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PABLO GUILLÉN TUDELA

 



DESDE EL BALCÓN

Hoy escribo desde el balcón de la abulia de sueños dilatados que cuelgan de aves rapaces y carroñeras que vuelan en circulo oteando el festín que les espera cuando el gran depredador ( el hombre) quede al menos momentáneamente saciado.

Algo así he pensado muchas mañanas y he terminado por no levantarme de la cama hasta que la señorita que me acompañaba me dijera de una vez, necesito pintarme las uñas y además de otras cosas, se me ha corrido el rímel.

La verdad es que estoy muy preocupado por demasiadas cosas que no tendrán demasiada importancia dentro de tres o cuatro mil años. El gato se pasa el día amasando, el perro tiene conjuntivitis crónica y para acariciarlo o sacarlo a pasear tengo que utilizar unos guantes de látex y luego limpiarme las uñas con un cepillo de púas, como esos de limpiar a los caballos, después utilizo un gel de alcohol y placenta de rinoceronte y una crema de setas del bosque muy venenosas.

Hay días en que ahí, a poca distancia de casa algunas farolas duermen y otras parpadean. Son apenas casi las seis y veinte y veinte segundos, el café no sube y me da tiempo a cagar y cepillarme los dientes. Siempre me gusta cepillarme los dientes después de cagar y antes del primer café de la mañana ( lo del primer café sería prudente obviarlo) el caso es que sales a la calle con las lagañas pegadas a las lentillas y parece que estás en pleno centro Londinense porque la niebla te llega hasta la gomina que acabas de ponerte mientras bajabas por el ascensor de las escaleras de cuatro plantas de la época. Si, esa época que según la legislación vigente entonces y difunta ahora, no exigía casi nada a los constructores y promotores de viviendas de 
primeras calidades. Creo que no hay ni un solo edificio en España ( por no irme más lejos) que en su tríptico y decálogo atrapa compradores, no se mencionara ( y lo siguen haciendo) primeras calidades. Y es verdad que son primeras calidades, pero de mierda, de mentiras, de papel las paredes. Tanto es así, que cuando estoy en el comedor nunca pongo la televisión, nunca discuto con mi pareja, nunca me tiro un pedo o eructo ( bueno estas dos últimas cosas si las hago) pero siempre le echo la culpa a los vecinos, aunque ella es sorda y el marido también con cierta edad, ósea de ochenta y nueve, es invidente y nunca sale de la cama salvo para correr las cortinas cuando el sol de medio día entra con muy mala leche por la ventana, aunque es verdad que le pusieron rejas y una alarma que detecta los movimientos.

Creo que lo que ocurre en el salón comedor no me importa mucho, pero cuando me voy a la cama y es uno de esos pocos días que mi mujer quiere follar al cabo de los meses y meses de matarme a pajas, resulta que la pareja de arriba ( que ella es guapísima y tiene un cuerpazo y todo eso) se pone también a follar con su amante circunstancial y llega un momento que no sé muy bien quien dice, cariño, cómeme toda y todo lo demás. A veces a mi mujer la llamo justo en ese momento cumbre, Elizabeth, ella está tan a tope que no me oye, pero ella se llama Conchi y la de arriba ya lo saben.

No sé, creo que los pisos de antes sin ascensor, sin trastero, sin comunidad y sin administrador eran mejores-  te permitían ahorrar- y eran peores porque nadie pagaba y estaba todo lleno de mierda. Hasta los patios de luces o interiores estaban anegados de basura y colgados y gente que todavía no estaba colgada pero que en poco tiempo lo estaría sin ninguna duda. 

Y todavía no sé muy bien lo que terminaré haciendo estas jodidas navidades. Si me toca la lotería no tengo ni pajolera idea lo que haré, y si no me toca, llamaré a Elizabeth y jugaremos a comprobar las bolas antes de meterlas en el bombo.

Y para concluir y todo eso, les confieso una cosa ahora que nadie está en el piso de arriba, ni tampoco en el de al lado; las cosas perdidas y pasadas tampoco son siempre tan apreciables. 


(Pablo Guillén Tudela, Sombras de luz y niebla, Donbuk Editorial, 2017)

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