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LOUIS-FERDINAND CÉLINE

 


CARTA 25 

 
Den Martes, 18 de marzo de 1946  

 
   Querido letrado: 
 
   ¡Imagínese cómo he empezado a revivir al enterarme de su regreso! Desde su marcha, ¡hemos vivido en una pesadilla de una atrocidad apenas concebible! ¡Nuestra única esperanza era su regreso! Pero también ¡he debido de vagar –y me colmo de reproches por ello– en torno a usted en estado de fantasma durante todo su viaje, en el que usted se proponía divertirse y descansar sin preocupación alguna! ¡Y ahora voy y le transmito otra preocupación! Al grano: mi esposa me ha contado que la que quiere mi ruina es una altísima personalidad política francesa que ha obligado, por decirlo así, a la justicia francesa a ponerse en marcha y pedir mi extradición por traición. Este hecho por sí solo, por su cinismo, indica claramente el estado de podredumbre al que han llegado la justicia y la política francesas y todo el estado francés. ¡Imagínese a ese ministro poniendo la justicia a su servicio, al de sus rencores, o de su partido para ir a perseguir a un desdichado escritor que no hace daño a nadie, en nombre de un delito inventado, imaginario! Ese hecho por sí solo desacredita toda la acusación. Por lo demás, ¡ese gran personaje, para perpetrar su mala jugada, desea permanecer en el anonimato! Lo que faltaba. Canalla y cobarde. Así se asesina: enmascarado o en una esquina y de noche. Así fue asesinado, por lo demás, mi editor Robert Denoël, una noche, en la place des Invalides. En este caso quisieran seguramente hacerme la misma jugada, de un modo más jurídico. Pero ¿cuál puede ser ese gran personaje que no se atreve a decir su nombre? Debe de ser, en mi opinión, un comunista y seguramente el propio Maurice THOREZ, su jefe al que di para el pelo en Bagatelles tildándolo de «mequetrefe congestionado por el éxito». Esas cosas no se perdonan. Por lo demás, el Partido Comunista tiene numerosos muertos que vengar y las masas comunistas nunca se sienten saciadas de sangre. Si Thorez revelara su nombre, se le vería un plumero demasiado grande y, por lo demás, causaría mal efecto en el actual Gobierno danés. Pienso también en SALOMON GRUMBACH, presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores en la Asamblea Constituyente… socialista comunizante. Era muy amigo de un correligionario que me odió muy en particular, el Dr. Ichok, falso doctor pero impuesto por el Partido Comunista en Clichy, donde yo ejercía. Aquel Ichok se suicidó en casa de Salomon Grumbach en el 39, en vísperas de la guerra. Lo perseguía el Gobierno Militar de París por espionaje, falso médico pero espía muy real, espiaba a la vez para Alemania y para los soviets. Evidentemente, Grumbach, aunque me odie a muerte sin lugar a dudas, no desea precisamente que yo lo identifique en ese infame trato. Se trata, evidentemente, de simples suposiciones, pero que explicarían perfectamente el celo de Charbonnière, enteramente a las órdenes de esas potencias, y el anonimato de esos altos malhechores. Quisiera pedirle, querido letrado, que dé a leer esta carta a mi esposa, que podrá ofrecerle otros detalles, me ha oído muchas veces contar todo esto. Lucette querida, más arriba he explicado al Sr. Mikkelsen lo que presiento por parte de ese misterioso X. Sería la historia Sampaix, en vísperas de la guerra, que renacería con otra forma y con el mismo objetivo: hacer que me fusilen. Miércoles por la mañana [20 de marzo]. ¡Ha llegado nuestro amigo! ¡Qué noticia me trae! ¡Ha desenmarañado todo con un tacto, una sabiduría, una maestría admirables! ¡Y una solicitud y un corazón maravillosos! Así, ¡la Justicia francesa se ha visto obligada a poner las cartas sobre la mesa! ¡Exponer mis crímenes! La montaña pare en verdad un ratón, ¡y, encima, es falso! Yo nunca he sido presidente honorario de nada. Se trata, me imagino, del Círculo Europeo, donde me solicitaron cien veces que ingresara. Al final, ¡me nombraron presidente honorario de oficio! Y mandaron imprimir mi nombre en su boletín. Yo reaccioné con mi violencia habitual, recuerdo aún haberles escrito que quería ser fusilado por mis actos y no por los suyos. No acusaron recibo de mi carta y se comprometieron a suprimir mi nombre. Cosa que hicieron, como comprobé más adelante. Por tanto, el incidente, grotesco e insignificante en sí mismo, es una pura mentira. Pongo por testigos al Dr. Lecourt (que era el secretario de aquel club) y al Dr. Bécart y a Gentil. ¡Así se han atrevido a torturarnos sin otras razones! Nuestro amigo me avisó de que iban a pedir la opinión de la embajada danesa en París sobre la repercusión que tendría en la opinión francesa la negativa a entregarme. Evidentemente, ninguna, salvo en el pequeño círculo de escritores comunistas requeterrencorosos: Aragon, Cassou, Malraux, Triolet, que son, evidentemente, los que están tras esa intriga. Hay que contarle todo esto en detalle a tu madre y a nuestros amigos para que pongan bien al corriente a Paul. Está muy familiarizado con el Ministerio Fiscal y también con los medios comunistas (¡fue el defensor del abominable Sampaix!) y también con Asuntos Exteriores. Se trata de tranquilizar a la embajada danesa en París. Mikkelsen se ocupa de ello, por otra parte. Nunca hablan de mí en los periódicos franceses como traidor, ni siquiera como colaborador. La investigación tiene que haber resultado en verdad infructuosa para acabar en esa mentira lastimosa. Es un caso Dreyfus al revés lo que quisieran montar. Paul podría enterarse fácilmente de cuál es la camarilla o el misterioso X que dirige esa despreciable conspiración. Hay que avisar también a Varenne con todos los detalles para que su tío actúe, si es posible. En todo caso, ¡creo que tal vez podamos respirar un poquito! Sólo corremos el riesgo de expulsión, pero, ¿adónde? Mikkelsen piensa en todo eso mejor que nosotros mismos. ¿Irlanda? ¿Groenlandia? Ayer estuvo buscándome invalideces para lograr que me trasladen al hospital y, como un idiota, he olvidado mencionar mi enteritis crónica muy grave, que me vuelve imposible la vida en la cárcel, que requiere tratamiento constante, NUNCA puedo hacer mis necesidades normalmente. Necesito siempre lavativas, purgas, alimentación especial. Lo han comprobado en el hospital de la cárcel. No te olvides de avisárselo en seguida. Son las consecuencias de una disentería contraída en las colonias. Y, además, el corazón, que está afectado sin lugar a dudas. Recuerda lo que me costaba subir nuestros tres pisos. Me da miedo caminar cien metros, ¡y no por pereza! Prefiero los limones a los tomates. He encontrado un poco de azúcar. Eres un ángel, cariño mío, y, si nos dejan por fin reanudar nuestra pobrecita vida, ¡no nos separaremos nunca ni un segundo! No me atrevo a creer en esta buena noticia. Tengo miedo. En una palabra, la acusación de traición se reduce a un odio abominable que no se atreven a confesar… y que está buscando sus motivos… quieren hacerme pagar Bagatelles… como se lo hicieron pagar al pobre Denoël… ¡quieren que sirva de escarmiento! Pero de mi conducta durante la guerra no sacan nada. Conque, ¡imagínate qué rabia! Si tienes que marcharte de Vedstranden, ¿adónde irás, pobrecita mía? Estoy muy preocupado. Tal vez Karen no se quede mucho tiempo. En fin, cuando volvamos a vernos, encontraremos, seguro, un huequecito… seguramente en el campo. Más valdría así durante mucho tiempo más… para mi salud… y la moral. El Sr. Mikkelsen nos dirá lo que hay que hacer. Debería venir Marie de París para traerte también, pobrecita mía, algo de ropa, un abrigo de piel sobre todo. Está deseando hacerlo. He escrito (es la vía oficial) al Dr. Levison para pedirle que venga a reconocerme. Pero tendrías que ir a verlo, por tu parte (Clínica de Enfermedades Nerviosas de la Universidad), para pagarle la consulta. No sé aún si querrá tomarse la molestia. En fin, ¡aquí tenemos, queridita mía, una pequeña mejoría! ¡Qué horror hemos vivido! Reanuda sin falta tu entrenamiento. No me atrevo a concebir demasiadas esperanzas. Sigo totalmente estupefacto. Mikkelsen ha actuado con verdadera genialidad. Ese Charbonnière es un demonio. Me imagino que será judío. Habría que conocer sus orígenes. Muy cerca de tu corazón, 
 
Louis 

(Louis-Ferdinand Céline, Cartas de la cárcel, Debolsillo, 2006)

LOUIS-FERDINAND CÉLINE

 



Aquí estamos solos otra vez. Es todo tan lento, tan pesado, tan triste… Pronto
seré viejo. Y por fin se habrá acabado. Ha venido tanta gente a mi habitación. Han
hablado. No me han dicho gran cosa. Se han ido. Se han vuelto viejos, miserables y
lentos, cada cual en un rincón del mundo. 
Ayer a las ocho murió la Sra. Bérenge, la portera. Una gran tormenta se eleva en
la noche. Aquí, en lo alto, donde estamos, la casa tiembla. Era buena amiga, amable y
fiel. Mañana la entierran en la Rue des Saules. Era vieja de verdad, al final de la
vejez. Desde el primer día, cuando empezó a toser, le dije: «¡Sobre todo no se tumbe!
… ¡Quédese sentada en la cama!». Me lo temía. Y después ya veis… Y luego en fin... 
Yo no he practicado siempre la medicina, mierda de oficio. Voy a escribirles que
ha muerto la Sra. Bérenge, a los que me conocen, a quienes la conocieron. ¿Dónde
estarán?…
Me gustaría que la tormenta levantara mucho más estruendo, que los techos se
desplomasen, que la primavera no volviese nunca, que nuestra casa desapareciera.
Lo sabía, la Sra. Bérenge, que todas las penas vienen en las cartas. Ya no sé a
quién escribir. Toda esa gente está lejos… Han cambiado de alma para traicionar
mejor, olvidar mejor, hablar siempre de otra cosa… 
Pobre Sra. Bérenge, pobre vieja, su perro bizco, lo cogerán, se lo llevarán…
Toda la pena de las cartas, pronto hará veinte años, se ha acabado en su casa. Está
ahí, en el olor de la muerte reciente, ese increíble gusto agrio… Acaba de aparecer…
Anda por ahí… Merodeando… Ahora nos conoce, lo conocemos. Ya no se irá nunca
más. Hay que apagar el fuego en el chiscón. ¿A quién voy a escribir? Ya no tengo a
nadie. No queda ni un alma para acoger con cariño el amable espíritu de los
muertos… para después hablar más suave a las cosas… ¡Ánimo, tú solo! 
Al final, mi vieja portera ya es que no podía decir nada. Se asfixiaba, no me
soltaba la mano… Entró el cartero. La vio morir. Un gemido de nada. Y se acabó.
Mucha gente había venido en tiempos a preguntarle por mí. Se marcharon lejos, muy
lejos en el olvido, en busca de un alma. El cartero se quitó la gorra. Yo podría
expresar todo mi odio. Lo sé. Ya lo haré más adelante, si no vuelven. Prefiero contar
historias. Voy a contar tales historias, que volverán a propósito, para matarme, desde
todos los confines del mundo. Entonces todo habrá terminado y me alegraré. 

(fragmento de la novela)

(Louis-Ferdinand Céline, Muerte a crédito, Debolsillo, 2006) 

LOUIS-FERDINAND CÉLINE

 




CARTA 32 


                                                    Den 28 de marzo de 1946 


Querido letrado: 


  Acabo de cambiar de celda e incluso —creo— de «barrio» de cárcel. En fin,
sigo solo, que es lo principal. En esta nueva celda, ¡tengo dos sillas! Pero, en cambio,
¡ya no tengo mesa! De todos modos, me las arreglo muy bien para escribir y leer.
Espero que la solución de mi problema diplomático-judicial, terriblemente delicado,
¡no tarde ya demasiado en llegar! Empiezo a sentirme sin fuerzas, la verdad. ¡Un
pequeño respiro al aire libre me sentaría bien! Pero ¡sé que es usted a la vez Minerva
y Mercurio! Me contento simplemente con enviar un pequeño recordatorio a mis
dioses protectores. Mi querida Lucette, cuando supe ayer que nos iban a trasladar otra
vez, fui presa de tal espanto, de tal pavor, irracional, que me habría matado de pena.
En este estado de angustia cualquier anuncio del menor cambio te hace temer al
instante lo peor. En realidad, nos han trasladado a todos los «Recreación» hacia
las mujeres en un rinconcito menos triste tal vez, en resumidas cuentas. Sigo solo.
Los carceleros son muy decentes. La cama es mejor. ¡Otra estación del Calvario! En
fin, tengo los periódicos, con los que me atiborro. He perdido a mi enfermera, por
ejemplo. ¡Aún no conozco a la nueva! Sigo con esa abominable cuestión de las
lavativas. Sólo pido una a la semana. He comenzado nuestro relato de los
Maudits con el bombardeo de la Butte. ¡Qué gracioso resulta al rememorarlo!
Coloco a Gen Paul de director de orquesta del bombardeo… Lo dirige todo en la
plataforma del Moulin con su bastón, el espíritu del mal, que ya es que todo el paisaje
gondolea, se infla, se hincha, las casas pierden sus formas. Todo se revuelve. Es el
espíritu de sus cuadros que se materializa. Es el sabbath de Popol. Y, además, primero
la visita de la Sra. Milon y de toda la gente que quería absolutamente que les
dedicase sus libros antes de que me fusilaran. «Va a valer lo suyo.» Las cosas que
hemos visto, pobre queridita mía, y sufrido sobre todo, ¡y hermosas precisamente! Si
me quedan algunos años de vida, Dios mío, ¡ir a perderse, huir, nunca más arriesgarse
a suplicios semejantes! De todos modos, es necesario que active mis manuscritos. Se
los venderé a Bignou. Tan sólo con el papel tendremos para comprarnos la cama
y los cuatro muebles que vamos a necesitar. ¡Todo lo demás llevado por los vientos
del ciclón! ¡Al saqueo de las Furias! Y, sin embargo, ¡cuánto me esforcé! Todo eso no
cuenta nada. Sólo cuentan la maldad y el odio. Veo que en París los triunfadores se
devoran ya mutuamente, pero aún no lo bastante para nuestro caso. Sería necesario
que De Gaulle volviera de dictador. Entonces seguro que promulgaría una
amnistía general de gozoso advenimiento. Pero no está listo todo eso. Y, sin embargo,
me gustaría mucho volver. Tú también, claro está, ya estamos hartos de vernos
despreciados, calibrados, juzgados, desacreditados, humillados de mil y cien formas, 
y por la Thomsen, además, ¡es el colmo! Tienes que haberte visto despreciado por
semejantes incapaces espantosas y atontadas, ¡para quedar bien asqueado por siempre
jamás de los seres humanos! Dios mío, ¡qué raza más inmunda! Hay que tomarlos por
sus encantos físicos (si los tienen), pero en todo lo demás, Dios mío, en 999 de mil,
¡qué cloaca! ¡Qué imbecilidad liante, infecciosa, rencorosa! Te dejas llevar hasta
tratar a todos esos andobas, ¡y estás perdido! Te condenas pero bien. Son todos carne
de matadero. Hay que abandonarlos a su destino. Estoy muy preocupado por tu
herpes. No me atrevo a hablar de Bébert, de la pena que me da el pobrecillo y frágil
animalito en todo este ciclón. ¿Podremos alguna vez, pobrecita querida mía,
recuperar los tres antes de la muerte un pequeño instante de respiro juntos? ¿Nos
dejarán respirar unos meses en medio de esta pesadilla que no parece que vaya a
acabar nunca? En fin, ya sabes que te tengo presente a cada segundo. Nunca me
separo de ti. El tiempo pasa y ya está. El odio también tal vez un poquito. Tuyo de 
todo corazón, 

                                                                                              Louis Destouches 


(Louis-Ferdinand Céline, Cartas de la cárcel, Debolsillo, 2006) 


LOUIS-FERDINAND CÉLINE

Disfrutemos de algunas citas de una de nuestras novelas favoritas: .
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VIAJE AL FINAL DE LA NOCHE
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"-Nos queda el amor, Bardamu!
-Arthur, el amor es el infinito puesto al alcance de los caniches, ¡y yo tengo mi dignidad!"
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" Aún no conocía a los hombres. Nunca más creeré en lo que dicen ni en lo que piensan. Es de los hombres y solamente de ellos de quienes hay que tener miedo, siempre".
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"La raza, eso que tú llamas así, es solamente esa gran pandilla de gente mísera como yo, legañosos, pulgosos, ateridos, que han acabado aquí perseguidos por el hambre, la peste, los tumores y el frío, llegados tras ser vencidos de los demás rincones del mundo. No podían ir más lejos por el mar. Pues eso es nuestra nación y esos son nuestros compatriotas".
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"La moral de la Humanidad a mí me la trae floja, como a todo el mundo, por cierto."
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"Por mucho que me diese vueltas y vueltas sobre el pequeño colchón, no llegaba a conseguir ni el más pequeño momento de sueño. Incluso masturbándose en esos casos no se siente ni consuelo, ni distracción. Entonces es la verdadera desesperación".
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"La naturaleza es algo espantoso e incluso cuando está domesticada con firmeza, como en el Bois, aún produce como angustia a los verdaderos ciudadanos".
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"Lo mejor que puedes hacer, verdad, cuando estás en este mundo, es salir de él. Loco o no, con miedo o sin él".
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"Cuando la imaginación falta, morir es bien poco; cuando se tiene imaginación, morir es demasiado".

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(Textos extraídos de Viaje al final de la noche, en sus ediciones castellanas de Seix Barral, 1986 , y Edhasa, 2007)"