Cada acción conlleva una responsabilidad.
SLAVOJ ZIZEK
Sobre la alfombra que decora el suelo
enlosado se elevan altas dunas
que el sol poniente vuelve anaranjadas,
crecen profundas sombras que convierten,
a vista de pájaro, el arenal
desierto, en piel de tigre desteñida
surcada por errantes
manadas de bisontes, sanguinarios
felinos que la sed ha vuelto dóciles,
exhaustos paquidermos que la mano
del niño inmoviliza
o desplaza al compás que su albedrío
le dicta.
Sí, procede con frecuencia
como un voluble dios que juguetea
con el destino de los seres vivos.
Sin saber, con intuir los siente suyos,
porque aún no es consciente
del alcance que entrañan sus acciones
y no entiende las leyes naturales
que gobiernan el mundo,
pero la práctica indiscriminada
del soborno o la angustia del castigo
mitigan su dominio, la aparente
aflicción que muestra ante los accesos
de violencia infundada.
Acaso su franca temeridad,
su falta de experiencia determinan
las proporciones incorrectas de hombres
y animales, la desafortunada
orientación con que una blanda luz
artificial señala el camino de vuelta
hacia la negra paz del envoltorio.
Quienes permanecen a la intemperie,
esas desorientadas muchedumbres
de plástico que esperan cerca de los motores
inservibles que el cielo
vierta sobre sus rostros
secos la miel mirífica del aire
de marzo, restablecen la secreta
correspondencia con la realidad,
responden a las formas que los sueños
multiplican y su presencia, rota
la inmaculada red de la virtud,
consuma el triunfo de lo imaginario.
Quien aprende a mirar, aprende a ser.
(Carlos Alcorta, Sutura, Madrid, Hiperión, 2007)
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