EL RENDIDO
Apuró la cerveza
y sacó la cartera para pagar.
A través de la ventana de la cantina
veía los pasajeros cabizbajos
esperando en el andén,
los trenes
y el reloj enorme de la estación.
Faltaban quince minutos
para las cinco,
la hora en que debía fichar
en el turno de tarde.
Miró el cielo de Marzo
y recordó la tristeza de su mujer,
el llanto de los niños
y pensó
que si se daba prisa
llegaría a tiempo de evitar
la mirada recriminadora del jefe.
Se levantó y enfiló
hacia la puerta de salida
y fue entonces
cuando le vieron pararse ante ella
y tras unos segundos eternos
girar sobre sus pies
y despacio
acercarse a la ventanilla
donde alguien oyó que decía
deme un billete
por favor
para el lugar más lejano
que tenga.
.
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