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RAQUEL CASTRO

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CUENTO DE AMOR
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La miraba con latidos amplios, con pulsaciones que, aunque eran rápidas, parecían lentas. Se debía a la distancia, a que provenían de un lejano estar, de un profundo sentir. Ése que los vinculaba, que era un misterio. Que era absoluto, nuevo y peligroso. Podía ser peligroso, llegaba a pensar él, porque lo desapropiaba, porque lo hacía servil. Indefenso, a tu espera, todo, deseo, ven y roba.
Saberse esclavo de ella ¿Es posible tal intuición? Habría que, para ello, aceptar que hay destino, que está escrito, que el tiempo todo es ya.
Podríamos, si no, variar el anuncio: “saberse deseoso y capaz de ser su esclavo” “saberla capaz de esclavizar”. Eso, que ya es mucho, es conocerse en el deseo, sentir las fuerzas que se encuentran…
Pero él y ella aún no se conocen. Él se la encuentra en el súper. Una vez escuchó su voz y, aunque ya no puede recordarla, sabe que le gusta. Él no sabe si ella lo ha visto. Menos aún sabe si, de haberlo visto, se interesó por él. No han compartido una mirada franca. Todavía no. La mirada de la muerte, se decía él, la dulce y transcendental muerte. La que le haga dejar de ser para sí, para ya sólo poder ser a través de ella, por ella, en ella, para ella.
Eso piensa él con placer.
También consigue imaginar que sus miradas se cruzan y, la de ella, como quien cruza ruidos, estorbos u otras muchas cosas que sobran, sólo apura a pasar, en su indiferencia, hacia otro objetivo deseado, fueran cerezas o papel higiénico.
Nadie puede decir que a él le puede dar igual que no lo vea porque va hacia las cerezas o porque va hacia el papel higiénico. Las cerezas lo disculpan todo. Y la imagen de ella corriendo hacia las cerezas serían incluso un regalo, un dulce aperitivo para él que, así, más deseoso, más locamente deseoso aún, podría atender paciente hasta el próximo encuentro.
El desinterés por parte de ella es algo que dificilmente él puede procesar. Es capaz de imaginarlo, como quien imagina unicornios o demonios, pero no se lo puede creer. Sí puede imaginar que, de ocurrir eso, el hundimiento será inmediato, absoluto, irrevocable. Es capaz, terriblemente capaz, de temer que el encuentro con ella sea un destiempo, un desencuentro.
Él no llega ya a imaginar los encuentros, a quedar en los cuartos, a compartir camas. Pero sí que mira. Tiene de esas miradas, fuma, habla poco. Es un soñador.
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(Relato inédito de Raquel Castro. Enero, 2011)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho.