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EZEQUIEL PÉREZ PLASENCIA

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EL MAR YA NO DICE NADA
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Solías sentarte casi todos los días de casi todas las estaciones en un banco de madera en este muelle mediterráneo para relajarte, reflexionar, calcular, decidir y por tanto actuar, disentir, algo beneficioso simplemente para andar por este mundo azaroso cada vez más ancho y ajeno, para posicionarte y aislarte del ruido cotidiano. De esa manera una vez te liberaste de todos tus fantasmas y enhebraste o compusiste algunas palabras, imágenes, sensaciones, una especie de canción atlántica, hace más de un quindenio, en otro mar que arroja cadáveres a la orilla de seres cuyo único delito es pobreza y negritud, no lo olvides, esto que acabas de decir merecería punto y aparte, pero vamos a dejarlo así. Recuerdas que en las noches de insomnio mirabas a lo lejos desde la ventana de tu casa la diminuta y pertinaz luz escarlata del faro de la isla de enfrente y de pronto lagrimeas, oh, esa habitación de soledad cerrada ahora tal vez para siempre, al menos eso es lo que has determinado de momento, porque ya no habrá quien te lleve zumo de naranja y huevo batido con café a la cama. ¿No quedamos en que estabas reseco, a qué viene esta exacerbada sensibilidad cuando pensabas hablar de pintura metafísica, de otra baliza dibujada por tu admirado Edward Hopper, algo así como que un lienzo debe ser visto, entendido y leído, establecer las diferencias entre mirar y ver, esclarecer el verdadero sentido de la alteridad? Sin duda, éste es un vuelo versicolor en el cual la creación es un hermoso pájaro volando, sin final premeditado, lo reiteras porque es preciso y por mero ejercicio de libertad, pues ello ya lo afirmaste en una ficción. De modo que te conviene recalar en el verdemar, por ejemplo, como los ojos del basurero ex compañero de escuela que te recogió una madrugada, tendido en el suelo, en la que habías resuelto terminar de una vez por todas en el fondo del océano, sólo porque perdiste o se esfumó el contenido del disco duro del ordenador. Ah, pequeño zorro, rememoras esa otra historia y la aflicción descaece, consigues el propósito hasta aquí ignoto de ezquerdear y sentenciar que el mar ya no dice nada. Sólo te queda currar, currar.
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(Texto inédito de Ezequiel Pérez Plasencia)

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