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VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ

 


EL DESCRÉDITO 

     Si existe un novelista, por encima de cualquier otro, que
haya marcado a los escritores de mi generación y se merezca hoy
en día por méritos propios un homenaje, ese es Louis-Ferdinand
Céline, autor, entre otras, de dos de las novelas más importantes
del pasado siglo, Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito, maldi-
to entre los malditos, estigmatizado por sus panfletos antisemitas y
su colaboracionismo con el régimen de Vichy durante la segunda
Guerra Mundial, vilipendiado, ninguneado y odiado, pero también
idolatrado, admirado e imitado hasta la saciedad. un homenaje que
incluso en su país natal, francia, le ha sido denegado por motivos de
oportunismo político, y que hoy, en España, aquí y ahora, en plena
debacle económica y social (y en un contexto muy semejante al que
él denunció en su día), un grupo de narradores nos hemos decidido 
a brindarle. 
    Porque creemos, en primer lugar (y en eso coincidimos
prácticamente todos), que su obra lo merece, por encima de cual-
quier consideración biográfica, histórica o política. porque para no-
sotros es un indiscutible referente y maestro, quizás el más grande de
todos, y desde nuestra posición de escritores nos sentimos obligados
a hacerle justicia. porque, hoy más que nunca, desencantados de la
política y el sistema imperante, el mensaje anarquista de sus novelas
sigue más vigente que ayer. porque no queremos seguir siendo cóm-
plices de su linchamiento y de tanta hipocresía. porque sus palabras
nos agujerean el corazón y enseñan gigantescas verdades, gusten o
no, duelan o no, escandalicen o no, hieran a quien hieran. porque
de su nihilismo aprendemos, gracias a él somos individuos pensan-
tes, no marionetas, y debido a él nos liberamos de velos y ataduras
y contemplamos objetivamente el mundo. porque si hubiera que
juzgar (como se le ha juzgado a él y a su obra) la literatura y el arte
por la catadura moral de sus artífices, las bibliotecas y museos se 
vaciarían… 
    Por todo ello y mucho más, esta antología, nuestro sentido
homenaje. 
    «Ya de puestos, hasta cuello», afirmaba a menudo Ferdi-
nand, y hasta el cuello nos hemos metido en su obra y hasta el fondo
hemos querido llegar. sin complejos ni prejuicios, sin filtros morales
ni consideraciones éticas, por el mero hecho de admirar su prosa y
reconocer su maestría, por el puro placer de hacerle (nuestra) justicia. 
    Cuando uno lee Viaje al fin de la noche o Muerte a crédi-
to o Norte o Rigodón, tiene que ser objetivo, lo primero. tiene que
reconocer, por encima incluso de la historia, que lo que el viejo y
resentido Céline afirmaba categóricamente desde su derrota: «soy
el escritor más grande de este siglo», tiene en parte su fundamento.
Es una fanfarronada celiniana, indudablemente, pero, en cualquier
caso, una indiscutible verdad. Lo que él hizo con el lenguaje, con las
palabras, lo que descubrió al fondo de nuestras atormentadas men-
tes, lo que intentó plasmar, lo que gritó, lo que cantó, fue la gesta de
nuestra desolación, el espectáculo dantesco de nuestro destino. Algo
que, al fin y al cabo, a todos nos da miedo: como ver nuestro cadáver
pudriéndose y contemplar atónitos nuestros gusanos. 
    Maurice Bardeche, en su biografía sobre LFC, afirma: «hay
algo que siempre resultará ingrato, que siempre espantará a los espí-
ritus timoratos, y es la no esperanza de Céline, el precipicio que nos
fuerza a contemplar, el abismo que no deja otro futuro salvo el caos.
Céline lo había dicho en una ocasión en una de sus entrevistas: no se
permite dudar de los hombres, y esa es una blasfemia para la que no
hay absolución.»” 
    Nuestro miedo, nuestra misantropía, nuestro espanto… Si
la literatura refleja (directa o indirectamente) nuestra experiencia,
¿cómo no va a reflejar nuestra desgracia? 
    Ese fue Céline, y ese, asimismo, su genio y maestría, su omi-
noso e iluminado talento: cantarle al horror y desnudar por dentro
nuestra mentira. 
    Su primera novela, Viaje al fin de la noche, abre la puerta al
carnaval: ahí está Bardumu, su alter ego, denunciando el sistema de
ser hombre, el mero hecho de estar vivo. La farsa de la colonización,
de la guerra, de la política, de la medicina, del orgullo, de la digni-
dad… Primer aviso. 
    Luego, Muerte a crédito. Aquí lo grotesco se erige ya sobre lo
ideológico o lo racional, se olvidan los contextos, las excusas, para ir
directamente al grano: nuestra infancia, los primeros pasos, el prin-
cipio del fin, el aprendizaje de la miseria y la muerte, el despertar…
Céline ya no es Bardamu, ahora es él mismo, Ferdinand, y lo será ya
en el resto de sus novelas. Ya no hay más lepras que ocultar. perdida
la esperanza, sólo queda ya el resentimiento. Comienza la función,
el espectáculo. La humanidad al completo es una mentira, una farsa,
una invocación de muerte. Y es precisamente esta revelación, la total
sinrazón, la absoluta desesperanza, la que le lleva a la exaltación final
y la que justifica, al menos de algún modo, su desafortunado error 
político. 
    Y entonces llega el odio, el aullido de la fiera herida, aco-
rralada, perseguida y demonizada: Fantasía para otra ocasión, De un
castillo a otro, Norte, Rigodón, etc. 
    Céline fue sin duda el perdedor del juego y él mismo se
regocijó en su derrota, se la sirvió en bandeja a la posteridad. 
    Aunque no pretendemos disculparle, exactamente. Lo que
más bien intentamos es mostrar cómo la experiencia influye a veces
de manera trágica y extraña en la literatura, cómo en ocasiones el
dolor engendra monstruos, para poder desglosar con tino de su obra
su inigualable estilo, su lenguaje emotivo grandioso, de los hechos
dramáticos que lo originaron. 
    ¿Fue Céline un escritor en esencia fascista o le llevó su des-
engaño a serlo? ¿fue realmente el más grande o fraguó deliberada-
mente su imagen desde su escritura? ¿fueron, en suma, sus panfle-
tos antisemitas fruto de su desencanto, o más bien el reflejo de un
sentimiento, «la tentativa de un sendero» (parafraseando a Herman 
Hesse)? 
    Sea cual fuere la respuesta, creo que lo más oportuno, por
encima de cualquier prejuicio e ideología, de cualquier sentencia
apresurada, es leer inteligentemente sus novelas, con la venia de los 
timoratos. 
    Y eso es lo que hemos hecho exactamente en esta antología,
Julio César Álvarez y yo como antólogos, y otros veintiséis autores 
españoles contemporáneos, algunos más y otros menos conocidos,
antes de escribir sobre el tema: leer imparcial y desprejuiciadamente
a Céline, primero, para poder hablar con fundamento de su legado
y obra después. Algo que muchos de sus verdugos y detractores, me
temo, no se han ni si quiera dignado a hacer, al menos con la debida
objetividad de espíritu. 
    Este es, pues, nuestro homenaje y tributo, Maestro, para ti
nuestra ofrenda. 


                                      VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ 


(VV.AA. El descrédito. Viajes narrativos en torno a Louis-Ferdinand Céline, Ediciones Lupercalia, 2013)
    

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