No puedo demostrar de piel afuera
que los ojos naufragan
si se mantienen fijos como un sol
en la línea azul del horizonte.
Ni por qué un animal prevé su muerte
y se arrincona en sangre y se está quieto,
como en suave murmullo de hojas muertas,
hasta quedar sin agua su mirada.
Por qué nunca es posible huir del otoño,
alquilar la esperanza a bajo saldo
e imitar a las aves migratorias
refugiarse de amor a contratiempo.
Por qué a pesar del eco de un latido
una voz acaricia nuevas sombras
vistiendo de amarillo la ternura.
Por qué sí recordamos lo que no se comprende
de tanta oscuridad compacta y fría
al otro lado anónimo del sueño.
Por qué al atardecer uno se vuelve triste
y no encuentra el porqué en el poema.
(Antonio Llamas, Márgenes de un silencio, Casa de Galicia, 2007)
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