Otra Navidad
que se repite casi como el ajo, casi como uno de esos empleos de trabajos en
cadena en factorías que poco a poco se van vistiendo de máquinas y tecnología.
La Navidad
comienza entre el anochecer del verano y el letargo del otoño. Las cortinas de
luces, árboles de Navidad, los renos y papá Noel pasando más calor que un
cocodrilo en Siberia.
Supongo que
cada cual va estupidizándose al ritmo de sus endebles hábitos y el consumo y el
consumo es como una rueda encallada en la arena que por más que aceleres y
aunque siga rodando nunca llegará a ese lugar llamado felicidad.
Hoy el día
se despertó frio. Me calo un gorro de
pura lana casi virgen y me voy a ver el mar antes que se agoste.
Creo que no deberíamos
dejarnos embromar, ni engatusar, ni mucho menos torturar para que el monstruo
del consumo sea más fértil año tras año, Navidad tras Navidad.
Puede que la
sociedad esté llena de estructuras anómalas. Y supongo que ya saben que el
mundo a veces se mueve tan rápido que no hace falta llevar un reloj colgado,
aunque sea de pared. Y de pronto empiezas a sentir que vives de nuevo en el
mundo cuando te metes dentro del buró que adorna tu salón y que utilizas como
mesa camilla, mueble bar y lavaplatos.
Supongo que
nos vuelven tan locos que nos aferramos al consumo como si fuera una de esas
vigas maestras que sujetan un edificio de millones de viviendas.
Para
concluir, este año dejo algunos deseos y
objetivos pendientes que abordaré cuando el reloj de la puerta del sol sea lo
más visto de televisión en todo el año. Será entonces cuando yo mismo me expida
mis propias cartas de presentación. A partir de ahora sólo quiero tomarme a mí
mismo como referencia cuando alguien me pida cartas de presentación.
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