Cuando el
tiempo se empeñe en hacerlo.
A veces la
vida se parece tanto a una novela, que
da más giros que una saga, una
trilogía, o seis mil páginas repletas de capítulos con poco sentido.
Y de los
obstáculos, los incidentes y las situaciones a superar por el protagonista que
suben y suben de nivel, hasta que casi no puedes respirar.
En la novela
cuando estás acorralado, cuando estás jodido, cuando empiezas a llorar como
solo puede hacerlo alguien que ha perdido a una persona muy querida, pasas de
página o cierras la novela hasta el próximo otoño o el siguiente cambio de
hora.
En la vida
es difícil aplazar el dolor para otro momento.
Es difícil
encontrar argumentos o motivos para explicar lo que ha sucedido.
El año se
quedó al final más pequeño que un dedal, que un nido de hormigas, más pequeño
que nuestra ética, nuestra moral y nuestro abanico de valores, tan frágiles,
que el más leve viento los cambia de dirección.
El año se
quedó, como digo, con demasiadas personas importantes en mi vida. Se quedó con
el amor de mi hermano, Luis, y se quedó también, con el amor de mi madre.
Que puedo
decir de todo lo que me arrebató el tiempo que pasó durante el 2019.
A veces me
siento como ahogándome en un charco de aguas salobres rebozadas con mi propia
sangre.
A veces me
siento tan vacio como una cueva repleta de murciélagos, como el amor de tu
vida, que quien lo diría, se convirtió en el divorcio de tu ruina.
A veces me
asomo a la ventana sin más, no hago caso del alfeizar, y me asomo sin más,
veo siempre gente, a cualquier hora del
día o de la noche, veo gente. Gente completamente igual y a la vez
completamente distinta. Gente como yo, que no soy ninguna excepción, porque
pecaría de pedante, de mirar por encima del hombro. Y yo no soy ninguna
excepción y solo miro por encima de mi balcón y paso mucho del alfeizar de la
ventana y siempre me apoyo en el suelo, aunque a veces este repleto de mierda
de humanos y de pelo de ratas, y de saltos de cama.
A veces me
masturbo sin venir a cuento y me siento bien. Otras, lo hago viniendo a cuento
y casi nunca acabo.
El médico, el especialista de lo que sea, dice en su diagnostico, algo que empieza con m y concluye con ga. Supongo que se refiere, porque su letra no se entiende una mierda, se refiere a que son muy importantes los preliminares y una mamada larga siempre ayuda a una erección larga.
Al final, el
siquiatra me inyecto doble de pentotal, me pusieron a la fuerza una camisa, y
yo, odio las camisas.
A veces
llego a la conclusión de que estamos todos locos y los que se creen que no lo
están, habría que inyectarles una dosis de trastorno bipolar, o ataques de
epilepsia, o una dosis enorme de diarrea, o de tos infernal, o de mocos
amarillos sin parar de sonar.
A veces me
muestro renuente a levantarme de la cama y cagar. Hay semanas y meses, incluso
hubo un año que me quedé en la cama sin cagar ni mear. Llegaron reporteros de
todo el mundo, La BBC, La NBC, La TVE y hasta Greenpeace, Colocaron sus cámaras
delante de mi culo, a la espera de un pequeño indicio, un pedo sonoro o
silencioso. Habían micrófonos por todas partes, mi intimidad fue asaltada por
un grupo de tuaregs que me desvirgaron varias veces antes del alba.
Les cuento
todo esto, porque me fastidia mucho lo que está pasando con las redes sociales.
Todo el mundo cuenta cosas triviales, que si cuelgo una foto de mi viaje a las
putas cuevas de coltan, que si cuelgo una foto de un avión que se estrella y
mueren quinientas personas, que si una foto de lo que sea, que más da.
Supongo que algún día empezaremos a hablar de cosas importantes, de personas que marcaron tu vida y de como el tiempo se las lleva a otro lugar, donde nos encontraremos cuando el tiempo se empeñe en hacerlo.
(texto cedido por el autor)
(© Pablo guillén Tudela, 2020)
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