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RAFAEL CALERO PALMA

 






GINEBRA Y LÁGRIMAS 


¿Qué le dices a un hombre que reconoce no tener alma? 

                                                         Cormac McCarthy 




Al final de la calle,
un tipo con pinta de John Wayne,
bebe, sentado en la acera,
ginebra barata directamente de la botella
mientras fuma un cigarrillo.
Viste vaqueros desteñidos
y una camiseta blanca,
llena de manchas,
con la frase Jesús te ama
escrita en letras negras.
Un viejo pastor alemán
merodea, despistado, a su alrededor.
Un coche rojo pasa a toda velocidad
escupiendo los acordes de Heartbreak Hotel.
Los ojos del hombre tienen
un brillo extraño,
como si hubiesen vuelto
de un viaje sin retorno,
como si hubiesen visto
ante ellos un ejército
destruido y olvidado,
como si hubiese perdido el alma
jugando a los dados,
como si ya nada importase.


(Rafael Calero Palma, Versos de alambre de espino, Editorial Alhulia, 2009)

RAFAEL CALERO PALMA

 






Soñé con Charles Bukowski.
Está en un apartamento
pequeño y destartalado
de la ciudad de Los Ángeles.
Abundan la mugre y el caos.
En el fregadero se apilan
los platos y los vasos sucios.
Hay revistas y hojas de papel
tiradas por el suelo.
Hay libros amontonados.
Hay botellas vacías de cerveza y güisqui.
Es medianoche.
Bukowski está sentado
ante su vieja máquina de escribir,
su metralleta, como él la llama,
tecleando como si ésta fuese
un piano hermoso y desafinado,
bebiendo vino blanco
directamente de la botella
y escuchando en la radio
la Sinfonía Nº 9 de Mahler,
su favorita.
Cuando completa el folio
que está metido en la máquina de escribir,
el viejo Buk lo saca
y mete otro en blanco.
Durante un brevísimo instante
se queda quieto, pensativo
y entonces escribe esta frase:
Me da vergüenza ser miembro de la raza humana.
Y luego agarra la botella de vino blanco
y se la termina de un solo trago. 


(Rafael Calero Palma, Cuando atraviesas el fuego lamiéndote los labios, Ediciones enemigo público número uno, 2017) 

RAFAEL CALERO PALMA


CADA VEZ QUE DISPARAS A UN ÁNGEL


Cada vez que disparas a un ángel,
y ves
cómo cae,
agonizante,
sin vida,
sobre el asfalto,
piensas que ya nada volverá a ser igual,
que a partir de ese momento todo cambiará.

Pero todo permanece intacto.



(Rafael Calero Palma, El placer de ver morir a un ángel, Huerga y Fierro Editores, 2011)