VIAJES DE LARGA DISTANCIA
Cuando le haces un comentario a tu compañero de viaje,
por muy insignificante que sea lo que digas, siempre corres el riesgo de que el
otro se lo tome como una invitación a mantener una charla durante todo el viaje;
y una vez que empieza ya no hay forma de escapar: estás condenado durante
horas. De modo que la estrategia consiste en no articular palabra y limitar la
comunicación a gestos, miradas, gruñidos o como mucho algún que otro
monosílabo, pero nada más. Abrir un libro también ayuda, y si tienes
auriculares más te vale ponértelos lo antes posible y aislarte por completo.
Cualquier cosa antes de tener que aguantar a un imbécil dándote el coñazo.
Primavera de 2010. Tren de alta velocidad, San
Sebastián-Barcelona. Fui solo la primera media hora, y luego, en otra de las
paradas, entró una mujer en el vagón y se sentó a mi lado en el asiento de
ventanilla. Yo siempre pido pasillo cuando compro el billete. No soporto
sentirme aprisionado entre la ventana y otro pasajero.
Ella no tardó en preguntarme algo. Yo respondí con
cortesía. Volvió a dirigirse a mí, y antes de que pudiera darme cuenta aquella
mujer ya se había lanzado.
—¿Cuántos años tienes?
—¿Cuántos crees que tengo?
—No sé…
—Vamos, prueba… —dije poniendo una
sonrisa.
—29 —respondió tras mirarme
detenidamente.
—Tengo seis más.
—¿35? —preguntó sorprendida.
—¿Tienes 35…?
Asentí con la cabeza.
—No lo parece… —dijo asombrada.
—Y si me cortara el pelo y me afeitara
la barba parecería más joven todavía.
—¿Y cuántos crees que tengo yo?
—preguntó segura de sí misma y esperando devolverme la sorpresa.
—Ummm… Cincuenta y algo… No sabría
concretar —dije seguro de estar haciéndole un cumplido.
Me miró fijamente durante un par de segundos que
parecieron eternos mientras su rostro se resquebrajaba en mil pedazos.
—Tengo 48… —respondió en voz baja y
totalmente humillada.
No supe qué decir. Si añadía algo
quizás empeorara la situación. Ella trató de reponerse y sacó otro tema de
conversación como queriendo olvidar mi comentario. Luego empezó a hablar de su
trabajo. Después de su marido. Más tarde de un programa de televisión del que
se declaraba fan y del cual yo sólo podía sentir asco y vergüenza. En algún
momento la charla cambió de rumbo y se volvió algo más filosófica, casi
espiritual. Me habló de algunos libros y de un par de autores que ella alababa.
A mí, por el contrario, aquellos tipos me parecían subnormales, y su obra, un
maldito fraude. Después, en mitad de un intercambio de opiniones, cayó la Bomba
H:
—¡La mayor mentira que nos han colado
es la Teoría de la Evolución! ¡Menuda trola!
Tuve que callarme y asentir con la cabeza sin decir ni
una sola palabra. Discutir con alguien que pensaba de ese modo me acojonaba por
completo. Intenté mantener la compostura mientras esperaba a que sucediera un
milagro. A los pocos minutos pusieron una película en los monitores. Estaba
salvado. Me apresuré a coger mis cascos y no me los quité hasta llegar a mi
destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario