Se despierta
otra semana con la maleta repleta de días. Es quizá demasiado temprano y el andén
está casi vacío y con algunas farolas que poco alumbran ya.
No sé cómo
funciona todo esto. Hay gente que coge un tren y un destino y gente que coge el
sentido contrario. Gente con todos los días en la maleta y gente con algún día
suelto o incluso con solo unas pocas horas. Algunos pasajeros bajan en la
última parada, pero la mayoría por una razón o por otra se bajan en las
estaciones intermedias o incluso en las primeras.
El vapor
sibilante de aquellos trenes del pasado que dibujaban nubes de humo se quedó
guardado entre las tapas de la historia.
Algo así pensé
esta mañana a las seis y seis. últimante
siempre me levanto a esa hora. Es como hacerse la ralla del pelo. Al principio
cuesta bastante, pero una vez coge la forma casi no hace falta pene, perdón,
quería decir el peine. a veces sufro de dislexia.
Me gusta caminar
a lo largo del malecón del puerto y ver como amanece el azul y como las olas
corren deprisa, aunque siempre lleguen al mismo lugar. Hay al parecer una filosofía
canina; si no vale la pena para comer ni
para joder, échale una meada. Quizá deberíamos
copiar algo, no digo que lo de la meada sea lo ideal, pero tal vez el resto
podría ayudarnos a centrarnos en lo fundamental y alejarnos de tanta periferia.
Es un enorme placer aspirar una vaharada de mar y no digamos de perfume de
mujer de noventa euros. A veces las palabras en otra lengua nos invitan a reflexión,
por ejemplo en Ingles perro es Dog y al revés resulta que sale God ( Dios)
supongo que al menos estaremos de acuerdo en que podrían ser ángeles. En fin,
cada uno tiene su nivel de creencia y todo eso.
Hay días en
esa maleta de la semana que espera en el andén, que la vida se descabala y
llegas a sentirte casi desnudo con algunos harapos de vagabundo. Procuras no
coger septicemia y aunque parezca peripatético todo esto que les cuento, la
vida a veces es como un montón de abono pudriéndose en un descampado.
En ocasiones
la semana te provoca una enorme concupiscencia de sexo, de comer angulas,
caviar o pulpo a la gallega. Te provoca para que compres y almacenes cosas que
hoy no necesitas, cosas que nunca necesitarás. Luego en algunos casos cuando la
vespertina tarde te lleva de vuelta en el tren de la semana, o de los días
sueltos, todo acaba pergeñando y el andén vuelve a esperar vacio otro tumulto
en busca de lo mismo.
Llegas a
casa y abres la puerta y te encuentras a tu perro mesándose la barba y es que
hace más de nueve horas que tenía que salir y más de nueve horas que mordisqueó
el sofá de mil quinientos euros, se meó en el colchón de visco elástica y se
cagó un poquito en cada habitación. Recuerdo una película " Los ángeles también
lloran" este, llorar no sé si llorará, pero volar, seguro, y vivo en el
piso ochenta y siete en pleno corazón de Manhattan.
(Pablo Guillén Tudela, Sombras de luz y niebla, Donbuk Editorial, 2017)
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