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HUNTER S. THOMPSON

 




A SALLY WILLIAMS 

Sally Williams era hija de un coronel y se había ido a Eglin para trabajar de esteticista en Mobile, Alabama. En esta carta, Thompson exalta la vida del «vago».


17 de enero de 1958.


Querida tarada:
Sí, soy yo otra vez, y probablemente te sorprenderá que te escriba si eres como otras personas a las que me he dirigido recientemente. Según parece, no doy la impresión de ser de los que vuelven a asomar la cabeza... menos cuando necesito dinero, claro.
Sea como fuere, el caso es que no me había dado cuenta de que conocía a tanto personaje pesimista y cínico. Todos quieren endosarme religión, comprensión, esperanza, paciencia y un sinfín de virtudes subnormales y propias de los curas para que capee mejor el temporal del desempleo.
Que le den por saco al desempleo: creo que es algo estupendo. Me gusta dormir todo el día y no tener nada que hacer, excepto leer, escribir y dar una cabezada cuando me siento cansado. Me gusta despertar por la mañana y volver inmediatamente a la cama si hace mal tiempo. En pocas palabras, creo que es magnífico quedarse en casa: siempre, claro está, que tenga suficiente dinero para comer y pagar el alquiler.
Pero como no es este mi caso, no tengo más remedio que trabajar, pero ¿qué diantres? ¿Es que hay que llorar y pedir perdón por ello? ¿Es acaso una vergüenza, una tortura que corroe el alma sin más tratamiento que la compasión universal? Joder, no. Yo estoy más que harto de recibir cartas que me dicen que «levante el ánimo», que vaya «con la cabeza bien alta», que «siga intentándolo», que «rece y sea virtuoso» y que lea los libros de Horatio Alger. Me gusta ser un parado. Soy un vago. Hay multitud de puestos de trabajo, pero lo que ocurre, lisa y llanamente, es que no quiero trabajar. Es así de sencillo: uno trabaja en Fort Walton porque es un buen cronista deportivo... uno hace el vago en Nueva York porque no es un buen cronista deportivo. Todo es relativo... y he escrito una oda:
«¿Habrá un hombre con el corazón tan vencido que nunca se haya dicho al oído, mientras da vueltas en su lecho mullido, ¡a la porra el alquiler, me lo gastaré en beber!?»
Brindemos pues por los placeres animales, por el escapismo, por la lluvia en el tejado y el café soluble, por el subsidio de desempleo y los carnés de lector de la biblioteca, por el ajenjo y los caseros generosos, por la música, los cuerpos cálidos y los anticonceptivos... y por la «buena vida», sea esto lo que fuere y donde estuviere.
Desnudémonos hasta los tobillos y deleitémonos en todo lo sensual: riámonos del mundo tal como lo vemos a través de nuestras gafas empañadas por el hongo atómico... y supongo que también podríamos pagar el alquiler, pues desahucio es la palabra más sucia del diccionario, después de hambre.
Así que aquí lo tienes: la profesión de fe del vago por gusto. Voy a hacer cuarenta copias con papel carbón y las mandaré a todo el que simpatice conmigo, adjuntando la consigna del mes: «el diezmo para Hunter».
Cuando abdique ante la degradación final, o sea, el trabajo, te lo comunicaré: probablemente sea pronto, aunque haré todo lo posible por que sea un trabajo sencillo. Entonces podrás venir a visitarme. De todos modos, seguramente estaré aquí hasta el verano y apuesto a que necesitas unas vacaciones.
Escríbeme unas líneas para decirme cuándo llegas. Hasta entonces...

… chao,
Hunter 

(Hunter S. Thompson, El escritor Gonzo. Cartas de aprendizaje y madurez, Editorial Anagrama, 2012) 

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