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PABLO GUILLÉN TUDELA

 

HOTEL  1980 

El fuego estaba cerca, el calor se dejaba notar y el humo como niebla espesa no dejaba

ver nada que no tuvieras pegado a tu propia nariz.

Enrique estaba de turno de noche esa noche. La alarma de incendios no alarmo a nadie.

Eran las cuatro de la mañana. El hotel 1980 estaba completo. Algo más de doscientas

habitaciones con un tremendo overbooking casi de avión. Enrique recordó por un

momento las noches de guardia en el campamento militar de Rabasa. Rabasa era un

pequeño barrio muy humilde de Alicante que estaba pegado al recinto militar

Dos meses le bastaron para encontrar empleo una vez concluido el periodo militar.

Enrique era tímido, retraído e imberbe y le vino como un flotador a un naufrago

trabajar por la noche.

él se ocupaba como cada noche de revisar todo el trabajo diurno, de revisar la

facturación de restaurante, bar y sala de fiestas y de preparar las reservas del día

siguiente.

A las cuatro ya tenía el trabajo bastante adelantado. Ahora faltaba hacer la tercera ronda

de la noche. Puso un cartel en la puerta principal "vuelvo en cinco minutos" y la cerró

con una llave especial. Empezó por el sótano, la sala de maquinas, la lavandería con

montañas de ropa por lavar y planchar y por último las oficinas y los vestuarios de los

empleados. Todo parecía igual que cualquier noche y pronto se sentaría en uno de los

sofás tan cómodos del hall que había frente al mostrador de recepción y se tomaría el

bocadillo con los pies  sobre la mesa de cristal esmerilado una vez apartara con cuidado

un hermoso jarrón chino.

Pasó por la puerta de servicio y comprobó que estaba cerrada con doble llave. El manual

de noche decía bien claro que todas las puertas y ventanas debían estar cerradas para

evitar en lo posible atracos o sustos poco deseados. También decía que el teléfono tenía

que ser atendido antes de la tercera llamada, pero era casi imposible seguir a pie

juntillas el dichoso manual. 

A las cuatro y quince de la madrugada del once de noviembre de 1980 cogió el

montacargas para revisar las doce plantas; pasillos, office de camareras, iluminación

defectuosa o ruidos inapropiados a esas horas que sin duda provocarían las quejas de

algunos clientes.

Al llegar a la última planta observó que habían tres o cuatro extintores en mitad del

pasillo, casi dentro del ascensor. Todo estaba repleto de polvo que parecía niebla o

humo o todo junto, la respiración se hacía difícil y la visibilidad era casi nula. Enrique

pensó que se trataba de una gamberrada juvenil de uno de los grupos que se alojaban

para acudir al concierto de Miguel Ríos.

Abrió una de las ventanas del pasillo para ventilar y olvido cerrar la puerta del office.

Bajó a recepción y sacó el bocadillo de la mochila y un libro de Dostoievski. El papel

de aluminio parecía el ruido de astillas o brasas de madera quemándose, Enrique se

sentó en el sofá una fracción de segundo. En la mesa Crimen y castigo y un bocadillo

con dos mordiscos.  

La noche, la peor noche de su vida aunque viviera cien años estaba a punto de arder.   

Algunos clientes salían del hotel entrada la madrugada, algunas veces en busca de la

última copa girando en una pista de baile y otras abandonaban el hotel equipaje en mano

porque tenían el vuelo de regreso.

Esa noche del 11 de noviembre solo salieron los clientes de la habitación  quinientos

diez, dejaron la llave con uno de esos llaveros de metal o hierro del tipo ama de llaves

de Rebeca, pagaron la factura de los extras - la otra había que mandarla a viajes

Pautours, pidieron un taxi para el aeropuerto y Enrique mientras acababa con el

bocadillo de Catalana leyó el prologo de crimen y castigo.

Las cinco menos ocho minutos. Sólo treinta minutos después empezaron a salir gritos

del ascensor, la gente bajaba también por las escaleras arañando, pisando y empujando a

los demás, auxilio, auxilio,  hay mucha gente atrapada, la lengua de fuego está por todas

partes ¡por dios llamé a los bomberos, a la policía, haga algo! La centralita no 

funcionaba, el fuego debió dañar parte de la sala de comunicaciones. Todo

permanecía cerrado. Enrique olvidó el manojo de llaves de puertas y ventanas en el

office de la decima planta

algunos clientes bajaban llorando de pánico, con algunas quemaduras, algunos casi

desnudos por las prisas, otros con pijama y camisón y descalzos y hasta con algún york

side en brazos o algún grandes danés enano.

Enrique me cuenta esto hoy casi cuarenta años después asegura que con móviles, con la

legislación actual respecto al uso de materiales ignífugos en edificios como hoteles, o la

formación continua de equipos de protección proveniente de los propios empleados

podría, y de qué manera, haber cambiado el trágico final del hotel 1980. 

La gente corría hacia las ventanas y puertas cargados con sillas, con llaves, con

monederos repletos de calderilla lo lanzaban todo contra los cristales, era imperativo

salir de allí correr a una cabina telefónica que no fuera del tipo de la cabina de José Luis

López Vázquez, llamar a los bomberos de una vez y también a la policía,

Más de doscientas personas quedaban atrapadas entre la planta quinta y la decimo

segunda.

Todo el tiempo que tenían para salir de allí con vida ya se había quemado. El gigantesco

reloj de aguja del hotel 1980 se quedó parado a las seis menos cuarto del once de

 noviembre de hace hoy muchos años.

Enrique nunca me contó el final, pero sé muy bien que estuvo algún tiempo entre rejas y

visitando médicos de la cabeza, el gerente del hotel y el dueño no salieron indemnes ni

de libertad  ni tampoco de millones de pesetas de los de antes cuando todo se quemaba

con demasiada facilidad en edificios públicos como hoteles.   

He invitado a Enrique a cenar en casa en Nochebuena. Puede que yo le cuente el final

porque fui el único superviviente de los doscientos atrapados por una gigantesca lengua

de fuego. 


(Pablo Guillén Tudela, Lanzarse al vacío y otros relatos, Letrame Editorial, 2019)  

PABLO GUILLÉN TUDELA

 

LA MALETA 

Se despierta otra semana con la maleta repleta de días. Es quizá demasiado temprano y el andén está casi vacío y con algunas farolas que poco alumbran ya.

No sé cómo funciona todo esto. Hay gente que coge un tren y un destino y gente que coge el sentido contrario. Gente con todos los días en la maleta y gente con algún día suelto o incluso con solo unas pocas horas. Algunos pasajeros bajan en la última parada, pero la mayoría por una razón o por otra se bajan en las estaciones intermedias o incluso en las primeras.

El vapor sibilante de aquellos trenes del pasado que dibujaban nubes de humo se quedó guardado entre las tapas de la historia.

Algo así pensé esta mañana a las seis y seis.  últimante siempre me levanto a esa hora. Es como hacerse la ralla del pelo. Al principio cuesta bastante, pero una vez coge la forma casi no hace falta pene, perdón, quería decir el peine. a veces sufro de dislexia.

Me gusta caminar a lo largo del malecón del puerto y ver como amanece el azul y como las olas corren deprisa, aunque siempre lleguen al mismo lugar. Hay al parecer una filosofía canina;  si no vale la pena para comer ni para joder, échale una meada.  Quizá deberíamos copiar algo, no digo que lo de la meada sea lo ideal, pero tal vez el resto podría ayudarnos a centrarnos en lo fundamental y alejarnos de tanta periferia. Es un enorme placer aspirar una vaharada de mar y no digamos de perfume de mujer de noventa euros. A veces las palabras en otra lengua nos invitan a reflexión, por ejemplo en Ingles perro es Dog y al revés resulta que sale God ( Dios) supongo que al menos estaremos de acuerdo en que podrían ser ángeles. En fin, cada uno tiene su nivel de creencia y todo eso.

Hay días en esa maleta de la semana que espera en el andén, que la vida se descabala y llegas a sentirte casi desnudo con algunos harapos de vagabundo. Procuras no coger septicemia y aunque parezca peripatético todo esto que les cuento, la vida a veces es como un montón de abono pudriéndose en un descampado.

En ocasiones la semana te provoca una enorme concupiscencia de sexo, de comer angulas, caviar o pulpo a la gallega. Te provoca para que compres y almacenes cosas que hoy no necesitas, cosas que nunca necesitarás. Luego en algunos casos cuando la vespertina tarde te lleva de vuelta en el tren de la semana, o de los días sueltos, todo acaba pergeñando y el andén vuelve a esperar vacio otro tumulto en busca de lo mismo. 

Llegas a casa y abres la puerta y te encuentras a tu perro mesándose la barba y es que hace más de nueve horas que tenía que salir y más de nueve horas que mordisqueó el sofá de mil quinientos euros, se meó en el colchón de visco elástica y se cagó un poquito en cada habitación. Recuerdo una película " Los ángeles también lloran" este, llorar no sé si llorará, pero volar, seguro, y vivo en el piso ochenta y siete en pleno corazón de Manhattan. 

(Pablo Guillén Tudela, Sombras de luz y niebla, Donbuk Editorial, 2017) 

PABLO GUILLÉN TUDELA

 


LA FÁBRICA DE CEMENTO 

Era muy tarde, el reloj del coche marcaba las 4.17 de la madrugada. Tom arrancó el coche y salió del tanatorio rumbo a su casa. Tenía que ducharse y descansar al menos un par de horas antes de ir al trabajo. De repente empezó a llover con mucha intensidad, tanto que el limpiaparabrisas no era capaz de dejar un poco de visibilidad en el parabrisas. Tom se equivocó de salida de la autovía y de golpe se encontró delante de una vieja fábrica de cemento abandonada. En ese mismo instante el coche dejó de funcionar, era como si se hubiera quedado sin electricidad. Tom sabía que no era cosa de carencia de gasolina puesto que le gustaba tener el depósito siempre casi lleno, treinta o treinta y tantos litros. Sea como fuere el coche no respondía a la llave de contacto, los faros delanteros dejaron de alumbrar y el panel del salpicadero se quedó completamente del color de la noche. La fábrica de cemento abandonada estaba en un lugar apartado de cualquier otra carretera y aunque Tom contempló al principio la posibilidad de esperar en el coche y confiar de que alguien pasará por allí, de inmediato vio con claridad que estaba solo y que no podría permanecer dentro del coche mucho tiempo. La tormenta iba en aumento y el barro y el agua empezaban a subir por los laterales del coche. Era un mini última generación.

Tom tenía cuarenta y dos años, era perito especializado en asuntos como incendios en fabricas o cosas así. Cuando empezó a trabajar en la compañía aseguradora " todo cubierto" vivió algún tiempo en Oxford en  Dry hill road del barrio de Beckley  después la empresa le propuso un ascenso y lo mandó a Londres. Ayer, y ya habían pasado diez años, regresó a Oxford porque un amigo de la facultad y compañero de trabajo había muerto en circunstancias extrañas y Tom quiso acompañar a la familia en esos momentos tan difíciles.

El agua se colaba por las juntas de las puertas y casi se asomaba por las ventanas. Algunos árboles frondosos agitaban sus ramas, la cinta transportadora que se perdía en la oscuridad no dejaba de chirriar, la fabrica estaba abandonada pero a Tom le pareció ver luz tras una ventana. Tom se disponía a salir cuando de repente alguien golpeo con fuerza el cristal de la puerta opuesta a la suya.  Tom no conocía esta zona, no conocía a nadie. La fábrica de cemento estaba en Cassington  que está  casi en el otro extremo de Oxford. 

(Pablo Guillén Tudela, Sombras de luz y niebla, Donbuk Editorial, 2017) 

PABLO GUILLÉN TUDELA

 


UNA MAQUETA

El otro día me encontré con un hombre que vive con un quinqué, y un par
de cajas de cartón, de esas de ahora modernas, tan modernas que se
convierten casi por arte de birlibirloque en silla, sofá, mesita de noche,
váter o tienda de campaña pero sin porche, sin ventanas y sin techo.

Supongo que cuando más te crees tú que tienes el control de las cosas,
viene la vida y te pone en fuera de juego, te saca una tarjeta roja y te
expulsa del juego con una soberana hostia bien dada.

Y empiezas a encontrar callejones con muros de 28 metros donde antes
habían grandes avenidas y todo se transforma en una frágil maqueta que
nunca llego a convertirse en realidad. quizá todo fue una quimera, una
utopía con pocas ganas de mejorar o tal vez todo fuera una singular
distopía o algo así.

Las farolas están todavía encendidas a plena luz del día, son más de las 12
de la mañana y el eco de la lluvia paraliza los semáforos, las alcantarillas
escupen bastante agua y hasta mierda. Hoy no sé muy bien si habrá sesión
de cine matinal, ni siquiera funciona la televisión, la radio, los móviles se
han quedado como bloqueados y el cartero no ha aparecido en toda la
mañana.

Y no me gustaría que esto pareciera una gracia irreverente. Casi todos
ustedes saben, o están al cabo de la calle, respecto a las enfermedades de
acumulación lenta que sufre esta sociedad egocéntrica, arrojada por los
inteligentes hilos de la manipulación al volcán del consumismo, de la
satisfacción instantánea y de la tremenda pérdida de masa encefálica y la
consiguiente sustracción del acervo que solía distinguirnos de esa singular
especie llamada pitecántropo.

En conclusión, decía ( Dostoievski) que después de un fracaso, los planes
mejor elaborados parecen absurdos. ¿ pueden imaginar cuantos ha
sufrido el hombre?

Sin embargo, probablemente todavía queden muchas maquetas por
inventar y eso tal vez sea nuestro casi único salvavidas. 

(Pablo Guillén Tudela, Sombras de luz y niebla, Donbuk Editorial, 2017)

PABLO GUILLÉN TUDELA

 


TENGO LADILLAS 

No sé muy bien cómo poner una marmita para quitar las manchas de mierda, vómitos y botellón que cada jodido fin de semana de jueves a domingo se queda incrustado en las paredes de mi domicilio. Me encanta que la gente se lo pase bien, que la vida es como una canción con menos acordes que un racimo de uvas en plena campaña navideña.

Algo así pensé esta mañana antes de ponerme a escribir.

Salgo todos los días del año a pasear con mi mascota. Kenia es un schnaucer de nueve años y ya tengo confianza con todos los caminos y piedras y parques de todo tipo de animales.  A veces los otros animales lo dejan todo repleto de cosas que son como basura, clines, bolsas de patatas fritas, botes de refrescos, mierdas de su perro y cosas que no se comen y dejan ahí porque no hay nadie que les dé un jodido guantazo con la mano abierta y les diga; ¿acaso no has visto que hay dos mil quinientas papeleras y doscientos contenedores en poco más de diez metros?

Me empieza a picar la cabeza. El otro día fui al médico y me dijo que tenía ladillas y me extraño mucho. Nunca me he ido de putas, o al menos no tengo ningún recuerdo de ello. El caso es que fui al peluquero y me hice unas mechas que me quedaban bastante como diciendo, que pasa nena, necesitas que te ayude a ponerte las bragas.

En fin, lo que quiero decir con todo esto, es que todos buscamos lo mismo. algunos lo consiguen sin ningún esfuerzo y otros con todo el esfuerzo nunca llegan a llegar. Es como un puente bajo el agua que antes servía para cruzar un rio.

No me jodan que les estoy hablando de cosas personales. Coño estoy con los efectos de la anastesia y me acaban de quitar una almorrana que no quería ser una almorrana y no estaba dispuesta a que la quitaran de su sitio.

Todos buscamos nuestro sitio. Joder, pero yo macho alfa quiero estar siempre en los aledaños de un coño, o incluso dentro de él. Y no lo puedo decir públicamente porque me dirían de todo.   

Nota: bajo los efectos de determinadas sustancias uno dice lo que piensa. Luego el resto de la vida, dice lo que los otros quieren oír. 

(Pablo Guillén Tudela, Sombras de luz y niebla, Donbuk Editorial, 2017)

PABLO GUILLÉN TUDELA

 


UNA ARROBA 

El otro día en un intento de comprobar todo lo que el tiempo va olvidando, con un poco de ayuda por nuestra parte, me acerqué a una tienda a comprar tres arrobas de patatas viejas y siete de pipas peladas. Me dijeron que no estaban para bromas, que solo conocían y habían estudiado lo de los gramos y todo eso. Luego el guardia jurado me invitó a salir de allí. Hoy todo está lleno de Guardias Jurados. Creo que se podría llenar el Bernabéu y el Nou Camp y probablemente el Calderón, antes de derribarlo, solo de GJ en su día libre.

Y es que todo cambia tanto que en lo esencial no hemos avanzado casi nada. La gente discute por tonterías, se pelea por tonterías y entran en conflicto como si de ello dependiera su vida o algo así. Tanto se ha avanzado que a fecha de hoy 2021 Enero,  hay guerras que decoran de horror y error parte del mapa, guerras que regurgitan como el alimento que algunas aves les proporcionan a sus polluelos. Otras guerras son ya casi como un clásico y así es como pretende funcionar el mundo sin saber el valor de una arroba que en tiempo de hambre, en zonas de conflicto y escasez es primordial hacer acopio de alimentos y dejar eso de los gramos para palacios, políticos, empresarios gordos y calvos o flacos y con pelo y también con cientos de arrobas de riqueza que a sabiendas que no la podrán disfrutar, disfrutan o algo así de que el mundo esté atravesado por un eje, un eje que forma dos mitades y todos sabemos aquello del reparto y así es como funciona todo.

Termina el documental y apago el ordenador y los periféricos. Me siento en el bidé y miro por la ventana corrediza como a lo lejos despunta un bosque dorado de hayales. Le dije al fontanero, al arquitecto y al aparejador que necesitaba un bidé en el linde de la ventana y el balcón. Y así es como uno puede ser también feliz. No ha sido nada fácil porque hay gente que se queja de todo, que si las terrazas son para poner una mesa y sillas. Una sombrilla y lo típico un canario. Así nunca podremos avanzar. Vamos ahora que acaba de empezar el año, a vaciar todos los cajones de etiquetas y vamos a intentar no volverlos a llenar con las mismas de ayer, de hace cien años, de hace tanto tiempo que lo venimos haciendo que no sabemos lo que valen once kilos y medio de patatas nuevas.   

(texto cedido por el autor) 

( © Pablo Guillén Tudela )

PABLO GUILLÉN TUDELA

 


TERMITAS 

Esta madrugada a eso de las cuatro de la mañana pasada media hora, me desperté de sopetón. Algo me tiraba de los pies. La verdad es que me acojoné un poco. Me estaba deprimiendo. Mi vida no conducía a ninguna parte.

Me levante para lavarme y cambiarme de ropa interior y fue inevitable el reflejo del espejo. Me sentía como un tronco podrido lleno de termitas. Pero incluso con resaca, barba de tres días y más de un año sin visitar la peluquería yo tenía mejor aspecto que millones de personas.

Terminé de cagar en el váter y escudriñando el suelo de linóleo no logré encontrar lo que estaba buscando, el papel higiénico, el asunto no hacía más que complicarse porque no sólo no funcionaba la cisterna, sino también la toma del bidé y la bañera. La única fuente de agua provenía del lavabo  o del fregadero de la cocina que estaba al final de un pasillo de 32 metros, pero ya tendré oportunidad de desarrollar el asunto más tarde.

En los tobillos noté la marca inequívoca de dos colmillos. Yo no tenía animales de compañía; ni mujeres, hombres o viceversa.

Con estos bueyes para arar, la única luz que se encendió por unos segundos en mi celebro y que casi de inmediato se fundió, fue llamar a un ufólogo cuyo apodo o seudónimo era OVNI. Esto la verdad complicaba, y de qué manera, las cosas, pero cuando llegó acompañado de una preciosa mofeta que localizó en tiempo record a un enorme cerdito Vietnamita que algún desalmado dejó abandonado en los aledaños de un cine de arte y ensayo que sólo ofrecía películas subtituladas en Alemán, aunque la lengua de origen de las cintas eran en su mayoría de países asiáticos.

El caso es que la mofeta con todas sus buenas intenciones impregno la casa con un fuerte olor. Parecía una zona de residuos tóxicos y otros altamente nocivos. Tuve que contratar a una cuadrilla de limpieza y eliminación de olores fuertes.

Como es de pura intuición durante los siguientes quince días no pernocte en mi domicilio.

Con el dinero del seguro del hogar alquilé la suite Yucatán en el Hotel Maracaibo. La playa estaba tan cerca, que las sardinas, al menos por una vez, si eran frescas.

Supongo que la ley de costas casi siempre fue papel mojado y hasta untado de billetes o promesas de futuro.

Pasaron los días sin nada especial que contar hasta que el taxi me dejó en la puerta de casa.

Las cortinas descolgadas, luces encendidas, un potente olor a mierda salía por las ventanas que ya habían perdido las persianas. Saque la llave de la mochila y no pude abrir la puerta. Habían cambiado la cerradura.

112-091-092 y el 33333 nadie podía ayudarme. Me dijeron que eran Okupas y disponían de toda la protección jurídica, policial y administrativa al amparo de los derechos fundamentales del hombre, como lo es sin duda la vivienda.

Busqué  en el mercado negro a dos o tres sicarios de los países del este. La cosa no fue nada mal. En trece minutos, previo pago de la cuantía estipulada, los okupas salieron de allí.

Ahora cuando me despierto de sopetón ya no es porque algo me tire de los pies, sino porque esos cabronazos de okupas, me tiren de mi casa.         

(texto cedido por el autor) 

( © Pablo Guillén Tudela, 2021 ) 

PABLO GUILLÉN TUDELA

 


DEBERÍA CERRARSE EL OJETE PARA SIEMPRE

Son las ocho de la mañana. Las calles están  vacías de vida. Es como un enorme cementerio, sin ataúdes, sin coronas y sin criptas.

Los días son copias perfectas y no como antes. Ahora ya no distingues un domingo, de un lunes o martes.

Casi Todo está vacío y hasta nosotros como sociedad puede que seamos como un deposito gigantesco de mierda que nunca se vacía del todo aunque no cierre ni de noche, ni al medio día, ni tampoco cuando te despiertas de tu gilipollez con la cuarentena de cuarenta días.

Han pasado apenas tres o cuatro días de confinamiento en casa. Pronto se sucederán los divorcios y como contrapartida mil y una embarazas y algún que otro aborto seguramente necesario.

Han pasado cuarenta y ocho horas o noventa y nueve con nueve. las calles vacías provocan casas repletas de convivencia y de arroz con pollo a las cinco de la mañana porque ya no sabes que excusa ponerle a tu mujer para estar unos minutos a solas. Te metes al baño, pero no para cagar, ni mear, ni siquiera para vomitar, solo quieres sentarte en la jodida taza del váter, cerrar los ojos e irte de viaje a cualquier lugar remoto, aunque esté muy cerca.

El perro y el gato se miran entre ellos y perdiendo la mirada en el vacio parece que digan, ¡¡¡qué coño hace esta gente todo el día en casa!!!

Y como hay que llenar las horas, pones otra lavadora con ropa limpia, planchas las persianas de madera maciza y alicatas la pared del salón comedor para intentar jugar un rato cada día al frontón.

 

Pronto la gente acabará con problemas en la piel. Algunos por no salir de la ducha ni para dormir y masturbarse como cada mañana antes de ir al curro, aunque hace tiempo que están en esas listas del paro que serán más largas cada día. Otros irán al especialista de la oreja para que les arregle el ojete y otros creyendo que tienen miopía por que se pasan el día mirando muy de cerca el coño de su mujer y cuando miran al horizonte lo ven todo negro, muy negro.

Puede que la crisis del bicho ese, nos deje para ingresar en uno de esos centros de salud mental. Puede que no queramos salir de allí, nunca y hasta nunca jamás (que ya sé que no se debe decir) pero tampoco debería estar dando por culo el Covid-19, tampoco debería tener diarrea tres veces al día, y tampoco debería tener una peluquería para calvos abierta de noche y de día pegada a mi ventana donde me paso mucho tiempo soportando el tremendo ruido de un potente secador que funciona a pilas.

Supongo que el mundo no está bien como está, supongo que casi nunca ha estado bien, y puede que la cosa no cambie a mejor. Hay demasiada gente conviviendo en el mismo hogar; una bola redonda que algunos se empeñan ahora en que es plana, demasiada gente confinada demasiado tiempo en el mismo lugar sin ninguna posibilidad de encontrar un enorme agujero negro que nos haga viajar a millones de kilómetros luz, uno a uno y una vez que la tierra estuviera con pocos pañales de mierda, con ballenas jugando al waterpolo o gorilas de espalda plateada con manos y piernas. Y llegado ese momento, debería  cerrarse el ojete para siempre. 

 (texto cedido por el autor) 

 ( © Pablo Guillén Tudela, 2021 )                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      

PABLO GUILLÉN TUDELA

 


DECIDIR


El esqueleto es lo que todavía me queda

en la oscuridad de esta caja que pagué durante tantos años

y el limitado agujero cubierto de yerma tierra.

 

Creo que no supe vivir

tuve una educación convencional y corta

aprendí matemáticas, historia, geografía  y…

pero olvidaron, ellos, los que organizan nuestra vida, que deberían ensañar a decidir.

 

Creo que no supe vivir

creo que no supe decidir

 

Nos pasamos cada minuto de cada día persiguiendo el tren del destino, que nos aparcará en la estación de la felicidad

 

Sin embargo perdemos pétalos de flor en las frías vías del camino

 

Creo que no supe vivir

ahora ya es demasiado tarde

 

Las horas que no jugué con mi hija

las noches de amor que le sustraje al amor

 

Tiempo irrecuperable que se disipó entre largas jornadas de trabajo, hipotecas que quiebran tu presente y tu futuro

 

Ahora no necesito cremas, hojas de papel mojado que la sucia sociedad te exige, y que te convierte sin darte cuenta en un ladrillo insensible que deambula por bares anegados de vidas deshilachadas. Como la mía. Cuando  la noche araña los últimos rayos de oscuridad.

 

Creo que no supe vivir

y parece obvio, que ya no puedo decidir. 


(cedido por el autor)


© Pablo Guillén Tudela, 2021) 


PABLO GUILLÉN TUDELA

 


GENES COMPARTIDOS 

El otro día y podría decir año, entre la frontera de los cuartos y los finos y rápidos doce segundos que alentaban la esperanza del ser humano, me atragante con una de las uvas y casi sin respirar grite con un hilo de voz queda, feliz año 2021.

Tomé una copa de licor de whisky y luego otra y otra para obligar a los restos de la uva atascada a que viajara hasta el estomago y en su curso digestivo pasara por el intestino grueso y delgado para acabar incosteablemente saliendo por el culo para juntarse con el resto de miles de toneladas de residuos sólidos y líquidos de millones de personas que como todos saben forman un tremendo rio hasta llegar al mar y colmarlo de atenciones, de nutrientes que a buen seguro herborizaran el fondo marino y diseñaran con esmero suficiente la nominación de excelencia de decenas de playas del litoral español con ese símbolo inconfundible de bandera azul.

Lo curioso del asunto, es que simultáneamente la joven pareja del piso de al lado, se pone a follar a galope tendido aprovechando las almendras garrapiñadas, un poco de fuá de pato y algo más de dos copas de un caldo reserva de quince años.

Al otro lado de la calle y con el frio de Madrid de tres grados, más de un hombre, más de una mujer duermen protegidos con cartones mojados.  A pocos metros  la muerte pasa por un hospital y le coloca la etiqueta a varios pacientes para pasar a recogerlos en unas horas, en unos días.

Lo curioso del asunto, es que simultáneamente la noche se viste desnuda por solo sesenta mil euros, por dar las campanadas con el soporte demasiado hortera de un edredón con algo debajo de un gusto tan exquisito que lo convertirán en moda en 2021 y a buen seguro muchos morirán ante semejante disgusto.

Y así, ocurren decenas de cosas de forma simultánea. Un accidente en la autovía, una rueda que revienta, un alud de nieve que te deja en blanco y no sabes muy bien como seguir la historia. Los acontecimientos contingentes y los necesarios, distintos caminos que al final te llevan al mismo sótano.

La soledad de esta sociedad tan comunicada. No recuerdo de que ciudad hablaba aquel artículo de prensa de hace algunos días. De cada diez cadáveres que levante el juez al mes, al menos tres o cuatro, llevaban muertos entre quince y treinta días.

Algunas veces la vida se convierte en un lujo clandestino que tiene serios problemas para encontrar un lugar seguro para que simultáneamente la muerte no asome su sombra.

Y así, un año tras otro depositamos toda la esperanza del hombre, de la humanidad, toda la esperanza absolutamente de todo, en esos doce segundos.

No sé, me da la impresión de que nos hemos quedado estancados en la estupidez más absoluta, aunque debo decir en honor a la mentira, que somos sin duda la especie del planeta más inteligente, aunque compartamos innumerable cantidad de genes, con los primates, con las ratas y los gusanos. Quizá sea completamente cierto, porque año tras año va creciendo el número de gusanos con traje y corbata, el número de ratas con mansiones, aviones privados y prostíbulos a domicilio. Los primates por el contrario no quieren saber nada del hombre y su tremenda humanidad. 

(texto cedido por el autor) 

© Pablo Guillén Tudela, 2021 )

PABLO GUILLÉN TUDELA

 


CONCIERTO DE PIANO 

Falta solo una hora para que empiece el concierto de piano. Andy, el pianista todavía está en la habitación del hotel. Hay botellas de alcohol por todas partes. El suelo parece una alfombra de nieve bien cortada. Una hermosa mujer sale del baño, otra con las piernas abiertas y los ojos entornados no deja de meterse nieve. Andy no para de sangrar, sin embargo para evitar que le tiemblen las manos necesita tres rayas más.

De repente suena el teléfono de la habitación. Suena como hace treinta años. Ring, ring, ring. Andy está viajando. Llega a una cueva repleta de murciélagos y ratas. Alguna serpiente despistada y con el veneno justo para no quedarse tirada.

El director abre la puerta de la habitación con la llave maestra, la rubia del baño le baja los pantalones y se pone a follar delante de la gobernanta. El huésped de al lado se asoma con toda la intención y le da sin ton ni son por detrás a la telefonista que subió para dar un mensaje al señor pianista.

La sangre que baja muy despacio por las escaleras se toma un respiro, toma el ascensor panorámico que justo para en la puerta del piano city hall. El publico cansado de esperar hasta la hora de empezar lo aclama. La luz tenue a propósito del escenario deja entrever un piano con solo ochenta y ocho teclas. Justo a la hora en punto un locutor micrófono en mano dice aquello de " con ustedes, señoras y señores, llegado desde los confines del universo, el genial, el inimitable, el pianista más aclamado desde Richard Claiderman, Andy el esnifador de nieve.

La gente se pone en pie, aunque siempre hay alguien que no lo hace y queda muy feo. Alguien en silla de ruedas, con muletas, o con una doble prótesis de cadera. La gente busca cualquier excusa para no cumplir con un sencillo protocolo.

Andy concluyó su actuación con "I never say goodbye"  en eso que sale la rubia desde detrás del telón, con una polla en la mano.

Un día después

Según el New York Time el existo de ayer fue inextricable, inigualable, irrepetible y no cesaron de elogios hasta alcanzar los dos mil caracteres.  

(texto cedido por el autor)  

( © Pablo Guillén Tudela ) 

PABLO GUILLÉN TUDELA

 


HABRÁ QUE ESPERAR OTRO MOMENTO 

La vida es a veces como una taza de manzanilla fría, como un plato de arroz de tres días, como tumbarse en la arena y  que una ola poco prevista te rompa ese castillo que no te dejan acabar por más que lo construyas en el aire, como decía el inolvidable Alberto.

La vida está repleta de entierros de los que puedes escapar. Luego en otros, las lágrimas te cogen de los mismísimos huevos y te arrastran como un huracán haría con mil tanques cosidos con balas de demasiada paz

Ha sido un año, y me refiero al pasado 2019 cargado de tirones y de robos que te arrancan de cuajo la vida de una manera o de otra manera. Un hermano con más tablas que los Rolling, aunque él prefería a Serrat y su entrañable Mediterráneo que para eso está. Para oler a algas y a sal, a niñez y a familia y toboganes gigantes por donde se lanzaba la felicidad cuando el alba madrugaba o el sol se alejaba cargado de tarde, de risas, de hermanos, de padre y de madre.

El agua de aquellos hermosos veranos se perdió entre la tormenta de los años, de los recuerdos que duelen como piedras de granizo que te atropellan desprevenido porque nunca estamos preparados para tantas putadas. La vida es un generador de putadas, aunque frente a la muerte es como si te enamoraras de una monja de veinte años que no puede follar y al final acabas en el burdel de la puerta de al lado, porque las cosas son así y no lo he inventado yo, que diría aquel Italiano,  Sandro Giacobbe

Ahora suena un timbre. Contesto al teléfono y sale una voz que dice, estas idiota, es el timbre de la puerta, pero no abras porque o son atracadores de , dame la pasta, o de la iglesia evangélica, romana, del ku klux klan, o el Apartheid, o incluso puede que te quieran vender una ola de mar, una tarde de verano, o unos recuerdos rebozados de un pasado que nunca alcanzarás, aunque nades hasta el fondo y acabes por salir a la superficie por tu propio culo repleto de arena, aunque no solo de arena. Y sales y te manchas y coges el autobús de las siete y otras veces coges el último tren como hicieron tus padres que ahora todavía no se pierde entre tantas vías. Ahora eres tú el que no consigues encontrar todas las horas que no les diste, aquellas conversaciones pendientes, y aquellos abrazos que dejaste para el día siguiente. Y siempre era el día siguiente y siempre, siempre perdemos, que dice el amigo Leiva.
Siempre lo perdemos todo, cuando nos empeñamos en recuperarlo todo.  Habrá que esperar otra ola, otra tarde de sol jugando al escondite, habrá que esperar otro momento para que no os olvide.  

(Texto cedido por el autor) 

( © Pablo Guillén Tudela, 2021)  

PABLO GUILLÉN TUDELA

 


MÚSICA EN SORDINA 

Eran las cuatro de la mañana. Algunos dicen que es tarde y que no es buena hora para poner música, aunque este en sordina. Eran las cuatro, pero no era tarde para nada y era buena hora porque el reloj era suizo.

A veces todo parece sórdido. Es como si vivieras rodeado de exequias y de costumbres tribales y cada año pretendas trocar y hasta trotar y nos quedamos mirando la nieve helada y crujiente como alumbra una gélida noche invernal. Y arrobados por tanta blancura seguimos manchando a diario todas las calles y esquinas.

A veces me siento tan incomodo dentro de esta sociedad como dentro de un traje prestado. Y no pretendo acusar aquí a nadie de como naufraga el mundo subido a un montón de retales que ni siquiera están cosidos.

Otro año que estará a rebosar de fechas señaladas; El día de los bosques, el día del talador, del aserradero y del pirómano. El día de los océanos y arrecifes de coral y de los petroleros rotos y el chapapote. El día del tiburón y la ballena azul y el día de la sopa de aleta o cosas así. El día de los derechos humanos y el de la guerra y el hambre. El día del VHI y el de la hipocresía. De seguir así llegaremos a tener en overbooking el año y los 365 días estarán tan ocupados que adjudicaran los años pares para unas cosas y los impares para otra.  Lo probable es que no solucionen la contaminación del planeta, que también tiene su día, el día de la contaminación y el del hombre. 

A veces se toca tan baja esa nota tan importante, que el ruido de la noche solapa lo que nos grita. 

(Pablo Guillén Tudela, Sombras de luz y niebla, Donbuk Editorial, 2017) 

PABLO GUILLÉN TUDELA

 


PALABRAS DESDE EL COLETO 

Ayer, camino del programa de radio semanal, Alas de papel, cogí el autobús y bajo esa luz perfecta para escribir, saqué lo que quedó de un vetusto lápiz de la niñez. salieron las siguientes palabras de mi coleto:

No sé muy bien como abrocharé los botones del futuro para no pasar frio.

No sé como  de fuerte soplará el viento y hacía que lado lo hará para que el velamen no se agriete sin avanzar un solo centímetro.

No sé como guardar la cosecha de tantos años repetidos, para no acabar en la cuneta oscura de un camino perdido como tantos perros abandonados de dueños con tanto cariño.

Y como me quedaban cuatro o cinco paradas para llegar y semiconsciente de que el año estaba a punto de acabar, escribí una pequeña carta de deseo para un enorme destinatario, el mundo.

Mi prurito personal es que si el año próximo no somos capaces de limpiar la tierra, los mares y océanos, pintar la atmosfera sin humos, sin tanta mierda de vaca. Si no somos capaces de respetar de una jodida vez, la flora y la fauna del planeta qué, ya está al borde del abismo. Si no somos capaces, nuestra tremenda humanidad habrá sido un flagrante fraude, nuestra hermosa civilización, una casa repleta de alfombras donde esconder todas nuestras miserias.

Dejaremos sin ninguna duda un fragante olor a podrido, a berzas cocidas, a gas metano y a moho envejecido de siglos en enormes barricas de estolidez. 

Necesitamos y mucho a Cervantes, a Lope, Unamuno, a Whitman, Bukowski, Neruda, Tolstoi, Dostoievski, Schopenhauer y tantos otros que intentan hacerse camino en este majadero y manipulado mundo de la literatura.

Y si tenemos que construir enormes máquinas de ósmosis, hagámoslo de una puta vez y dejemos los viajes al jodido planeta rojo, en barbecho.   

(texto cedido por el autor) 

( © Pablo Guillén Tudela ) 

PABLO GUILLÉN TUDELA

 

SE ACABA EL AÑO 

Se acaba el ano y hay un olor a coliflor cocida, a gas metano y podrido, a alcantarilla flotante, a váter sin tapadera y sin dejar de cagar.

El año que a veces confundo con el ano porque soy daltónico y nunca me operé de cataratas ni siquiera cuando estuve en las de Iguazú.

El año que no es más que una pegatina, una señal que te indica algo. Un lugar, un recipiente para llenar, una nueva oportunidad para seguir destruyendo el planeta y una magnifica ocasión para darnos por el culo unos a otros, aunque nos empachemos de tanto dulce.

El ano que viene esperamos y deseamos ferviente y no pongo mente, que si bien llegará repleto de mierda, acabe algo más limpio que las letrinas de un jodido calabozo.

Ano más o ano menos, todavía no hemos dado con el sonido exacto. Y así, la letra camina por un lado y el bajo, la batería y la voz por el lado contrario.

Un año que rezuma  dolor y  llanto. tartas de cumpleaños con muchas velas que nunca se apagaron.

Un año de siniestro total si hablaros de un accidente de coche y el perito de la compañía de seguros al ver los daños estructurales y todos los ocupantes esparcidos por el suave asfalto tapizado de repente con ríos de sangre que se seca al compas de tanta  muerte.

Un año cargado de estupidez en los balcones a las ocho de la tarde, con un fondo musical que producía verdaderas ganas de cagar. Y de nuevo el fenómeno borrego nos delató como humanidad.

Vamos a pegar la hebra un rato.

El año se marcha agotado de tanta tormenta

De tantas horas oxidadas y muertas

De tantas mentiras formando colas y no precisamente de vida y mucho menos de esperanza con corneta incluida. 

El año baja con fuerza podrido de tan poca vergüenza

De no llegar a desembocar en el mar

sino en tanta muerte de asilo que se dejó contaminar.

 

El año se acaba y solo cambiará el número si algo en nosotros no cambia.

El año se acaba atufado por los efluvios que llegaron hace ahora ya un año.

Un simple uno no va a cambiar el rumbo, pero miles, millones de unos podrían conseguir que el mundo no siguiera tan podrido, como las minas de ríotinto. 

(texto cedido por el autor) 

© Pablo Guillén Tudela, 2020 )