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PABLO GUILLÉN TUDELA

 


CONCIERTO DE PIANO 

Falta solo una hora para que empiece el concierto de piano. Andy, el pianista todavía está en la habitación del hotel. Hay botellas de alcohol por todas partes. El suelo parece una alfombra de nieve bien cortada. Una hermosa mujer sale del baño, otra con las piernas abiertas y los ojos entornados no deja de meterse nieve. Andy no para de sangrar, sin embargo para evitar que le tiemblen las manos necesita tres rayas más.

De repente suena el teléfono de la habitación. Suena como hace treinta años. Ring, ring, ring. Andy está viajando. Llega a una cueva repleta de murciélagos y ratas. Alguna serpiente despistada y con el veneno justo para no quedarse tirada.

El director abre la puerta de la habitación con la llave maestra, la rubia del baño le baja los pantalones y se pone a follar delante de la gobernanta. El huésped de al lado se asoma con toda la intención y le da sin ton ni son por detrás a la telefonista que subió para dar un mensaje al señor pianista.

La sangre que baja muy despacio por las escaleras se toma un respiro, toma el ascensor panorámico que justo para en la puerta del piano city hall. El publico cansado de esperar hasta la hora de empezar lo aclama. La luz tenue a propósito del escenario deja entrever un piano con solo ochenta y ocho teclas. Justo a la hora en punto un locutor micrófono en mano dice aquello de " con ustedes, señoras y señores, llegado desde los confines del universo, el genial, el inimitable, el pianista más aclamado desde Richard Claiderman, Andy el esnifador de nieve.

La gente se pone en pie, aunque siempre hay alguien que no lo hace y queda muy feo. Alguien en silla de ruedas, con muletas, o con una doble prótesis de cadera. La gente busca cualquier excusa para no cumplir con un sencillo protocolo.

Andy concluyó su actuación con "I never say goodbye"  en eso que sale la rubia desde detrás del telón, con una polla en la mano.

Un día después

Según el New York Time el existo de ayer fue inextricable, inigualable, irrepetible y no cesaron de elogios hasta alcanzar los dos mil caracteres.  

(texto cedido por el autor)  

( © Pablo Guillén Tudela ) 

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