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PABLO GUILLÉN TUDELA

 


EL AÑO SE QUEDÓ AL FINAL MÁS PEQUEÑO QUE UN DEDAL

Cuando el tiempo se empeñe en hacerlo.

A veces la vida se parece tanto a una novela, que  da más giros que una saga,  una trilogía, o seis mil páginas repletas de capítulos con poco sentido.

Y de los obstáculos, los incidentes y las situaciones a superar por el protagonista que suben y suben de nivel, hasta que casi no puedes respirar.

En la novela cuando estás acorralado, cuando estás jodido, cuando empiezas a llorar como solo puede hacerlo alguien que ha perdido a una persona muy querida, pasas de página o cierras la novela hasta el próximo otoño o el siguiente cambio de hora.

En la vida es difícil aplazar el dolor para otro momento.

Es difícil encontrar argumentos o motivos para explicar lo que ha sucedido.    

El año se quedó al final más pequeño que un dedal, que un nido de hormigas, más pequeño que nuestra ética, nuestra moral y nuestro abanico de valores, tan frágiles, que el más leve viento los cambia de dirección.

El año se quedó, como digo, con demasiadas personas importantes en mi vida. Se quedó con el amor de mi hermano, Luis, y se quedó también, con el amor de mi madre.

Que puedo decir de todo lo que me arrebató el tiempo que pasó  durante el  2019.

A veces me siento como ahogándome en un charco de aguas salobres rebozadas con mi propia sangre.

A veces me siento tan vacio como una cueva repleta de murciélagos, como el amor de tu vida, que quien lo diría, se convirtió en el divorcio de tu ruina.

A veces me asomo a la ventana sin más, no hago caso del alfeizar, y me asomo sin más, veo  siempre gente, a cualquier hora del día o de la noche, veo gente. Gente completamente igual y a la vez completamente distinta. Gente como yo, que no soy ninguna excepción, porque pecaría de pedante, de mirar por encima del hombro. Y yo no soy ninguna excepción y solo miro por encima de mi balcón y paso mucho del alfeizar de la ventana y siempre me apoyo en el suelo, aunque a veces este repleto de mierda de humanos y de pelo de ratas, y de saltos de cama.

A veces me masturbo sin venir a cuento y me siento bien. Otras, lo hago viniendo a cuento y casi nunca acabo.

El médico, el especialista de lo que sea, dice en su diagnostico, algo que empieza con m y concluye con ga. Supongo que se refiere, porque su letra no se entiende una mierda, se refiere a que son muy importantes los preliminares y una mamada larga siempre ayuda a una erección larga.

Al final, el siquiatra me inyecto doble de pentotal, me pusieron a la fuerza una camisa, y yo, odio las camisas.

A veces llego a la conclusión de que estamos todos locos y los que se creen que no lo están, habría que inyectarles una dosis de trastorno bipolar, o ataques de epilepsia, o una dosis enorme de diarrea, o de tos infernal, o de mocos amarillos sin parar de sonar.

A veces me muestro renuente a levantarme de la cama y cagar. Hay semanas y meses, incluso hubo un año que me quedé en la cama sin cagar ni mear. Llegaron reporteros de todo el mundo, La BBC, La NBC, La TVE y hasta Greenpeace, Colocaron sus cámaras delante de mi culo, a la espera de un pequeño indicio, un pedo sonoro o silencioso. Habían micrófonos por todas partes, mi intimidad fue asaltada por un grupo de tuaregs que me desvirgaron varias veces antes del alba.

Les cuento todo esto, porque me fastidia mucho lo que está pasando con las redes sociales. Todo el mundo cuenta cosas triviales, que si cuelgo una foto de mi viaje a las putas cuevas de coltan, que si cuelgo una foto de un avión que se estrella y mueren quinientas personas, que si una foto de lo que sea, que más da.

Supongo que algún día empezaremos a hablar de cosas importantes, de personas que marcaron tu vida y de como el tiempo se las lleva a otro lugar, donde nos encontraremos cuando el tiempo se empeñe en hacerlo.         

(texto cedido por el autor) 

(© Pablo guillén Tudela, 2020) 

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