LOS DESPERFECTOS
.
Nunca reventamos.
Simplemente avanzamos en silencio
entre multitudes
por entre el polvo en suspensión del aire.
A lo más, protegemos con disimulo nuestro pecho
mientras intuimos que vienen a por nosotros.
Todo en silencio. Sin despertar sospecha.
Bebemos whisky o ron con cola.
Planeamos viajes que, como tú, no realizaremos.
Pero todo en silencio y, a lo más, protegiendo el pecho
disimuladamente.
Sin despertar sospecha ajena.
Disimuladamente.
Porque somos los desperfectos y estamos llenos
de daños.
Somos los desperfectos y ya no soñamos
que poema alguno nos libere. Tú tampoco.
Por eso callamos,
mientras intuimos que vienen a por nosotros.
Los chicos de la calle, abandonados los trompos,
los grillos y los rabos de lagartija,
nos saludan
y tampoco saben nada.
Simplemente avanzamos en silencio
entre multitudes
por entre el polvo en suspensión del aire.
A lo más, protegemos con disimulo nuestro pecho
mientras intuimos que vienen a por nosotros.
Todo en silencio. Sin despertar sospecha.
Bebemos whisky o ron con cola.
Planeamos viajes que, como tú, no realizaremos.
Pero todo en silencio y, a lo más, protegiendo el pecho
disimuladamente.
Sin despertar sospecha ajena.
Disimuladamente.
Porque somos los desperfectos y estamos llenos
de daños.
Somos los desperfectos y ya no soñamos
que poema alguno nos libere. Tú tampoco.
Por eso callamos,
mientras intuimos que vienen a por nosotros.
Los chicos de la calle, abandonados los trompos,
los grillos y los rabos de lagartija,
nos saludan
y tampoco saben nada.
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(Martín Lucía, Los desperfectos, Sevilla, Ediciones en Huida, LUNA RECHE, A.J., 2010)
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