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JUAN LUIS PANERO


A LA MAÑANA SIGUIENTE CESARE PAVESE NO PIDIÓ EL DESAYUNO

Solo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
-por vez primera había afirmado su existencia-
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-
se anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.


(Juan Luis Panero, Los trucos de la muerte, 1975. En Poesía Completa [1968-1996], Tusquets Editores, 1997)

1 comentario:

Alexis Díaz Pimienta dijo...

Me recuerda (salvando todas las disntancias con el maestro) mis sonetos a Pavese. Los comparto:


El puzzle de los suicidas o las tantas muertes de César)


I

Un hombre ha decidido suicidarse. Se llama César. Tiene miedo. Escribe una nota a sus hijos. Les prohíbe llorar su muerte, sobrevalorarse. No sabe bien por qué quiere matarse. Llega al balcón. Mira hacia abajo: Aún vive –se da cuenta en el aire que recibe y en un raro temblor–. Ya va a lanzarse. Se llama César. (No será, seguro, el primer César muerto en una acera.) Suda. Mira hacia abajo. Hay como un muro, como una nube... Se sostiene. Espera.
–¿Qué pasa, César? ¿lo ves todo oscuro?
La fría voz le provocó otra ojera.

II

César Pavese no murió en Turín, no hubo envenenamiento, desamparo. Una señora dijo:
–Un tipo raro; llevaba un almanaque y un violín, tenía el pelo como con hollín... ¿Poeta? ¡No, qué va!... Bueno, sí, claro, yo lo vi esa mañana... Era muy raro... hablaba de la luna de Turín...
–No era italiano, no; nació en La Habana –comentó otro, que juró haber visto un paraguas colgado en su ventana–. ¿Poeta? ¡No, qué va!: él era Suicida; dijo: «Puedo morirme, luego existo; me llamo César: cesaré mi vida».

III

Un balcón.
Un revólver.
Una soga.
Una línea de tren.
El mar.
Cianuro.
Un César.
Otro César.
Todo oscuro.
La prensa.
Un policía que interroga.
César ha muerto.
Titulares.
Droga.
El suicidio es la muerte del futuro.
Sangre en la acera.
Flash.
¿Murió?
¿Seguro?
Barbitúricos.
Flash.
Fogatas.
Yoga.
Las cámaras.
Los micros.
Flash.
La muerte.
Un turista posando junto al muerto.
(Tiene cara de sábado sin suerte.)
Los papeles.
La sábana.
Lo incierto:
–Él no se suicidó: jugó a ser fuerte.
–Y no se llama César, sino Alberto.

IV

–Me llamo Alberto. No estoy muerto. Vivo en otra dimensión del tiempo. Ahora, la gente cree en las cosas que no escribo. (Lo que escribí es mejor, pero se ignora.)
–Me llamo César. Soy suicida. Esquivo lástima y compasión: odio al que llora. Sí que estuve en Turín. Una señora me echó hollín en el pelo. ¿Mi motivo para el suicidio? No lo sé. ¿Poeta? No me haga usted reír. Fui sacerdote. Confundí a Cristo con el don Quijote y me anatematizaron: vieja treta...
–¡Pero a usted lo conozco!
–¡Claro, Alberto! Dijeron que eras tú, al hallarme muerto.

V

«No crean ni en la muerte, ni en la prensa. No se envenenen nunca, no disparen una bala en su sien. Y no se paren al filo de un balcón. La nada inmensa se encuentra frente a ustedes, no comienza en la oscura quietud. Si no, comparen: las guerras, las mujeres que malparen, la bulla del mercado, la despensa viuda de panes, huérfana de vinos...»
–¡César, César, qué pasa, estás viviendo!
–¡Oh, perdóname, Alberto! Son caminos viejos de la memoria.
–Te comprendo. Yo también los pasé. Son desatinos que aún muertos continuamos repitiendo.

VI

Sólo verdad pueden hablar los muertos. Rondar las casas. Agitar sillones. Decirle a Ícaro dónde están los puertos. Unir con novios las constelaciones. Sólo verdad, en contra de sí mismos, paleando, poco a poco, en su memoria. Sin trampas, sin oscuros mesianismos, sin pedir agresión ni moratoria.
Si no existieran muertos –el suicida, el enfermo, el anciano, el mal guerrero, o el niño malogrado...– nuestra vida sería un largo foso, un mentidero, un callejón oscuro y sin salida: todos luchando por morir primero.