Los Ángeles, 1987
Camino por la calle. Me cruzo con muchas mujeres.
Algunas jóvenes y atractivas. Me fijo en sus caras, en sus tetas, en sus culos.
Las follo de manera salvaje en mi imaginación. Eso me aliviaba. Era una forma
de relajarse como otra cualquiera.
Seguí caminando hasta llegar a la agencia. Eran las 14:27
h. Llegaba casi media hora tarde.
—¿Qué hay, Viktor? —dijo Bruce al verme entrar
mientras miraba su reloj.
—Vengo de la comida de negocios con Douglas —mentí.
—¿No tuviste el viernes esa reunión?
—No, al final la tuvimos que posponer a hoy.
—¿Y cómo ha ido?
—Bien, bien. Hay buenas expectativas, ya te contaré…
—dije
mientras me alejaba de camino al despacho.
Cerré la puerta tras de mí. Saqué un
montón de papeles y fingí trabajar mientras leía en el periódico los resultados
deportivos. Los Raiders habían ganado a los Giants en Nueva York. Me arrepentí
de no haber apostado en aquel partido. De pronto sonó el teléfono.
—¿Sí?
—Señor Sinclair, tiene al señor
McCormack por la línea 1 —dijo la voz de la recepcionista.
—De acuerdo —respondí justo antes de
apretar el botón.
—¿Viktor?
—Hola, John, ¿qué hay de nuevo?
—¿Has podido localizar a Steigman?
—Esta mañana he hablado con su agente.
Me ha dicho que ahora mismo está en Acapulco rodando un spot publicitario; pero
me ha asegurado que estará aquí el lunes de la semana que viene.
—¿De la semana que viene? ¡Es
demasiado tarde! ¡Necesito hablar con él este jueves!
—Pues si quieres a Steigman tendremos
que esperar…
—¿Y quién va a dirigir la película? ¡No
puedo conseguir a los productores asociados sin tener al director ni al actor
principal!
—Lo sé, lo sé… Estoy trabajando en
ello.
—Viktor, nos jugamos mucho en esto…
—Tranquilo. Te llamaré mañana con
buenas noticias.
Colgué el teléfono y de inmediato sonó
la puerta.
Toc, toc, toc…
—¿Señor Sinclair? —era Amy, mi secretaria, una
jovencita de lo más simpática y cachonda. Me había masturbado pensando en ella
por lo menos siete docenas de veces.
—Adelante —grité desde el otro lado.
—Acaba de llegar este sobre desde la oficina de
Meyers.
Llegaban infinidad de guiones cada semana. La mayoría
eran basura. Tan sólo servían dos o tres de entre todo un centenar.
—Gracias —dije recogiéndolo de sus manos.
Se dio media vuelta y salió del despacho sin que yo pudiera apartar los ojos de aquel culo maravilloso que me volvía completamente loco. Tenía por secretaria a una diosa de 23 años que podría ser portada de Penthouse y por la cual pagaría mil dólares a cambio de una mamada. El problema es que su marido me cosería a tiros sin pensárselo dos veces. No se lo hubiera reprochado. Si yo tuviera una mujer como ella haría exactamente lo mismo.
(fragmento de la novela)
(Alexander Drake, Ciudad de caníbales, Ediciones Lupercalia, 2015)
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