DEBERÍA CERRARSE EL OJETE PARA SIEMPRE
Son las ocho
de la mañana. Las calles están vacías de
vida. Es como un enorme cementerio, sin ataúdes, sin coronas y sin criptas.
Los días son
copias perfectas y no como antes. Ahora ya no distingues un domingo, de un
lunes o martes.
Casi Todo
está vacío y hasta nosotros como sociedad puede que seamos como un deposito
gigantesco de mierda que nunca se vacía del todo aunque no cierre ni de noche,
ni al medio día, ni tampoco cuando te despiertas de tu gilipollez con la
cuarentena de cuarenta días.
Han pasado
apenas tres o cuatro días de confinamiento en casa. Pronto se sucederán los
divorcios y como contrapartida mil y una embarazas y algún que otro aborto
seguramente necesario.
Han pasado
cuarenta y ocho horas o noventa y nueve con nueve. las calles vacías provocan
casas repletas de convivencia y de arroz con pollo a las cinco de la mañana
porque ya no sabes que excusa ponerle a tu mujer para estar unos minutos a
solas. Te metes al baño, pero no para cagar, ni mear, ni siquiera para vomitar,
solo quieres sentarte en la jodida taza del váter, cerrar los ojos e irte de
viaje a cualquier lugar remoto, aunque esté muy cerca.
El perro y
el gato se miran entre ellos y perdiendo la mirada en el vacio parece que
digan, ¡¡¡qué coño hace esta gente todo el día en casa!!!
Y como hay
que llenar las horas, pones otra lavadora con ropa limpia, planchas las
persianas de madera maciza y alicatas la pared del salón comedor para intentar
jugar un rato cada día al frontón.
Pronto la
gente acabará con problemas en la piel. Algunos por no salir de la ducha ni
para dormir y masturbarse como cada mañana antes de ir al curro, aunque hace
tiempo que están en esas listas del paro que serán más largas cada día. Otros irán
al especialista de la oreja para que les arregle el ojete y otros creyendo que
tienen miopía por que se pasan el día mirando muy de cerca el coño de su mujer
y cuando miran al horizonte lo ven todo negro, muy negro.
Puede que la
crisis del bicho ese, nos deje para ingresar en uno de esos centros de salud
mental. Puede que no queramos salir de allí, nunca y hasta nunca jamás (que ya sé
que no se debe decir) pero tampoco debería estar dando por culo el Covid-19,
tampoco debería tener diarrea tres veces al día, y tampoco debería tener una peluquería
para calvos abierta de noche y de día pegada a mi ventana donde me paso mucho
tiempo soportando el tremendo ruido de un potente secador que funciona a pilas.
Supongo que el mundo no está bien como está, supongo que casi nunca ha estado bien, y puede que la cosa no cambie a mejor. Hay demasiada gente conviviendo en el mismo hogar; una bola redonda que algunos se empeñan ahora en que es plana, demasiada gente confinada demasiado tiempo en el mismo lugar sin ninguna posibilidad de encontrar un enorme agujero negro que nos haga viajar a millones de kilómetros luz, uno a uno y una vez que la tierra estuviera con pocos pañales de mierda, con ballenas jugando al waterpolo o gorilas de espalda plateada con manos y piernas. Y llegado ese momento, debería cerrarse el ojete para siempre.
(texto cedido por el autor)
( © Pablo Guillén Tudela, 2021 )
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