fecha ni cartulina para fichar, nosotros seremos ese hueco putrefacto o mal oliente donde depositamos parte de la mierda. Pero la parte más grande se la arrojamos a los demás y como verdaderos estúpidos a nosotros mismos. 


(Pablo Guillén Tudela, Reflejos frente al espejo, Letrame Editorial, 2018) 


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