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VAMPIROS Y POESÍA (IV). BAUDELAIRE

Son muchos los autores que a lo largo de la historia de la literatura han cogido el vampiro como motivo o símbolo poético ( por ejemplo, Gabriel Rossetti, Allan Poe, Delmira Agustini, Gottfried August Bürger, Heinrich August Ossenfelder, Leopoldo María Panero, cuyo Lamento del vampiro ya publicamos en este blog, etc), pero para terminar este pequeño ciclo nadie mejor que el poeta maldito por excelencia: Charles Baudelaire, y dos clásicos de Las flores del mal:
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El vampiro
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Tú que, como una cuchillada;
Entraste en mi dolorido corazón.
Tú que, como un repugnante tropel
De demonios, viniste loca y adornada,
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Para hacer de mi espíritu humillado
Tu lecho y tu dominio.
¡Infame!, a quien estoy ligado
Como el forzado a su cadena,
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Como al juego el jugador empedernido,
Como el borracho a la botella,
Como a la carroña los gusanos.
-¡Maldita, maldita seas tú!
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Supliqué a la rápida espada
Que conquistara mi libertad
Y supliqué al pérfido veneno
Que sacudiera mi ruindad.
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¡Ay! el veneno y la espada.
Me desdeñaron diciéndome:
.-No eres digno de que se te libere
De tu esclavitud maldita.
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-¡Imbécil! -Si de su dominio
Te libraron nuestros esfuerzos,
Tus besos resucitarían
El cadáver de tu vampiro.
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(Versión de María Fasce)
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La metamorfosis del vampiro
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La mujer, entre tanto, de su boca de fresa
Retorciéndose como una sierpe entre brasas
Y amasando sus senos sobre el duro corsé,
Decía estas palabras impregnadas de almizcle:
«Son húmedos mis labios y la ciencia conozco
De perder en el fondo de un lecho la conciencia,
Seco todas las lágrimas en mis senos triunfales.
Y hago reír a los viejos con infantiles risas.
Para quien me contempla desvelada y desnuda
Reemplazo al sol, la luna, al cielo y las estrellas.
Yo soy, mi caro sabio, tan docta en los deleites,
Cuando sofoco a un hombre en mis brazos temidos
O cuando a los mordiscos abandono mi busto,
Tímida y libertina y frágil y robusta,
Que en esos cobertores que de emoción se rinden,
Impotentes los ángeles se perdieran por mí.»
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Cuando hubo succionado de mis huesos la médula
y muy lánguidamente me volvía hacia ella
A fin de devolverle un beso, sólo vi
Rebosante de pus, un odre pegajoso.
Yo cerré los dos ojos con helado terror
y cuando quise abrirlos a aquella claridad,
A mi lado, en lugar del fuerte maniquí
Que parecía haber hecho provisión de mi sangre,
En confusión chocaban pedazos de esqueleto
De los cuales se alzaban chirridos de veleta
O de cartel, al cabo de un vástago de hierro,
Que balancea el viento en las noches de invierno.
.
(Versión de Antonio Martínez Sarrión)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Escalofriante.