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NATACHA G. MENDOZA

 


LA 23

Las cortinas no bailan con el viento, y los neones, son una tortura de luces que vienen y van a su antojo. Hoy tengo la 23, una habitación que da a la piscina vacía. Lugar de culto para los jóvenes que practican botellón y son artistas del spray. Una vez compré una casa a las afueras de una ciudad. Tenía jardín, árboles, hasta un huerto del que yo me alimentaba. Olía a pan recién horneado, había voces dulces. Perdí la memoria cuando mi mujer murió. Mi hija, creció tras esa tristeza y terminó marchándose con uno de la ciudad. Ya no bebo, porque me duele todo el cuerpo al día siguiente. La 23 es un sitio que frecuento aunque tenga diferente la cama, o las puertas. Siempre son las mismas, da igual el país, o el planeta donde se encuentren estos malditos hoteles, son iguales. Esta noche el calor es infernal, he abierto la ventana que da al patio de los artistas. Puedo escucharlos reír alcoholizados. Entra el olor a mariguana, y es placentero. Me envuelve, incluso siento su llamada. Tengo casi sesenta años. He pasado por todas las drogas que existen. Soy un viajero silencioso. Tengo una hija, probablemente nietos, no sé. Mañana me iré, patearé los restos de la fiesta nocturna, y conduciré hasta la siguiente 23, tal vez allí, el viento logre mover las cortinas, o los neones, descansen por fin.





CIUDAD

A esta ciudad le falta tu nombre. A las antenas, a los portales fríos e impersonales. A cada vacío en el que se cuece una tristeza. Recorrerla con la mirada, desde alguna cafetería, llueva, o no, porque a esta ciudad le falta cielo, le falta luz. Y cada ventana que se alza, es un acertijo. Sé que existes porque me lates por todo el cuerpo, me traes colgada de algún sueño. Tal vez, deba cruzar el puente que aisla este territorio del resto. No te estoy buscando, porque el amor, explota; porque el amor, no espera, no entiende de tiempos, ataca con el cuchillo atravesado en la mandíbula, y debes rendirte, o su furia será letal. A este planeta le falta tu nombre, tu voz, le faltan las manos que bauticen en cierto modo, a la que aún no soy. 



(Natacha G. Mendoza, Los bares del diablo, Ediciones Escondidas, 2019) 

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