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LUIS HERNÁNDEZ


La vox horrísona de Luis Hernández o el poder terapéutico de la poesía


Joaquín Piqueras García



Solitarios son los actos del poeta
Como aquellos del amor y de la muerte.

Luis Hernández



Este año se cumple el 30 aniversario de la muerte del poeta peruano Luis Hernández, que en 1977 decidió poner fin a su vida arrojándose a las vías de un tren en plena marcha en las afueras de Buenos Aires. Nacido en Lima el 18 de diciembre de 1941, Luis Guillermo Hernández Camarero fue uno de los más originales miembros de la generación poética de los 60. Médico de profesión y poeta por necesidad, publica su primer poemario en 1961, con apenas 20 años, titulado Orilla, una breve plaquette de impronta neorromántica que delata a un autor que conoce profundamente la lírica de la Generación del 27 española (1). Un año más tarde edita Charlie Melnick (2), obra que se adelanta a su tiempo por trabajar temas y líneas de experimentación que serán desarrolladas por sus compañeros de generación a finales de esa misma década o en la década siguiente. Las constelaciones – 1965- (3), su último poemario publicado, confirmaba la madurez del autor y un afán renovador, tanto en el plano estilístico como temático, que no fue entendido ni apreciado por una crítica demasiado apegada a cánones no poco conservadores. La ruptura de Hernández con la anterior producción fue fruto de un gran esfuerzo poético; sin embargo, la mezcla de registros cultos y giros coloquiales, el empleo del humor y de la ironía, la combinación del verso y la prosa o el uso de citas metatextuales eran rasgos que entonces fueron cuestionados por un buen sector de la crítica y que a la postre serán aportes fundamentales para la poesía posterior.
Tras las desalentadoras críticas recibidas por Las constelaciones, Luis Hernández dejará de publicar hasta su muerte, aunque nunca dejará de escribir poesía. Fue así como a finales de la década de los 60 inicia una práctica que le convierte en un poeta único en su género: la escritura de “poemarios” dispersos en cuadernos escritos a mano que posteriormente regalará a sus amigos o a terceros. Como indica Mirko Lauer (4), Hernández “perdió casi todo interés por hacerse de una obra y se dedicó más bien a vivir una actividad poética, expresada entre otras cosas por su desprendida relación con los cuadernos que iba llenando”. Nos las habemos con un escritor insólito, que rechaza radicalmente la institucionalidad literaria, que prescinde de la formalidad editorial, para expresarse literaria y gráficamente con la meticulosa labor de un artesano en cuadernos cuadriculados escolares atlas de cien hojas y que además disemina sus inusuales poemas a su conveniencia: se los podía dar tanto a su mejor amigo como a un paciente o a su mecánico, pegarlos tras un ropero u ofrecerlos – según cuenta la leyenda – a las carreteras o a los paisajes, dependiendo de sus afectos, estados de ánimo o sus circunstancias. Se estima que existen o han existido – la totalidad no ha sido reunida- alrededor de unos 70 cuadernos, el número exacto tal vez nunca se sepa, que podrían ser partes, habida cuenta de la conexión temática y estructural, de unos 20 poemarios; pero el carácter móvil, eventual y único de cada cuaderno ha causado que buena parte se perdiera o se deteriorara. Así pues, reunir toda la poesía de Luis Hernández es una tarea ardua y poco menos que imposible. No obstante, se han hecho dos ediciones: una en 1978, bajo el título de Vox horrísona (5) – título propuesto y edición preparada por el propio autor antes de su muerte como proyecto de una tesis doctoral de un amigo suyo-, y una edición de 1983 ampliada con nuevos textos recopilados por Nicolás Yerovi: Obra poética completa (6), la segunda gran compilación de la poesía de Luis Hernández y hasta la fecha la más extensa, aunque nunca, a pesar del título, completa. Actualmente se trabaja en una nueva edición de Vox horrísona que podría ser la definitiva.
De la producción poética de Hernández, sin duda lo más original – y también lo que más calentamientos de cabeza ha dado a críticos, recopiladores y editores - son sus cuadernos, tanto por su poética como por su factura: escritos con plumones de variados colores, con bellas y variadas caligrafías; repletos de dibujos; escritos en seis idiomas, considerando el latín y el griego; y con numerosos elementos de collage: recortes de periódicos, partituras, traducciones, fotos, etc. De naturaleza rítmica, combinan ensayo, narración y poesía; una poesía desprendida, irónica, urbana, caracterizada por un tono coloquial, cotidiano. A través de versos breves, muchas veces trazados con ingeniosos juegos verbales, se burla de la solemnidad poética, del sistema, de sus formalismos y falsedades. Hay muchos poemas juguetones, ágiles, sencillos, pero debajo esa aparente sencillez uno descubre una extraordinaria inteligencia poética. El mundo de Luis Hernández está lleno de diversos e inesperados sentidos poéticos y filosóficos, que están ensamblados en sus versos de forma natural y espontánea; y en el centro neurálgico de sus reflexiones está el dolor, porque como ha señalado Edgar O´Hara, “la poesía de Luis Hernández es la pluralidad de los afectos, pero más que nada se ofrece como un oasis de cordura, una batalla contra el dolor ( cualquier dolor)” (7). Su dolor físico, su dolor existencial, el dolor que le causaba la estupidez humana, el dolor de los demás. El poeta, “medico de pobres” – se dice que no cobraba a los pacientes carentes de recursos y que incluso de vez en cuando les ofrecía, como si fuera una receta, algún poema o cuaderno – usa la poesía como potente analgésico para combatir el dolor. El poder terapéutico de la poesía. Hernández es el héroe solitario que somatiza el dolor de los demás y el suyo propio mediante la transfiguración de sus angustias en unos alter egos concretos: Apolo Citaredo, Shelley Álvarez, el boxeador Lucho Hernández, Capitán Dexter, Gran Jefe un Lado del Cielo o Billy the Kid: “Soy Billy the Kid y la exuberancia de mi amor/ hace que se haga un nudo en el pulmón”.
En los cuadernos Luis Hernández plantea una poética basada en la creación de sucedáneos heterónimos del poeta, textualizándose a sí mismo y construyendo identidades que siempre están en tránsito, que difícilmente se pueden anclar – pese a que todas no sean sino posibles metáforas del autor- en un mismo centro, pues la poesía es siempre para el autor de Vox horrísona continuo devenir, incesante exploración, constante relativización: no hay asideros – ni, por tanto, identidades- firmes ni sólidas. Esto explica el fragmentarismo relativo de los cuadernos y también lo que Edgar O´Hara (8) denomina el “excedente poético”: el espacio del poema no se agota en sí mismo, el poeta puede escribir muchas versiones de un poema, recurrir al plagio o al autoplagio, incluir un mismo poema en diferentes cuadernos, traducirse a otro idioma... En los cuadernos asistimos al taller mismo de la escritura, su proceso interno, su debate con el lenguaje y la representación; el autor nos muestra la poesía haciéndose, esto es, a la vez que nos ofrece el producto relativamente terminado podemos constatar su telar de gestación. La relativización y el movimiento permanente afectan no sólo a un nivel textual o metatextual, también a un nivel lingüístico – así, por ejemplo, en los versos “Los laureles / Se emplean/ En los poetas/ Y en los tallarines”, un símbolo de la poesía y de lo sublime por tradición como son los laureles es sometido a un proceso irónico desmitificador hasta equipararlo a un objeto cotidiano -; y a un nivel pragmático, al convertir la labor poética en un circuito solitario dirigido a un único lector eventual. Por todas las anteriores particularidades, Vox horrísona será siempre un libro insólito en la historia de la literatura, porque teniendo un único autor conocido – y por propia decisión de éste-, jamás será editado definitivamente, podría equipararse a una caja de CDs con tomas alternativas, covers, versiones imposibles de clasificar, etc. Vox horrísona es una línea de fuga más allá de todo intento de catalogación y de teorización absoluta.
Para Luis Hernández, “La poesía/ Es entregar al Universo/ El propio corazón/ Sin desgarrarse” ( “Ars poética”); en un acto solitario el poeta, dueño de una sensibilidad exacerbada, escoge la poesía como vehículo de expresión de sus emociones y lo hace como la cosa más natural del mundo y “sin desgarrarse”. Como indica Armando Arteaga en su artículo “Luis Hernández: esplendor en la hierba”, se trata de “una emoción rumiada en la serenidad” (9), y esto afecta incluso a la emoción más intensa de todas: el dolor existencial. Pues luego está el poder terapéutico de la poesía a través del distanciamiento irónico, de la heteronimia y del juego formal. El poeta Javier Sologuren – “Luis Hernández: la canción del arco iris” - (10) compara la obra de Hernández con la de Jorge Guillén, en cuanto que ambos están siempre atentos a la forma: “ En medio de ese mar que borra y desagrega (la vida simplemente), ¿no existe acaso, como Jorge Guillén lo vio y dijo, el salvavidas de la forma? En relación con el aspecto formal, Sologuren (10) saca otras analogías con poetas a los que Hernández admira: así, con Borges, la contención; con Vicente Huidobro, la inteligencia gozosa. Salvando las evidentes distancias con estos poetas, lo que sí es evidente es que el cuidado formal, la contención serena y la inteligencia lúdica son tres características que se avienen perfectamente al quehacer poético del autor de Vox horrísona. Y por si todo lo anterior no bastara, el poeta, como hemos señalado más arriba, se desprende de sus emociones “poetizadas” – esto es, tratadas bajo la terapia de la poesía- y las ofrece a quienes pueda ayudar con su poder analgésico. Pero esto acarrea el efecto secundario del desprendimiento de la propia persona; al entregar sus cuadernos a distintas personas, él dejaba una parte de sí en los demás, y al mismo tiempo se desprendía paulatinamente de su vida: “mataría extensas partes de mi ser”, dejó escrito. La voz horrísona del principio se convirtió al final en voz silenciosa; a medida que se acercaba su muerte se fue volviendo más silencioso y su dolor, más profundo ( le dolía la espalda, el estómago, pero sobre todo le dolía el mundo: un dolor tan fuerte que ni la poesía ni el Sosegón podían aplacar). Hasta que el silencio se adueñó de su vida en otro acto solitario, como el del amor o el de la creación poética, al fin y al cabo, como dijo Balzac, el suicidio “es un poema sublime de melancolía”. Manuel Lasso escribió: “Posiblemente entonces comprendió que para un verdadero creador el escribir o el pintar podía ser también el morir. Y que el suicidio se podía convertir en la última expresión estética de un melancólico” (11).
Su suicidio; la originalidad de su poética; su marginalidad – según Armando Arteaga (9), “perteneció a la generación del 60, pero estaba lejos de ella, muchas veces marginado de la “pose” de algunos poetas que veían en Lucho (Hernández) un “peligro” para sus cacareadas voces”-; su voluntaria exclusión editorial y su rechazo al stablishment literario; la original forma de desplegar su verbo y sus dibujos en innumerables cuadernos y de desprenderse después de ellos; además de una serie de circunstancias biográficas, no confirmadas, han alimentado la leyenda del poeta maldito, del outsider incomprendido, del poeta trágico y comprometido, del “suicidado por la sociedad”, como escribiera Artaud refiriéndose a Van Gogh. Sin embargo, treinta años después se ha convertido en uno de los poetas más venerados y queridos en Perú (sólo después de César Vallejo y quizá Oquendo de Amat): es reivindicado por los poetas más jóvenes, por ejemplo, Oswaldo Chanove; se escriben tesis sobre él; la Pontificia Universidad Católica – donde estudió el autor- ha creado un archivo digital donde se ofrece gran parte de su valioso legado ( www. pucp. edu. pe/luishernandez); es introducido en todas las antologías, por ejemplo, en la reciente En la comarca oscura (12), en cuyo prólogo se valora la estética conversacional y la exploración en el antilirismo, la ironía y la narratividad de Hernández; se hacen las elogiosas reseñas críticas de las que el poeta careció en vida, ya que en palabras de Julio Ortega (13), su poesía demostró ser, por primera vez, la “forma inteligente de nuestra disidencia”; se han editado post mortem cuadernos inéditos, como Los poemas del ropero (14) o Cuaderno: Aristóteles. Metafísica (15) y se prepara una nueva edición de su Vox horrísona. Por si esto fuera poco, coincidiendo con el aniversario de la muerte del poeta se acaba de editar el polémico libro de Rafael Romero La armonía de H. Vida y poesía de Luis Hernández Camarero (16), un monográfico sobre una “vida signada por azares y tragedias” y sobre una obra sobre la que arroja nueva luz, al interpretarla desde la óptica novedosa de las armonías de la música y del Universo ( Hernández era además de poeta y médico, un excelente músico y un gran aficionado desde muy joven a la astronomía, tal y como demuestra su poemario Las constelaciones). El libro aporta un buen numero de documentos inéditos: certificados, fotografías e imágenes de cuadernos nunca vistos; pero ha sido la parte biográfica la que más ampollas ha levantado, al intentar desmontar toda la constelación de mitos tejidos alrededor de su imagen de poeta maldito: llega hasta arremeter contra la teoría de un suicidio más que probable ( según Romero, fue un accidente); por otro lado, desmiente los rumores sobre la supuesta y nunca demostrada homosexualidad del poeta ( se sabe que el gran amor de su vida fue Betty Adler) y desvela presuntas relaciones con mujeres casadas. Nos revela asimismo numerosos detalles sobre su personalidad – su temperamento solitario, su extrema generosidad, su tendencia a la depresión en contraposición a su vitalismo, su fobia a las entrevistas... -, sus aficiones ( la música, los toros, la poesía – hace en sus cuadernos homenajes a Ezra Pound o Rimbaud y traduce a autores como el poeta húngaro Attila József, que casualmente se suicidó utilizando el mismo modus operandis que nuestro autor -...), su inteligencia y vasta cultura, sus manías ( gustaba vestirse de blanco), su adición a la pentazocina ( se ganó el apelativo de “doctor Sosegón”)...
El solitario Luis Hernández es actualmente “laureado”, su incuestionable talento ha sido por fin reconocido, aunque sea póstumamente – como el de tantos otros poetas a los que él admiraba-; y es que la vox horrísona de su poesía en realidad está llena de deslumbrantes sonidos, luminosos colores, dulzura y dolor infinitos, para que la disfruten “todos los prófugos del mundo.../ A los que aman a pesar de su dolor y el dolor que el tiempo/ hace florecer en el alma”, es decir, todos nosotros.

BIBLIOGRAFÍA

(1) Luis Hernández: Orilla. Lima, Cuadernos del Hontanar [La Rama Florida]. 1961.
(2) Luis Hernández: Charlie Melnick, Lima, El Timonel [La Rama Florida]. 1962.
(3) Luis Hernández: Las constelaciones, Lima, Trujillo Cuadernos trimestrales de poesía, Nº 36, 1965.
(4) Mirko Lauer: “Nota introductoria” a Luis Hernádez: Vox horrísona, Lima, Hueso Húmero ediciones. 1981.
(5) Luis Hernández: Vox horrísona , Lima, Ames, 1978.
(6) Luis Hernández: Obra poética completa , Lima, Punto y trama, 1983.
(7) Edgar O´Hara: “Prólogo” a Luis Hernández: Trazos de los dedos silencioso. [Antología poética]. Lima, Petróleos del Perú- Jaime Campodónico editor.1995.
(8) Edgar O´Hara: Estudio preliminar a Luis Hernández: Una impecable soledad. [Reconstrucción de O´Hara de este libro “disperso” en la obra de Hernández]. Lima, Ediciones de los lunes. 1995.
(9) Armando Arteaga: “Luis Hernández: esplendor en la hierba”, Lima, Diario Expreso, 1983.
(10) Javier Sologuren: “Luis Hernández: la canción del arco iris”, prólogo a Obra poética completa ( Op. Cit.).
(11) Manuel Lasso: “Luis Hernández Camarero”, Cagua, Venezuela, Letralia, Nº 119, 2005.
(12) Luis Fernando Chueca, José Güich Rodríguez y Carlos López Degregori (editores): En la cámara oscura. Lima en la poesía peruana 1950-2000. Lima, Universidad de Lima, Fondo Editorial, 2006.
(13) Julio Ortega: “Biografía de los sesentas: La poesía en el Perú”. Berlín, Iberromania, Nº 34, 1991.
(14) Luis Hernández: Los poemas del ropero , Lima, Cronopia editores, 1999. [ Tres ediciones de los manuscritos pegados al dorso de un ropero, hallados por Liliana Bringas en 1999. La primera edición trae errores de copia subsanados en las otras dos ediciones].
(15) Luis Hernández: Cuaderno: Aristóteles. Metafísica. Colección Filigrana. Lima, Ediciones Altazor. 2000.
(16) Rafael Romero T.: La armonía de H. Vida y poesía de Luis Hernández Camarero. Lima, Jaime Campodónico, 2008.

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