INSÓLITOS
El insólito arte del intervalo: Eduardo Hervás
Joaquín Piqueras García
Recoger el lenguaje y deshacerlo,
descubrirlo, amasarlo, sanearlo.“Terapia Nocturna”, Eduardo Hervás
Nada
excepto la muerte
para salvarnos de la muerte
“El canto del llanero solitario”, Leopoldo María Panero
¿Se puede hacer acto de acopio del lenguaje para después deshacerlo, sanearlo, eliminar las impurezas de lo tópico y descubrirlo con nueva luz reveladora, sin las ataduras , sin los lastres de la comunicación práctica? Octavio Paz ya decía que la poesía devolvía al lenguaje su magia primitiva, pero Eduardo Hervás no se conformó con esa liberación y fue más allá en su firme empeño de emprender una revolución lingüística amparada en los “intervalos de la significación” – parafraseando a Túa Blesa (1)- que provocan los significantes ambiguos, fragmentarios, musicales, aparentemente vacíos de su discurso poético.
El poeta valenciano Miguel Eduardo Gómez González, conocido como Eduardo Hervás,“La Bola” – apelativo ganado gracias a su vasta cultura: hablaba como si fuera “la bola del mundo”- nació en 1950 y su más que efímera y atormentada existencia ( murió en 1972, a la edad de 22 años) la consagró, sobre todo en sus últimos años de estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia, al proyecto de una revolución social y política a través de las vanguardias artísticas. Telqueliano y militante del grupo maoísta Bandera Roja, halló en la Valencia de finales de los sesenta y principios de los setenta el ambiente idóneo para llevar a cabo sus propósitos, que entonces se quiso de libertad: libertad sexual, intelectual y política; pero – tal y como ha constatado Lluis Fernández en su ilustrativa novela al respecto Una prudente distancia (2)- el sida, los suicidios, las anfetaminas, el peso de la política... abocaron a este despliegue de creatividad y de libertades individuales a la autodestrucción. Hervás contó
con las ayudas o las complicidades, entre otros, de Alberto Cardín, de Adolfo Fernández Punzola, de Leopoldo María Panero, y, sobre todo, del poeta y cineasta maldito Antonio Maenza, con el que lo unía, según Panero, una relación que iba más allá de la mera colaboración artística (3).
Eduardo Hervás conoció a Leopoldo María Panero a través de Maenza, y desde entonces sostuvieron una interesante relación epistolar. Los empeños revolucionarios de Eduardo de transformar históricamente la sociedad mediante la vanguardia artística interesaron especialmente al poeta novísimo. De una carta de diciembre de 1971, transcribimos unas líneas que constatan el temperamento teórico-revolucionario que anima al autor valenciano ( en ese momento enclaustrado involuntariamente en el cuartel) y la confianza que éste ha depositado en Leopoldo:
“ querido Leopoldo:
...te envío algunos de los últimos textos que “leen” las “soledades”/ estos poemas pueden dar ya los primeros pasos en la línea de demarcación a trazar (i. e. a luchar) frente a las tres academias. / la idea de manifiesto (política/ poesía) me parece eficaz si está sostenida por una práctica de lenguaje que le sirva de base. Del texto teórico al texto poético no hay metalenguaje sino desplazamiento y condensación del objeto de sus dificultades y recursos...”
En este fragmento epistolar, en el que comprobamos algunas licencias lingüísticas “hervasíes” propias de su poesía ( la utilización de la letra minúscula, libre empleo de los signos de puntuación...), queda patente esa idea de forjar un manifiesto poético / político revolucionario común, que nunca se llevaría a cabo. Los dos poetas siguieron caminos muy diferentes, aunque unidos por el común signo de la autodestrucción: Panero continuó su convulsa vida de maldito, jalonada de escándalos, detenciones, arrestos policíacos, estancias en centros psiquiátricos, drogas, alcohol...; en tanto que el torturado poeta valenciano antes de que se cumpliera un año de esta misiva, decidió abrir la espita del gas y quitarse la vida. Como buen maoísta que era, gustaba de utilizar mucho la pizarra para escribir citas, así que dejó escrito como último testimonio de una vida efímera: “Estuvo bien mientras duró”. A los pocos días, apareció en las librerías su primera obra, Intervalo, no la esperó, el mismo día de su muerte el libro salía de la imprenta. Entre los muchos escritos que dejó Hervás, apareció el texto titulado “Las razones para escribir un libro” (4), en el que también podemos leer las “razones” de su suicidio:
“Lo que yo deseaba ser para otros excluía el serlo para mí y era natural que el uso que yo quería que se hiciera de mí – y sin el cual mi presencia en medio de los otros equivalía a una ausencia- exige que yo muera, es decir, en términos inmediatamente inteligibles que reviente.”
Leopoldo María Panero se refiere en uno de los poemas que conforman “El canto del llanero solitario”, de Teoría (5), en el que aparecen citados Hervás y Maenza a “la muerte/ para salvarnos de la muerte”. ¿Puede la muerte física, extraliteraria, salvar al autor de su muerte literaria, del silencio absoluto? En numerosos casos de la historia literaria la muerte ha contribuido al reconocimiento póstumo y a forjar la leyenda del maldito; pero lo cierto y verdad es que en el caso “Hervás”, al igual que en otros casos de su generación ( entiéndase Haro Ibars, ya estudiado en esta sección en un número anterior (6), Antonio Maenza, Antonio Blanco e incluso Aníbal Núñez, entre otros), la muerte no ha servido como revulsivo para la valoración y promoción de su obra, al menos en su justa medida. Eduardo Hervás publicó en vida algunos poemas en revistas y póstumamente dos breves e intensos libros: el citado Intervalo (1972) – que contenía también Emergencia- y Perfecto fuego (1979), ambos actualmente agotados. Años después, Rafael Ballester Añón recopiló toda su poesía en Obra poética (1994) (4), libro hoy día difícil de conseguir. Además, al contrario de su amigo Panero, Hervás es el gran proscrito de las antologías de la poesía de la época; sólo lo podemos encontrar en una antología autonómica, Última poesía en Valencia – de José L. Falcó y José V. Selma (7)-, en la antología de Hiperión Poetas de los 70 – de Mari Pepa Palomero (8) - y lógicamente no podía faltar en la insólita y polémica antología de Leopoldo M. Panero Última poesía no española (9), cuya selección – y sobre todo los comentarios “críticos” y los criterios de selección del antólogo- encontró varias e indignadas reacciones; por ejemplo, la de Guillermo Carnero en su artículo “No dar pie con bola”(10) rechaza las pontificaciones y excomulgaciones de la caprichosa y aleatoria antología: así se lamenta de la inclusión, entre otros, de Alfredo Costafreda, al que el autor de Dibujo de la muerte califica de “poeta no menor, sino nimio” y cuya presencia se debe a que “dicen que se suicidó, cosa genial para el joven Panero, y que no tiene nada que ver con la literatura”, y añade: “...de lo más reciente sólo bendice al valenciano Eduardo Hervás ( otro suicida, qué casualidad ) y a unos amiguetes suyos de menor valía”. Al margen de la más que discutible estimación de Costafreda, no creemos que sea el suicidio la razón – o al menos no la única- de la inclusión de Hervás en esta compilación – y tal vez tampoco el mismo Carnero lo creyera, al reconocer su valía-, ya que Leopoldo admiraba su poesía , a la que comparaba con la de Góngora, poeta al que el autor de Intervalo veneraba por haber creado un lenguaje específicamente literario. No obstante, no todo lo escrito en esa antología es elogio hacia su joven amigo, también escribe, no sin cierta injusticia - como indica Túa Blesa (1)-, que “se creyó en la obligación de traducir a Góngora al español” y que se fue “a descubrir lo que era la poesía abriendo una tarde el gas”. Tampoco Hervás aparece en los manuales de literatura en los apartados de la última poesía española, así, por ejemplo, ni siquiera es mencionado en la Historia y Crítica de la Literatura Española de Francisco Rico como otros malogrados compañeros coetáneos.
Tampoco aparece en los manuales literarios ( aunque sí en los cinematográficos) la figura del aragonés Antonio Maenza Blasco, cuya estancia en Valencia fue primordial para los designios revolucionarios de Eduardo Hervás. Antonio Maenza (1948-1979), adalid del cine independiente y vanguardista, revolucionario a su manera ( anarcoide, siempre fue refractario a cualquier ideología: los planteamientos marxistas de Hervás, su idea de colectivismo artístico y su vinculación a grupos universitarios siempre encontraron el rechazo y el enfado del cineasta aragonés), poeta, novelista - escribió la novela fragmentaria, experimental y autobiográfica Séptimo medio indisponible (11)-, venía de Zaragoza de rodar la película independiente El lobby contra el cordero(1968) y el contacto y la inestable amistad posterior con el joven inquieto Eduardo Hervás dieron como resultado la película Orfeo filmado en el campo de batalla (1969), trabajo, rodado íntegramente en Valencia y basado en textos en su mayoría atribuibles a Hervás, que recrea el mito heleno para hacer un manifiesto contra la burguesía franquista. Cine revolucionario y vanguardista que le sirvió a Maenza de trampolín para seguir su carrera, tras dejar atrás algunas asperezas en asuntos de estética y autoría con el autor valenciano, en Barcelona. Allí entrará en contacto con la vanguardia catalana y empezaría a rodar el largometraje inacabado Hortensia/Béance, con Enma Cohen. Tras la muerte de Hervás y su aventura catalana, Maenza entró con el servicio militar en una etapa puramente destructiva: maltratos, crisis personales, internamientos psiquiátricos, toxicomanías varias, todo un infierno del que sólo encontraría salida a través de una ventana. Se dijo que fue un intento de suicidio, se dijo que había sido un intento de asesinato; lo cierto y verdad es que falleció dos días después en el hospital Miguel Servet (Zaragoza). Murió a los 31 años, pero su actividad creadora se había truncado prácticamente a los 25 años (12).
Vidas fragmentarias, pero intensas, como sus obras; llenas de intervalos, de silencios o compases de espera entre explosiones vitales/verbales, para arribar al último intervalo, que resulta ser la pausa final. El arte del intervalo – nombre de la primera obra de Hervás- constituye un rasgo estilístico que define la poesía del autor valenciano: como indica Túa Blesa(1), en su poesía “el discurrir de la escritura parece que sufre un colapso, que titubea, que tropieza, que avanza sin avanzar, deteniéndose en el significante que se reitera y que significa entonces el intervalo, que se abre abismal en el fluir de la palabra..., punto de suspensión en el que el discurso queda como en estasis”. La estasis significativa la consigue el poeta con todo un despliegue de recursos de todos los niveles lingüísticos, pero que inciden particularmente en lo fónico: aliteraciones, rimas internas, juegos fónicos, paradojas, juegos de palabras, paranomasias: “su peso en posos/ esposan”, “sus gestos y sus gastos”, “las lunas alunantes”, “cruenta corriente”, “arañazo de araña”, etc. Como buen revolucionario, Hervás deconstruye y sanea la realidad /el lenguaje para construir y crear una realidad nueva, un nuevo lenguaje musical, deliberadamente propio ( como hiciera siglos atrás su admirado Góngora), que podríamos llamar “hervasí”, en el que lo importante es la cadencia fónico-musical dispuesta libremente y los intervalos de la significación que sus reiterativas notas (significantes) suscitan. A veces incluso– como también ha señalado Túa Blesa (13)-, la “lengua nueva” de Hervás se compone de simples significantes (“Calmano, cáreos...”) sin referente, de “pseudosignos” o “signos sin signos”, fragmentos de lenguaje que o bien adquieren sentido en el conjunto del poema, o bien devienen intervalos de vacío que son reiteradamente nombrados hasta producir reflexiones sin reflexión alguna, “lenguas sin lenguas/ que nos sumen en simas saturadas de lenguaje” (1).
La lectura del discurso poético de Eduardo Hervás es difícil, su poesía oscila entre la saturación semántica y los intervalos del silencio; Hervás traspasa, sanea el discurso lingüístico, explora y explota sus recovecos, el “trabajo de los huecos”, para crear su original discurso nuevo, en el que el tamaño y el alcance de los intervalos importan tal vez más que las partes musicales.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Túa Blesa: “Intervalos de la significación: la lengua sin lengua de Eduardo Hervás”, en Cuadernos del Lazarillo, 22, enero-julio 2002.
Túa Blesa: Tránsitos. Escritos sobre poesía. Valencia, Tirant lo Blanch, 2004.
(2) Lluis Fernández: Una prudente distancia, Madrid, Espasa, 1998.
(3) J. Benito Fernández: El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero, Barcelona, Tusquets, 1999.
(4) Eduardo Hervás: Obra poética, Valencia, Edicions Alfons El magnànim, 1994.
(5) Leopoldo María Panero: Teoría, Barcelona, Lumen, 1973.
Leopoldo María Panero: Poesía completa (1970-2000), Túa Blesa ed. (pp. 83-111), Madrid, Cátedra, 2001.
(6) Joaquín Piqueras García: “La soledad de un vampiro llamado Haro Ibars”, en Ágora, nº 8, primavera-verano, 2005.
(7) Última poesía en Valencia (1970-1983). Estudio y antología, José L. Falco y José V. Selma ed., Valencia, C.S.I.C., 1985.
(8) Poetas de los 70: antología de poesía española contemporánea, Mari Pepa Palomero Álvarez-Claro ed., Madrid, Hiperión S. L., 1987.
(9) “Última poesía no española”, Leopoldo M. Panero ed., en Poesía, nº 4, junio 1979.
(10) Guillermo Carnero: “No dar pie con bola”, en “Sábado literario”, suplemento del diario Pueblo, enero 1980.
(11) Antonio Maenza Blasco: Séptimo medio disponible, Zaragoza, Mira Editores S. A., 1997.
(12) Pablo Pérez y Javier Hernández: Maenza filmando el campo de batalla, Gobierno de Aragón, 1997.
(13) Túa Blesa: Logofagias. Los trazos del silencio, Zaragoza, Trópica, Anexos de Tropelías, 1998.