POÉTICA LA MÍA
Yo no voy de poeta.
Soy poeta.
No lo digo yo, no,
son mis tripas, y la sangre con sus venas,
el corazón, sus espinas que me hieren,
la razón de quien lo niega.
Después de decir la verdad
que ocurra cualquier cosa:
Que me lancen piedras a la puerta,
que rían y rían creyéndose
ser los únicos,
los que piensan (y se lo creen)
que nada más que en ellos,
que ellos,
son la luz de los versos.
Maldigo todo aquello
que hace acallar las bocas,
a quienes dejaron de ser poetas
para alzarse dioses,
falsos profetas,
charlatanes engreídos,
veletas de vientos ajenos,
y pisaron la voces nacientes,
frescas, atrevidas,
matándolos en su propia tierra.
YO LE CREÍ
Un día, mi marido me dijo
que siempre me querría.
Yo le creí.
Un día, también me dijo
que siempre estaría a mi lado
amándome, siendo sensible,
que jamás discutiríamos
y que todo sería perfecto.
Yo le creí.
Recuerdo que al principio,
era así, éramos felices
como se es feliz hoy,
con hipoteca, muebles nuevos
y una tripa de nueve meses.
Me decía que a la niña le pondríamos
de nombre como a su madre,
que en cuanto naciera, los tres
seriamos la familia-envidia de todos.
Yo le creí.
Hoy, en esta habitación fría,
paredes asépticamente blancas,
blancas batas y miradas profesionales,
les oigo decir:
Menudo hijo de puta,
mata a su mujer y su bebé,
otra más a la triste lista.
Y yo le creí.
(Carlos Gargallo, El silencio imaginario, Murcia, Azarbe, 2010)
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