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MARCO LÚBRICO


LAS HEMBRAS DEL CIMARRÓN

Lo que ha sucedido no puede ya cambiarse. Ésa es la única verdad.
     Miro atrás sin alegría ni tristeza, arrastro navegaciones y naufragios, trofeos y despojos. Da igual, todo es mío y todo ha caducado. Ni me arrepiento ni me quejo.
     Non, je ne regrette rien, lo canta Edith Piaf y también lo cita Leonard Cohen en una entrevista. El arrepentimiento es indecoroso. Yo apechugo con las ilusiones que alenté y rompí, con el bien y el daño que hice, con las causas ganadas o perdidas. La vida empuja y escoger es dejar atrás, no podemos renunciar a caminar.
    Quizá les fue mejor a otros, tienen los pies en la tierra y parecen felices. Los hombres prácticos temen lo infinito y se aíslan en un pedacito de su territorio, se hacen sociales. La comunidad da seguridad pero, de algún modo, infantiliza, el yo se diluye en los otros. Y cuando uno hace mucho caso a los otros, los horizontes se quedan demasiado cerca.

(Fragmento del capítulo 19).


(Ilustración de Miguel G. Díaz, incluida, junto a otras, en la cuidada y bella edición de la obra)
 ***
     Despacio, ritualmente, me quita la camisa, me echa sobre el sofá, derrama en mi pecho el yogur blanco y comienza a lamerlo, sobre mi tórax, sobre mi cuello. Me estremezco de placer. Ahora coloca las rosas rojas sobre todo mi cuerpo, una a una, las espinas pinchan un poco, siento el frescor de los pétalos, su intenso olor y se oye la Polonesa, acordes de piano ágiles, cada vez más fuertes, los acompasa con sus manos, arañas locas en mi piel.
     Seis minutos y medio después, eso dura la Polonesa, retira mis pantalones y esparce más yogur sobre mi sexo, sobre mis muslos.
    -El amor es un arte, como la música- susurra.
    Su dulce boca comienza a navegar por mi cuerpo, despacio, sorbiendo el cremoso y blanco líquido, desciende por el abdomen, baja a los muslos, sube al pene. Sólo lo toca con la punta de su lengua, luego lo frota con las mejillas y, finalmente, lo aprisionan sus labios, lo encierra entero en su lengua, su mano izquierda acaricia mis testículos y la derecha aplasta las rosas en mi pecho.

(Fragmento del capítulo 8)

(Marco Lúbrico, Las hembras del cimarrón, Editorial Pez de Plata, 2010)

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